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Liga Adelante | Albacete 1 - Las Palmas 0

La vida sigue igual

La Unión Deportiva no levanta cabeza y se mete en líos.

Ignacio S. Acedo
<b>PARADÓN. </b>Pablo Sánchez remató sin oposición defensiva un gran centro de Saúl, pero Cabrero se lució con una estirada majestuosa.
PARADÓN. Pablo Sánchez remató sin oposición defensiva un gran centro de Saúl, pero Cabrero se lució con una estirada majestuosa.carlos díaz

Un final de temporada a rastras, con maltrato añadido a su gente y plagado de apuros que son del todo inadmisibles. Vuelve de Albacete la Unión Deportiva sin nada bueno que ofrecer. Y es reincidente en este apartado de reproches, lo que le añade culpas y responsabilidades. El equipo está anclado en un desierto de miserias y vive instalado en una vulgaridad sangrante, lo que le convierte en una bicoca para cualquier rival. Ocho días atrás firmó un ridículo memorable frente al Alicante, que ya es decir. Ayer resultó beneficiado el Albacete, al que le bastó un gol en el arranque para salirse con la suya. En la enumeración de trabajos, quizás se admitiría la justicia de un empate porque hubo ocasiones en las dos áreas. De no ser por los guantes notables de Cabrero, habrían caído dos o tres goles. Pero, por encima de los cálculos inútiles, persiste y flota la sensación de que Javier Vidales y sus futbolistas están fundidos, vacíos y, lo que es peor, con la resignación por bandera, ajenos a exigencias y requisitos mínimos.

En caída libre y con margen todavía para que se complique la permanencia, en Las Palmas no se detecta ni un mísero rastro de fiabilidad. Y es mayoritaria la conclusión de que, cuando la permanencia sea una realidad tangible, se deberá más a la torpeza de terceros que al mérito propio. Mal asunto ahora que se quiere vender un futuro menos oscuro, un proyecto más saludable.

El encuentro tiene fácil resumen. A unos se les notó más el hambre que a otros. El Albacete asumió que no podía permitirse más alegrías y exprimió un zapatazo magistral de Carlos Merino. Luego se estiró con algunas contras venenosas, lo que requirió a Santamaría en su mejor versión. Tuvo las suyas la Unión Deportiva. A Jorge le escupió el larguero un trallazo que mereció mejor desenlace. Luego, Cabrero tomó el relevo para insistir en que no habría manera.

Saúl y Francis, rescatados del banquillo tras el descanso, dieron electricidad al grupo. Carreras, intenciones y valentía para ofrecerse. Fue suficiente para refrescar al resto y adecentar la hoja de servicios. Hasta el final persistió la incertidumbre porque el Albacete ofrecía permeabilidad atrás y, a ratos, le podía su usura. Con todo no era el día. Para nada y para nadie.

La nueva muestra de impotencia ensucia el presente y puede encarecer más de lo previsto una salvación que hasta hace nada requería un mero trámite administrativo. La clasificación amenaza con recortar rentas y volver a chequear la resistencia al vértigo, cuando estaba olvidado el catálogo de ahogos y apreturas. Ahora, como confiesa sin rubor Javier Vidales, hay que mirar al Alavés y ponerle velas negras. Inaudito.