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Liga Adelante | Zaragoza 3 - Éibar 0

Supersónico Ewerthon

En el minuto 3 abrió la victoria Su velocidad mató al Éibar El rival tuvo una clara y falló un penalti Ayala cerró de portentoso cabezazo

<b>A LAS NUBES. </b>Yagüe tira por arriba el penalti del Éibar.
A LAS NUBES. Yagüe tira por arriba el penalti del Éibar.

La tentativa del Éibar en La Romareda comportaba la dificultad de una de esas alegres maniobras de reingreso a la atmósfera que hacen los cosmonautas. Es decir: que al Éibar se le iba a abrir en toda la tarde una rendija, un instante, quizá menos, para hincarle el diente al partido. Si no acertaba en el momento y lugar dados, su destino más probable consistía en que el Zaragoza lo dejara frito. Las leyes de la astrofísica funcionan así. Las de la superioridad del Zaragoza en su campo (dictadas por Ayala, Jorge López, Ewerthon y Oliveira), también. Y así ocurrió: el Zaragoza dejó frito al Éibar. Sostuvo su victoria más en los nombres propios que en un tejido colectivo, salvedad hecha del segundo gol, dibujado en una jugada de lírica poco habitual estos días. Lo demás fue una faena de aliño recubierta por el mérito de tres goles, cifra que revela suficiencia.

Menos estatura alcanzó el fútbol, gaseoso y discontinuo. Pero ponerle trabas a una victoria así de obvia supondría un exceso formal. A los ulcerosos mentales habrá que aclararles que lo que uno propone acerca de Marcelino no es echarlo, sino demandarle que su equipo ejerza con fútbol la ascendencia que se le supone, gane partidos y suba a Primera. Lo del fútbol ocurre pocas veces. algunos ratos; lo segundo sucede con menor frecuencia de la debida (según reconoció el propio Marcelino); y lo tercero proviene de lo primero y de lo segundo. Y si no lo entienden, un duelo a florete en el parque de Macanaz ayudará a resolver la disputa.

Respecto al partido, el Zaragoza consiguió lo que quería: convencer pronto al Éibar de que encontraría en La Romareda a un equipo inaccesible. La encarnación de esa labor fue el primer gol de Ewerthon, jugada disuasoria para un rival de alcance menor. El Zaragoza robó en el medio. Oliveira mandó la pelota a un hueco y Ewerthon corrió tras ella. La defensa del Éibar tiró el fuera de juego, pero se movió con la ligereza de un armario de doble fondo. Urzelai tenía ventaja y la perdió por el camino. Ewerthon rodeó al portero en otra aceleración y gritó el gol. El Éibar acababa de descubrir la velocidad del sonido.

Al palo.

El atribulado dispositivo vasco (con Larrazábal de bisagra) se había quedado sin sentido. Durante unos minutos, el Zaragoza se encendió y Oliveira tiró al palo un gol hecho. Sin embargo, el equipo de Pouso se las arregló para interrumpir esa erupción local y desviar el choque hacia un largo interludio. Salvo alguna carrera de los brasileños, que dejaban a los zagueros rivales en evidencia de lentitud, ese rato no pasó nada. El Zaragoza manejaba los hilos del partido y el Éibar apenas podía orbitar mientras bailaba lo que le dijeran, a la espera de una ventanita. Y la tuvo. Fue un centro que, al filo del descanso, Sutil puso a mayor gloria de su apellido. Toquero pasaría media tarde descolgando geranios en pelea con Ayala, y la otra media sintiendo cómo Pulido le masajeaba la paletilla. Así que ese centro de Sutil iba a ser la única vez que el choque le exigiese una cierta destreza a Toquero. La tuvo: el pelado metió el pie y... López Vallejo sacó la mano.

Ahí se acabó la historia, aunque la sentencia quedase diferida hasta que Zapater, Oliveira y Jorge López hilaron una delicia de jugada en el minuto 59. Ewerthon cabeceó el 2-0. Y Ayala haría el último a la salida de una falta: cabezazo portentoso de un poste al opuesto, en fotocopia de aquél que le marcó a Alemania en el Mundial de 2006. Para completar el inclemente destino del Éibar, Yagüe erró un penalti claro de Pulido, que se fue expulsado en un exceso del colegiado, bulto de mediocridad muy evidente. Sepa usted que los Teixeira son como los Calatrava, dos hermanos: Fernando y José Antonio. Nacieron en fechas diversas pero, si usted los viste de árbitros, no los distingue. Son igual de malos.