Final de la Copa del Rey | Athletic 1 - Barcelona 4
No hay quien los pare
El Barça se repuso del gol de Toquero y acabó goleando. El pundonor no bastó al Athletic.
El Barça no te vence, te convence, te gana para la causa, para la suya. Contra el Barcelona no basta la pasión, contra su fútbol no sirve el ánimo de miles gargantas conectadas a sus respectivos corazones, ni siquiera la conmovedora movilización de un pueblo entero. Este Barça es demasiado grande, profundo, inmutable. Los equipos así no se queman con el fuego ni se afectan por los accidentes del terreno. Cualquier otro hubiera acusado el tanto contrario y el clamor de la mitad de la grada, pero esta concentración de genios añade al talento la confianza, lo vimos en el Bernabéu, la certeza de que nada malo les puede ocurrir y así nada malo les ocurre.
El Athletic se marchó con la cabeza muy alta y podrá decir que fue campeón durante media hora, que ante el Barcelona son bastantes minutos. Ese rato de felicidad y la exultante imagen del sector rojiblanco de Mestalla aplaca 25 años de espera y alimenta la esperanza por el tiempo que falte, que debería ser poco, porque ya se ha probado el veneno.
La goleada final no debería ocultarnos que hubo partido, emocionante, delicioso. El primer asalto fue de pasión y lo ganó el Athletic sin dar una sola patada, también esa es una buena noticia. El ardor guerrero no incluía zarpazos, sólo rugidos que inflaban velas. El inicio fue un despegue de ilusión que señaló de inmediato el peligro del Athletic, Toquero y Yeste, la siderurgia y la inspiración. No había nadie más que ellos, esa era la mala noticia.
La primera ocasión la disfrutó Toquero al peinar (es un decir) un balón largo, untado de grasa. Después fue Yeste quien fabricó una jugada que finalizó Javi Martínez con un derechazo despejado por Pinto en silueta Supermán. De ese córner nació el gol. Yeste lo sacó con fuerza y templanza; Toquero lo cabeceó elevado por los brazos de Pichichi y Gaínza. Los milagros no son falta.
Protagonista.
Era de justicia que el fútbol premiara a un jugador así, un chico que reúne machaconamente las características de los antihéroes, rescatado del Éibar, con el triste dos a la espalda, calvo sin disimulo y esforzado hasta la extenuación. Nadie le podrá quitar ese momento y los que siguieron, con el partido invadido por su entusiasmo.
Hasta que apareció el Barcelona. Lo hizo lentamente, enlazando pases, descubriendo a Messi, activando a Xavi. De esa forma fue ganando metros y arrinconando al Athletic, que sufrió como todos los que han pasado por ese infierno. De tanto correr tras la pelota los jugadores se sienten muñecos en otras manos, fieras domadas, soldados de plomo.
Touré, que partía como central, saltó rivales como si fuera vallas para conseguir el empate con un tiro raso. El talento se contagia y la desesperanza también. En los minutos que siguieron surgieron jugadores del Barça de cualquier recodo. Messi marcó tras el descanso, en pleno asedio, entre un mar de piernas. Bojan zanjó la cuestión con un gol sublime, ladino, de tanta paciencia como habilidad; esperó una luz y la tapó con el balón.
El Athletic se retorció de furia, pero nada podía hacer ya. El Barcelona había comenzado ese rondo interminable, esa coreografía de ayudas y desmarques que define su fútbol perfecto. Xavi, para lucir todos los músculos, consiguió el cuarto al tirar una falta por la escuadra prevista.
Somos testigos de un equipo que hace historia y anoche fuimos testigos de otro que es leyenda centenaria, porque además del orgullo tiene a la gente.