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Liga Adelante | Zaragoza 3 - Albacete 0

El queso no es mecánico

El Albacete se rindió al primer golpe de Ewerthon. Dos más del brasileño, alimentado por Jorge López. Caffa completó en una segunda parte sin contenido

<b>BIGOLEADOR. </b>Ewerthon celebra a lo grande uno de sus dos goles al Albacete. La Flecha suma ya 25, más que nadie en la historia con el Zaragoza en Segunda.
BIGOLEADOR. Ewerthon celebra a lo grande uno de sus dos goles al Albacete. La Flecha suma ya 25, más que nadie en la historia con el Zaragoza en Segunda.

Hubo una canción que proclamaba el fin de la naranja mecánica y la decadencia del prototipo ultra violento llamado Álex; y hubo un Albacete que componía el arquetipo resumido en aquel feliz sobrenombre: el queso mecánico. De todo aquello no quedaba nada en la versión que ayer recibió el Zaragoza, porque los tiempos cambiaron y porque el Albacete ya no tiene motivos para el celo competidor. Juega relajado y esa laxitud permitió al Zaragoza otra tarde al sol, para ir rebajando tensiones. Ganó con elocuente suficiencia, en un partido de guión casi exacto al de la semana pasada en Alicante o al otro frente al Celta. Y por los mismos goles. El factor decisivo también volvió a ser Ewerthon, que repitió la escena pero en dirección opuesta. Hizo de titular lo mismo que había hecho de suplente: decidir con dos cariñosos zarpazos de tigre de peluche.

El encuentro tuvo un mínimo pasaje de riesgo que pasó deprisa, como una sombra fugaz. Al Albacete no le llegó para concretar en nada esa impresión. Pero quedó constancia pasajera de que hay un cierto desinterés engañoso en estos equipos que juegan a beneficio de inventario. Pasado el hervor primero, el Albacete pasó la tarde tripa arriba, como los canes sumisos. Afectó la insoportable levedad del ser que experimentan los equipos rebajados de demanda competitiva. En Segunda, las primaveras pueden ser interminables. Ocurre si uno ha cumplido a tiempo con sus obligaciones, caso del equipo manchego, y también si aún dura la persecución del objetivo, posición en la que vemos al Zaragoza. En el primer supuesto, estas semanas pueden servir para cuadrar la libreta de ahorros por cuenta ajena antes de hacer la declaración de la renta. Desde luego, el Albacete no tuvo pinta de coge el dinero y corre...

Cabrero. No hubo un solo exceso formal en el conjunto de Máximo Hernández. Lo más notable del Albacete tal vez fuera la madura pulcritud de su entrenador, tocado con americana azulona que venía a subrayar la prestancia que da un bronceado a los hombres entrecanos. En el césped, sólo las respuestas de Cabrero a las preguntas del Zaragoza reclamaron algo de memoria: el aragonés sacó un disparo curvado de Jorge López y conjuró varias llegadas fulgurantes de Ewerthon con un apreciable gobierno de sus territorios. Otro toque de Arizmendi con el perfil del pie cambiado salió en fuga junto al palo derecho.

El Albacete, en general, se manejó con corrección inocua. Aguantó el ratito aludido, pero al primer golpe se fue a la lona con estrépito y si se levantó sólo fue para cristianamente ofrecer la otra mejilla. No se ama a los sumisos, simplemente se les quiere. En todo caso, el Albacete no está para batallas ajenas. Y además, el peso de la lógica se impuso cuando Ewerthon madrugó a Maes y Cabrero para alcanzar uno de los muchos pasecitos de Jorge López al espacio. López tuvo un primer rato de euforia retórica, hilando firuletes en los balcones del área, que son el tercio de muerte en el fútbol. Luego simplificó y rozó con balones cariñosos las zonas erógenas del Albacete. Ewerthon iba a buscarlos como galgo a la liebre.

El hambre hace al hombre: del banquete de cada partido, el brasileño ya no deja ni la salsa. Mientras portero y defensa le porfiaban, afiló el esqueleto, se dejó caer y rebañó la pelota a la red. La espesura quedó despejada. Ávido, Ewerthon hizo piscina más tarde en una salida limpia cuerpo a tierra de Cabrero, pero el árbitro no le compró el engaño. Un minuto después, sin embargo, el brasileño había sumado otro gol por otro penalti, al anotar la pena cometida con muy poca destreza por Tarantino a Zapater, que apareció en el área subido en una bicicleta de aire. Y eso fue todo.

Si el árbitro hubiera ordenado ahí mismo el fin del choque, nadie hubiera dicho nada. Ni siquiera Caffa, único protagonista real de un segundo tiempo en el que Marcelino administró el cuerpo de Ewerthon y Ander. El gol de córner de Caffa no fue serio, digamos. Digno de un mal entrenamiento. Pero vale lo mismo. A estas alturas vale todo.

El detalle: el goleador pidió el cambio

Ewerthon decidió el choque con sus dos tantos, el segundo de penalti antes justo del descanso, y ya no regresó al terreno de juego en la segunda parte. Arrastra una pubalgia, se sintió algo cargado y le pidió a Marcelino que, con el choque resuelto, le otorgase descanso. El técnico puso a Caffa en su sitio.