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Liga Adelante | Real Zaragoza 1 - Salamanca 0

Braulio se pone líder

Salió del banco, decidió y el campo coreó su nombre. Su gol descabalga de arriba al Salamanca. Choque mediocre. A la Unión le le pudo la cautela escénica.

<b>GOLEADOR EN RACHA. </b>Braulio, que se estrenó ayer como goleador en La Romareda, celebra el tanto con sus compañeros. Lleva dos goles consecutivos.
GOLEADOR EN RACHA. Braulio, que se estrenó ayer como goleador en La Romareda, celebra el tanto con sus compañeros. Lleva dos goles consecutivos.

En el fútbol, la orfandad de emociones produce monstruos, como le ocurría al sordo Goya con el sueño de la razón. Monstruos metafóricos, hay que aclarar para que nadie se moleste. Nos referimos a esas alegres perversiones de la escenografía que son posibles en el fútbol en general y en Segunda División en particular. Por ejemplo, que al atribulado Braulio le coree su nombre La Romareda, litúrgica proclamación popular del héroe más improbable. El motivo para ese entusiasmo se justifica a medio camino entre la mediocridad del partido por el liderato, encuentro austero como un señor castellano, y la decisiva aparición del canario, que convocó en su merecida victoria personal la opinable victoria del Zaragoza y el esperado acceso a la primera plaza. Como tantos otros días, el equipo de Marcelino vuelve a subrayar con este triunfo su incontestable capacidad para hacer lo sustantivo (goles y victorias). El Salamanca hizo casi todo lo demás, pero se fue rumiando lo que no había hecho: llegar arriba, pisar el área. Ser tan arrojado con la pelota como lo había sido sin ella.

El resultado y el primer puesto son interpretados como un golpe en la mesa del Zaragoza. Uno ha de estar en desacuerdo con los debates resueltos con un golpe en la mesa. A menudo el golpe en la mesa denuncia la imposibilidad de edificar argumentos, como le pasó ayer al Zaragoza. Hay que decir que el combate de los jefes fue un encuentro desleído, con flagrante aburrimiento en la primera parte y una detallada exposición de hasta qué punto la categoría incurre en la tentación de negarle importancia a la pelota en favor de otras posibilidades complementarias: el control de los espacios y las operaciones estratégicas, por ejemplo. Hay momentos en que uno no sabe bien si en Segunda se juega al fútbol o a la geopolítica. Después la cosa se animó un poco, pero el frío ya había llegado al hueso y en esas condiciones uno sólo admite ya una sopita al cuarto de hora, con patata y picatostes.

A pelotazos.

La noche escenificó de forma minuciosa los valores colectivos del Salamanca, equipo decidido a abrirse camino a partir de su presión en tres cuartos del campo, y las dificultades del Zaragoza para masticar algo el fútbol. Sus esfuerzos se murieron en los pies de los centrales, obligados a construir a pelotazos, lo que es imposible, o en los pasecitos de Gabi a la espalda de la defensa del Salamanca, tentativas que Catalá y Sito Castro dejaron en pueriles. En el otro lado sobresalió el hilo conductor de Jorge Alonso, futbolista de intereses diversos. Pero al Salamanca le faltó filo (Quique Martín jamás pudo con los implacables Goni y Ayala), cuerpo por afuera o gallardía para enfrentarse a la precaución escénica que le inspiraba La Romareda. Algo quiso llamar la atención Botehlo, un dandi del extrarradio con esas mechas, con esa dermis aceitunada, con ese cuerpo largo como un silbido y esas botas color fucsia, una oscura invitación para los hombres que aún recorren los campos de fútbol. En representación de todos ellos, Chus Herrero le arreó al bahiano tres sartenazos suburbiales nada más salir. Y Botehlo se plegó.

El Zaragoza se despertó un tanto en la segunda mitad. Hasta entonces su único aviso había sido un cabezazo franco que Oliveira mandó arriba. Lo animaron el animoso barullo de Songo'o y el sentido de Braulio. Hay que ejercer la generosidad para decir que en ese tramo fue superior al Salamanca. Pero una cosa es verdad: como a los perrazos de los dibujos animados, al Zaragoza le basta abrir un ojo para cazar al intruso. Justamente eso hizo Braulio. El canario apareció desde el banquillo en el lugar de Ewerthon y en siete minutos hizo que el fútbol girase un poco antes de decidir con un gol de ariete, terminando sin veleidades estilísticas una dejada de cabeza de Gabi. Ese tanto descabalgó al Salamanca de su largo liderato e instauró el nuevo régimen. El del golpe en la mesa.