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Liga Adelante | Éibar 2 - Zaragoza 3

Gabi, artista del barro

Lideró el sufrido triunfo con un golazo. El equipo dejó a un flojo Éibar empatar el 0-2. El segundo de Arizmendi decidió. Van nueve partidos sin perder

<b>BIGOLEADOR.</b> Javier Arizmendi volvió a ser decisivo. En la imagen festeja el segundo gol del Zaragoza y el primero de su cuenta particular en Ipurúa.
BIGOLEADOR. Javier Arizmendi volvió a ser decisivo. En la imagen festeja el segundo gol del Zaragoza y el primero de su cuenta particular en Ipurúa.

En Ipurúa, lugar en el que nadie se puede esconder sin quedar a la intemperie, Gabi hizo de agente doble. Fue uno, claro, pero pareció que hubiera dos. Y cada vez que el Gabi ofensivo tiraba para arriba, en ávida búsqueda del área rival, por el camino se cruzaba con el Gabi defensivo que volvía atrás. El madrileño le dio la vuelta al manido argumento de las dimensiones del campo y las usó a su gusto: si es más pequeño, antes se llega a todos los lados. Metió un gol, dio otro y llenó las dos áreas con su actividad, haciendo tantas cosas que para resumirlas vale hablar del gasto de oxígeno o de la cuenta de balones interrumpidos y jugados. El Zaragoza le debe buena parte de una victoria extraña, luminosa al principio y embarrada después. El equipo se metió en un lío él solo. Tras someter al Éibar, deshizo el ovillo y pagó su habitual tendencia a la precaución. Al final Arizmendi resolvió el triunfo con un latigazo que indultó al Zaragoza de un empate inadmisible.

Al Zaragoza le fue cambiando la cara conforme caían las sombras. Primero se comportó como un duque y acabó por parecer el ejército de Pancho Villa en retirada. Sin embargo, Gabi fue el mismo toda la tarde. Su partido estuvo repleto de matices, y eso que lo empezó por el final al escribir en el minuto 6 el corolario de todas las virtudes que iba a acumular. A esa hora temprana, Gabi robó la pelota en el círculo central y arrancó como un tráiler, dejando atrás a dos. Ander desahogó para López y éste hizo la pausa. Luego puso una rosca que iba a encontrar a Gabi ya en el área, dispuesto a terminar lo que él mismo había empezado. Su remate vale para un manual: frente a la curva del balón, Gabi atacó de costado y por abajo. Metió el cuello como un adolescente en la disco y levantó a la escuadra un testarazo de rotunda hermosura.

Anestesia. Vestido de blanco entero (para que los árbitros no se confundan con los colores y puedan confundirse con todo lo demás) el uniforme del Zaragoza en Ipurúa traía implícita una declaración de principios: el blanco encarnaba la prestancia inmaculada del equipo bajo una lluvia racial y el muy paisajístico barro de Ipurúa. Esa luz tuvo su fútbol durante el primer rato. El Zaragoza salió hecho un primor y ratificó los argumentos de todos los que apuntaron que el sistema con tres medias puntas favorece su costosa elaboración. Mucho tiene que ver en ello la generosidad de Arizmendi para fatigar la proa y ofrecerse. Su mezcla con la sutil inconstancia de Jorge López y la intensidad de Ander permitieron un arranque subrayado por el cabezazo de Gabi y el córner que Arizmendi, listo al plato y a las tajadas, puso en la red para el segundo.

Cierto que Doblas debió sacarle un gol de los dientes a Beltrán. Y que Nacho Insa le dio otro susto. Pero las dos jugadas nacieron en clásicas ausencias de la zaga, que por lo visto necesita reconocerse en tales desatenciones. Y en media hora el Zaragoza tenía dos goles: un impermeable contra la lluvia. El partido estuvo largo rato bajo la anestesia del marcador, con el Éibar sometido por el Zaragoza y por su propia mediocridad. Sin embargo, lo que empezó con pincel fino terminaría a brochazos. Este equipo quiere la santidad por el dolor. El suyo es un sufrimiento cristiano. Entre el lodo y la creciente cobardía posicional del Zaragoza, el Éibar encontró vida donde no había nada. Se fue Ander, y empezó el periodo de encogimiento del que habló Marcelino el día antes. No dirán que no avisó. Entraron Chus y Generelo. Salió un momento Ayala y el edificio se vino abajo. O mejor, atrás. Cómo logró empatar el equipo de Uribe parece inexplicable: hizo la de los atracadores que vacían la caja fuerte del banco armados con una pistola de jabón. Más munición no tenía.

En ausencia de Ayala (cortado en la ceja) Beltrán encontró en el centro geográfico del área un cabezazo franco. Y al poco, Arruabarrena se puso señorito y prolongó de tacón una falta. Añibarro madrugó a Pavón en el área pequeña y anotó el empate más impensable. Mientras el universo y sus personajes se preguntaban cómo pudo el Éibar hacer la revolución en zapatillas, Gabi y Arizmendi rescataron al equipo de un naufragio sonoro.