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Liga BBVA | Real Madrid 3 - Almería 0

Goles son amores

La pegada del Madrid tumba a un Almería valiente. Marcelo abrió la cuenta con un chutazo y Huntelaar marcó los dos siguientes. Continúa la persecución.

Actualizado a
<b>NO CEDEN. </b>El Madrid se mantuvo firme ante el Almería y sumó una victoria que le permite continuar a sólo seis puntos del Barcelona.
NO CEDEN. El Madrid se mantuvo firme ante el Almería y sumó una victoria que le permite continuar a sólo seis puntos del Barcelona.

Entre sus formas de vencer, el Madrid tiene un ganar administrativo que le permite gestionar los partidos como un papeleo y marcar goles como quien estampa sellos. Ayer volvió a suceder: el Almería pasó por ventanilla, entregó los impresos y se marchó con las pólizas abonadas, sin que hubiera cuajado ninguno de sus intentos por entablar conversación.

No hubo más argumentos que los goles. Y si nos ponemos funcionariales nada se puede reprochar al Madrid por ahorrar luz, agua y salero. Visto bajo el prisma del Ministerio de Consumo, hasta podríamos elogiar su capacidad para ajustarse al rival. Hay equipos (y amantes) que precisan para cada conquista, menor o minúscula, un desembarco de Normandía. Otros, en cambio, son capaces de calcular el esfuerzo al céntimo. Y ganar. Como el Madrid.

Es muy probable que los visitantes acabaran algo confusos. Mientras el partido estuvo vivo, lo controló el invitado. Digamos 45 minutos, los primeros. Lo fácil sería comentar que en ese tramo sólo le faltó el gol. Y jugar después con la idea de un joven Hugo con el calzón apretado y la camiseta del Almería. Sin embargo, a su equipo no le faltó tanto el gol como lo inmediatamente anterior, el pase o el regate, la acción que desequilibra y retira el velo. Cumplidas las tareas de la defensa y del centro del campo nadie consiguió hacer fuego, apenas chispas.

Las razones son variadas y seguro que tienen que ver con la diferencia de recursos y con la ausencia de Negredo. Pero también con un planteamiento que distanció demasiado del área enemiga a Piatti y Crusat, convertidos en pulgarcitos con botas de siete leguas. Ambos fueron un peligro, pero un peligro lejano. De modo que quedó pendiente la conexión con Uche, que entre sus virtudes incluye, ayer lo supimos, una extraordinaria: no teme a Pepe. Y tanta valentía desconcertó al central, que terminó deprimido, como un ogro al que no le funciona el disfraz.

Fue el propio Uche, a los siete minutos, quien estrenó los reflejos de Casillas con un cabezazo centrado. Al borde de la media hora, Piatti remató de chilena al cielo y esta vez todos los cuellos se giraron hacia Hugo, que calló educadamente. No tardó en marcar el Madrid y también esto ha terminado por ser científico. El viejo león tolera caricias, pero no abrazos.

Cañón.

La jugada se inició en un lanzamiento de falta que Sneijder botó con el exceso de un dibujo manga: se levantó un metro del suelo después de golpear y el balón voló escupiendo fuego. Costó seguirle el rastro. Es seguro que tropezó con un elemento sólido y rebotó todavía humeante. Entonces surgió Marcelo, en concreto su pierna derecha, que no había sido presentada en sociedad. El chut fue glorioso, de los que ponen a prueba los nudos de la red.

Fue extraño. Si la pierna menos diestra siempre nos parece de otro, en el caso de los zurdos el desapego suele ser total, como si sólo un bastón pudiera compensar la genialidad de los pies zocatos. De ser así, Marcelo no chutó, bateó como Di Maggio.

Persistió el Almería, convencido, quizá por Hugo, de que la fe era la primera condición. Fueron los minutos de Mané (notable lateral), que exploró la banda izquierda de Algeciras a Estambul. Una de sus aproximaciones fue culminada con un centro-chut que horneó las manos de Casillas.

De vuelta del descanso, el Madrid recuperó al indescifrable Robben, hasta entonces lánguido. Su implicación se convirtió para el Almería en un elemento incontrolable. El anarquista holandés se coló por ambas bandas y propició varias ocasiones de Marcelo, que parece en armonía con el cosmos.

Animarse el Madrid y aparecer Huntelaar fue todo uno. Fuera del área es un vagabundo, pero dentro es un galán. Su primer gol lo rebañó al atrapar un balón perdido. Golpeó con la zurda y fusiló a Diego Alves, que ayer estaba listo para pararlo todo menos los misiles. El tercero también fue de su propiedad. Robben corrió un contraataque y cuando ya se relamía, tropezó con el portero. Huntelaar acompañó la jugada para reconducir la pelota descarriada. A Robben le costó entender que debía alegrarse por el gol ajeno (los juguetes son para compartirlos), pero finalmente los compatriotas se fundieron en un tierno abrazo.

Al Almería le quedaban 25 largos minutos por delante. Y ganó algunos metros con la entrada de Ortiz y Corona. Pero no fue bastante. Ni siquiera una asistencia de Robben sirvió para que los visitantes hicieran el gol que merecían por su aportación romántica.

Ocurrió, simplemente, que ayer no se jugó un partido romántico, sino materialista, en cierto sentido un homenaje a Hugo: goles son amores y lo demás, espumillón.