Liga BBVA | Real Madrid 1 - Villarreal 0
Entre Robben y Casillas
Un golazo del holandés sentenció al Villarreal Los visitantes se tropezaron con Iker Los debutantes aprobaron: bien Lass y correcto Huntelaar
Lo mejor para el Madrid es la victoria, los puntos, la escalada. Después, más relajados, ya podemos hablar de los nuevos. Causaron buena impresión Huntelaar y Lass, especialmente este último, cuyas referencias eran difusas, pues se trataba de un futbolista sin vídeo promocional, sin goles reconocidos, sin una mala chilena en Súper 8. Ayer, ante la baja de Guti, Lass se descubrió como un futbolista con las virtudes de Makelele y alguna más, velocidad, pase de media de distancia, largo recorrido, influencia.
Además de las consideraciones técnicas, Lass se manejó con soltura, como quien se siente por fin en el lugar adecuado, con la tranquila confianza que otorgan los egos que rebosan. No es frecuente semejante actitud en un debutante. Los hay que pecan de discretos y los hay que ofenden por atrevidos. Al francés, sin embargo, no se le recuerda ni un rubor ni una extravagancia. Tocó, ordenó y robó, todo generosamente, y en esas tareas se complementó con Gago, que cumplió el mismo cometido sin tropezarse con el novato.
No cabe duda de que en la carrera por ser inscrito en la Champions, el futbolista antes conocido por Diarra II toma ventaja en relación a Huntelaar. Y no es que el holandés completara un mal partido. Hizo lo que se espera de un especialista, de un nueve clásico: jugó de espaldas, se fajó con dos centrales con cota de malla y hasta disfrutó de una ocasión que, si no terminó en gol, fue más por la inspiración de Diego López que por la mala ejecución del disparo. Se confirmó, por otro lado, que Huntelaar se hace liviano lejos del área, su verdadera zona de influencia. Su problema es que el Madrid ya no es un equipo que haga llover balones sobre el área enemiga. Robben, el único extremo sobre el campo, juega cambiado de banda, donde pierde pases de la muerte y gana goles que dan vida. El resto de acercamientos suelen ser frontales, construidos sobre paredes y triangulaciones, sobre el talento en rama, en definitiva.
Armonía.
Pero ya sabemos que incluso con ese dibujo abstracto de narices en el cogote el Madrid es capaz de componer ratos de buen fútbol. Es la ventaja de concentrar tanto ingenio, tantas armas, tantos primeros de la clase. La primera parte fue una prueba de esa floración espontánea e incontenible. Favorecido por la presión que impone el entrenador y que adelanta dos metros cada operación (ataque y defensa), el Madrid borró del mapa al Villarreal.
En los cinco primeros minutos el anfitrión sumó dos acercamientos de los que provocan brincos en la grada. En el primero, Mejuto se equivocó al señalar un fuera de juego de Huntelaar, que corría en solitario tras recibir un pase de Lass. Aquella jugada era un cuento de Navidad. Poco después, Huntelaar domó con la puntera un balón salvaje, catapultado por el feroz Heinze. El control fue tan sutil, tan delicado, que perdonó el error que siguió y algunos de los que vendrán en el futuro.
Entretanto, el Villarreal era incapaz de armar el juego, de ligar tres pases, de quererse. Le molestaba la presión, le picaba el traje, le abrumaba el Bernabéu. Con Senna desaparecido, Eguren era un vasallo sin señor. Cazorla y Pires tampoco aportaban consistencia al centro del campo de Pellegrini, desarbolado por la insistencia local.
Como en los últimos partidos del Madrid, no tardó en quedar claro que los planos del gol estaban en la bota izquierda de Robben. A los once minutos, el genio cruzó el campo desde la banda derecha a la medular, cambiando la cal de la banda por la raya de la frontal. Cuando encontró un hueco, disparó al larguero. No era un aviso, era un ensayo general.
Al filo de la media hora, Robben repitió el movimiento. Corrió en perpendicular tirando amagues que derribaban adversarios como si fueran balas invisibles; así cayó Senna, redondo. Cuando se le despejó el bosque de piernas, Robben chutó con el cuerpo entero y con la zurda de encaje. La enorme osamenta de Diego López no le sirvió para atrapar el balón, sólo para observar de cerca el vuelo, el efecto mortal de los balones que giran sobre su eje.
Solamente un estruendo semejante despertó al Villarreal. Nada más sacar de centro, Pires se plantó frente a Casillas y le probó la elasticidad en la asignatura de balones rasos y cruzados. Sobresaliente, debió juzgar. A partir de ese instante, Casillas no dejó de estar presente, de resultar esencial, como en aquellos tiempos de diez ángeles exterminadores y un ángel de la guarda, él.
La suerte del Villarreal es que tocar fondo también sirve para tomar impulso. El discurso del profesor Pellegrini en el descanso debió resultar convincente, tan cargado de argumentos como de imponentes silencios, que es como abroncan los padres que saben. El caso es que el Villarreal recuperó una parte de la fama, del prestigio y del fútbol. Ayudó una mentalización diferente, pero también la entrada de Joseba Llorente, que liberó a Rossi de responsabilidad y afiló el dibujo.
Alternancia.
El Madrid cedió por ese empuje o por el cansancio propio, tal vez por ambas razones. Lass falló un par de balones para demostrar su condición humanoide y Huntelaar cedió su puesto en el campo a Drenthe y en el esquema a Raúl.
Nada cambió. El Villarreal prosiguió con un avance que parecía dar más importancia a la conquista de metros cuadrados que al asalto del gol. Llorente probó de nuevo a Casillas por raso y el portero aprovechó para doctorarse en bajos fondos.
Los minutos se espesaron para el Madrid. Al mismo tiempo, la entrada de Ibagaza por Senna aligeró la maquinaria del Villarreal, que empezó a encontrar bandas y espacios. De una internada de Capdevila por la izquierda nació la mejor ocasión visitante. El pase del lateral superó la cabeza retráctil de Pepe y llegó a la de Rossi, que remató con gula. Casillas, que otra vez se ducha con agua bendita, repelió el proyectil con una mano incorrupta.
El Madrid todavía disfrutó de oportunidades para marcar. El entusiasmo espermatozoide de Drenthe propició un par de ocasiones por la banda izquierda. En una Diego López desactivó el tiro del atormentado Sneijder, que nos gusta hasta cuando juega mal. En la otra, el protagonista fue el propio Drenthe, que acertó en la potencia y falló en la colocación.
En el tiempo de descuento y ante el asedio visitante, Juande retiró a Robben y dio entrada a Metzelder, que apareció con una máscara para proteger su recién operado tabique nasal. No entro en la efectividad de la sustitución, pero quedó feo cambiar a un poeta con alas por un central con prótesis. Suerte que la victoria lo embellezca todo. El año parece mejor y el espíritu también. Con eso basta para soñar.