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Liga Adelante | Zaragoza 2 - Rayo Vallecano 3

El Rayo trae la tormenta

Primera derrota en casa del Zaragoza. Retrocede al cuarto puesto. El Rayo se adelantó, empató de penalti y remontó con un golazo. Expulsión de Gabi.

<b>PRIMER REVÉS. </b>Pachón cabecea a gol ante la oposición de Ayala y la atenta mirada de Aganzo y Chus Herrero.
PRIMER REVÉS. Pachón cabecea a gol ante la oposición de Ayala y la atenta mirada de Aganzo y Chus Herrero.

Se fue el viento y vino el Rayo, que agarró al Zaragoza en pelota picada. Después de toda una vuelta abrigando su complejo de equipo incomprendido al calor de La Romareda y de la clasificación, el Rayo fulminó esos dos argumentos con su aire barrial, de equipo ajeno a los remilgos: sin la justificación clasificatoria, al Zaragoza le adelgazan las razones. Hasta junio no importa tanto la plaza como las tendencias, es verdad. Pero uno advierte en el Zaragoza el anuncio de un declive. El diagnóstico no tiene ya que ver con el estilo ni las formas; está sobre todo emparentado con el barómetro de rendimiento de la mayoría de los jugadores, la arritmia del conjunto y, desde luego, con el creciente estado de monomanía de su entrenador. Marcelino se comporta como si hubiera leído demasiados libros de caballería: identifica enemigos donde sólo hay odres de vino y rechaza la lógica ajena como si fuera el heraldo de una razón superior.

Ese estado de excitación tan gallarda le sobrevino al técnico cuando le nombraron la falta de elaboración del Zaragoza. El enfado de Marcelino contrasta con la molicie argumental y futbolística de sus hombres. Los jugadores llevan semanas a medio camino entre el victimismo y las hipótesis, terrenos que con tanta vehemencia defendieron el año pasado, camino del descenso. Viven en la alegre confianza, sea real o impostada, de que siempre llega la primavera. Pero aquí se trata de construir un jardín en invierno. A este paso, en junio habrán de cubrirse la tersura púbica con una trenza de guirnaldas, igual que las venus de Botticelli.

El triunfo del Rayo supuso la victoria de una forma de lógica que tiene que ver con el juego. Para imponerla, Mel resolvió que la osadía (usó dos puntas, y hasta tres cuando perdía) no está reñida con la precaución estratégica: lo demostró reuniendo a Yuma y Diame en el medio, decisión fundamental. Después de que Rubén contestase a dos balones meritorios (sobre todo una falta notable de Zapater), el Rayo se sacó el calzón y procedió a darse un baño en las lagunas del Zaragoza. El primer gol nació en un balón que Jofre precipitó al área, y que cayó como lluvia ácida sobre una defensa fuera de cacho. Ante la indecisión de Ayala y López Vallejo, Pachón afiló el busto y lo cobró.

Valentía.

La gente entiende por elaboración un hilo constante de juego, esa cierta armonía a partir de la cual se expresan los equipos. El Zaragoza, sin embargo, vive adscrito a esta paradoja: se pone tanto más peligroso cuanto menos tiene la pelota. Mel, que maneja un verbo sin cortapisas y a un equipo sin dobleces, lo resumió así: el Zaragoza no elabora, les tira balones a sus brasileños. Otra cosa es que esos brasileños sean un ángel de la muerte, como se vio en los minutos previos al descanso. Cuando Marcelino defendía los ejercicios de combinatoria de su equipo hay que suponer que quiso referirse al pase de Jorge López que posibilitó el empate de Oliveira; o a la ristra de paredes que los dos brasileños concluyeron en el 2-1 de Ewerthon; o al sombrero que Ewerthon pudo concluir en un tercero...

Sin embargo, el intermedio barrió lo poco que tenía de fiable la ventaja. Mirar el juego del Zaragoza en la segunda parte fue como ver crecer la hierba o contar las horas en un reloj de arena. Regresó a la laxitud y el Rayo erosionó hasta la victoria su fútbol de yeso, movedizo como las tierras esponjosas. Diame se merendó el medio campo, hombres y balones incluidos, y Piti encarnó el atrevimiento. Lo demás fue pura inercia. Pudo ocurrir de cualquier otro modo pero sucedió así: un penalti de Zapater a Aganzo y la segunda amarilla a Gabi, por simular una caída en el área. El tercer tanto, brocheta de nueve pases más un primoroso número de escapismo de Piti, fue el rayo que dejó frito al Zaragoza y resumió el caso. A la larga, el volteo brasileño del marcador había sido una fugacidad: mentirosa, pero a la vez rotundamente cierta. Eso es lo que hay.