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Liga BBVA | Athletic 2 - Racing 1

Entre el Athletic y Bernardino

Llorente decide en un primer tiempo de absoluta superioridad. El Racing acorta distancias de penalti. El árbitro destroza el choque con las tarjetas.

José L. Artetxe
González Vázquez sacó ayer hasta un total de 5 cartulinas rojas.
González Vázquez sacó ayer hasta un total de 5 cartulinas rojas.

La Catedral acogió un partido de locos, por obra y gracia de un árbitro que, en vez de ejercer de tal, se inspiró en un guardia de circulación dispuesto a agotar su taco de multas en el último día de mes, por aquello de cobrar un sobresueldo en forma de comisión. Bernardino González Vázquez destrozó la tarde y en el desaguisado, que se concretó en cinco expulsados y nueve amonestados, pescó el Athletic los puntos que le sitúan en la antesala de la salvación.

El desenlace no es únicamente explicable a partir de la frenética actividad del colegiado, pues durante la primera mitad el Athletic se hizo ampliamente acreedor a la victoria. Llorente machacó la talluda zaga cántabra y nadie le puso réplica. El Racing fracasó en su puesta en escena y se retiró al descanso con un rendimiento bajo mínimos. Enfrente salieron decididos a empujar, a ganar metros, y ante la nula oposición, adquirieron una renta tranquilizadora. Luego llegó el desmadre, las fuerzas se equilibraron, el marcador se ajustó, pero ya no hubo partido debido a la errática dinámica impuesta por el señor árbitro, que se debió quedar consolado.

El Racing asomó en San Mamés como si estuviera empachado, se diría que la goleada que se metió entre pecho y espalda en la jornada anterior le quitó el apetito, le dejó desganado hasta el punto de perder incluso la compostura. En teoría, al igual que el Athletic, buscaba ayer los puntos de la tranquilidad, pero en realidad fue una caricatura y presa muy fácil para los rojiblancos, que martillearon su área desde el minuto uno. El juego fue una sucesión de ataques locales, sin pausa, a menudo a través de córners (cinco en los primeros trece minutos) y faltas laterales. Coltorti vio volar cien balones sobre su cabeza, mientras sus compañeros ofrecían todo tipo de facilidades.

El sistema para frenar a Llorente fracasó con estrépito. El trío de pívots formado por Garay, Marcano y Moratón, no ganó una disputa, se sintió siempre incómodo ante el incordión Toquero y permitió que el goleador rojiblanco se exhibiese y fuese decisivo una vez más. La inoperancia en la zaga cántabra, que sin robar una se cargó de amarillas, se contagió al resto de las líneas. Munitis lo intentó y Lacen bregó lo suyo, pero el Racing ayer no estaba para nada. De hecho, Iraizoz quedó inédito en el primer período.

El 1-0 refleja un poco la desigual actitud de los equipos: Koikili centró templadito sin oposición y Llorente, más solo que la una en el punto de penalti, remataba a placer. Esa desidia la explotó a fondo el Athletic para jugar comodísimo, buscar el segundo y obtenerlo, merced a un penalti estúpido, por aparatoso, cometido por Lacen. El conciertazo. La segunda mitad fue una historia muy distinta. Muñiz cambió su plan y acertó. Colsa y Pereira le dieron otro aire al Racing, con el balón por abajo, el Athletic reculó y lo pagó con un penalti que además acarreó la expulsión de Yeste. El panorama se transformó de repente, pero no lo bastante como para que el botín rojiblanco corriese peligro. La actuación del árbitro obró el milagro de impedir que se jugase un minuto seguido. Su colección de amonestaciones fue engordando de tal manera que los equipos fueron quedándose irremisiblemente en cuadro. El choque adquirió tintes tragicómicos mientras las tarjetas volaban. Cada disputa o forcejeo se saldaba con una amonestación, una multa.

Pese a que los cántabros fueron los más afectados por la locura de Bernardino, pues el Athletic, temeroso, ya no quiso salir de su campo. Dio igual que estuviese en inferioridad numérica, en igualdad o en superioridad. Sólo quería agotar los minutos con el resultado intacto. Tanta incidencia evitó que los arreones racinguistas cuajasen en ocasiones. Las constantes interrupciones lastraron el espectáculo, así como al conjunto más interesado, al único cabría decir, en sumar fútbol. El desquicie general premió el comienzo rojiblanco y la afi ción local lo celebró con alivio.