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Copa del Rey | Atlético 0 - Orihuela 0

El Atlético pasa entre pitos

El Atlético se clasifica en un pésimo encuentro en el que terminó pidiendo la hora. El público mostró su descontento increpando constantemente a los suyos y con pañolada final. El Orihuela realizó un honroso encuentro, y a punto estuvo de dar la sorpresa al borde del final.

Actualizado a
El Atlético pasa entre pitos
Felipe Sevillano

El Atlético de Madrid ha certificado su clasificación para los octavos de final de la Copa del Rey. Ese es el mejor dato que se puede extraer del encuentro disputado en el Calderón, y casi el único. El equipo 'B' de Aguirre (más Forlán) tenía ante si una doble misión. El pase en una Copa que atrae muy poco, y brindar a su público una noche plácida, una victoria holgada, en definitiva, dar una imagen digna. Pero eso es pedir demasiado para este equipo. En un espectáculo que terminó siendo esperpéntico, el equipo grande terminó deseando que colegiado pitara el final en medio de una pañolada general. Triste forma de rubricar el pase en el torneo del KO.

Al Atlético se le vio partido desde el principio. La distancia entre líneas fue la grieta que evitó a la balsa colchonera salir a flote del todo. Siempre navegó medio hundida, tratando de achicar el agua necesaria para conseguir el pase y la aprobación de su afición. Sin nexos de unión ni conjunción alguna entre sus hombres, el Atlético se limitó a dejarse llevar durante buena parte del encuentro.

La mayoría de no habituales alineados por Aguirre no entendieron el choque como lo que era (aparte de una eliminatoria copera con poca historia a priori), una prueba para demostrar que pueden ganarse un puesto en el once de gala del conjunto madrileño a la mínima oportunidad. La actitud de alguno de ellos llegó a ser incluso preocupante en algunos instantes del choque. La falta de intensidad en determinados lances fue evidente. Algunos apenas aparecieron en la primera mitad, caso de Banega, perdido entre la banda derecha y el mediocentro. Su batuta se echó mucho de menos. Con el argentino a sus quehaceres, Camacho fue quien recogió el testigo en el centro del campo.

Pero no todo fue desgana en los primeros 45 minutos. Un caso especial fue el de Luis García. El catalán sigue empeñado en demostrar que tiene sitio en este equipo. No paró de pedir el balón, de ofrecerse, encaró, buscó pases complicados y tuvo una clara ocasión que erró estrepitosamente. A pesar de tanta entrega, cuanto más lo intentaba, peor le salían las cosas. El Calderón parece tener ajusticiado al jugador, y le obsequió con pitos cada vez que tocó el balón casi desde el minuto 15 de encuentro. Aunque no fue el único. La defensa colchonera se llevó también alguno, sobre todo tras la única ocasión del Orihuela en la primera parte, en una doble llegada de Iban Espadas y Tevenet que Coupet resolvió salvando el honor de sus centrales.

El Orihuela por su parte se dedicó principalmente a verlas venir ante la poco predisposición de los locales. Dejó correr el reloj con la esperanza de que llegara alguna acción aislada que posibilitara la sorpresa. Pocos méritos para tan alto objetivo.

Bochorno, Coupet y pañolada

Pero los visitantes decidieron cambiar el chip en la reanudación. 45 minutos para la gloria, y si esta no llegaba, al menos disfrutarían poniendo de los nervios a todo un Calderón. Adelantaron las líneas, con riesgo evidente de que la delantera atlética ganara en una de estas la espalda a la zaga, más lenta y menos preparada físicamente. Trataron de tener el balón el mayor tiempo posible, y acercarse al marco de Coupet de cualquier modo. Llegados a este punto, las jugadas a balón parado eran la mejor opción.

Llegaron entonces los mejores minutos del Orihuela, que hasta en tres ocasiones pusieron en aprietos el marco de Coupet. El francés tuvo la fortuna de su lado cuando se encontró con el esférico cuando éste buscaba ya la red atlética. El escaso público que se dio cita en el Calderón dedicó a sus jugadores una soberana y merecida pitada.

La eliminatoria seguía estando en el aire, y el recuerdo de la gesta del Real Unión demasiado fresca en la memoria. Para las alturas de encuentro en que nos encontrábamos, esto ya era todo un logro para los hombres de García Navarro. Se podía seguir soñando, pero lo cierto es que con el cabreo del respetable, el Atlético espabiló, relativamente, y se metió lo justo en el encuentro para recuperar el control del juego.

Aún así, el dominio de la situación no significó una mejora evidente en el juego, ni mucho menos. De hecho, la tónica en lo que quedaba de partido fueron los silbidos. Cada vez que el Atlético terminaba una jugada de ataque con escaso éxito, el público abandonaba la indiferencia en que estaba sumido para abuchear a los suyos. Ya no se salvaba ninguno. El momento más triste de la noche llegó con la sustitución de Luis García, la gran pitada de la noche.

Aguirre daba entrada a Maxi. Antes había hecho lo propio con Maniche y luego llegó el turno de Simao. Tres pesos pesados para tratar de arreglar el triste espectáculo dado hasta el momento. La imagen mejoró sensiblemente. Los recién incorporados aportaron al menos la dosis necesaria de ambición, de ganas de ganar y agradar. Pero el resultado no se movió. Hasta Forlán envió a la grada un gol cantado. La noche estaba torcida, pero lo peor estaba por llegar. Era de esperar, es el Atlético. El conjunto local terminó el choque encerrado en su campo ante el acoso del modesto. Incluso Coupet salvó con la punta de los dedos el tanto que empataba la eliminatoria, en un lanzamiento lejano de Brenes que toca en un jugador rojiblanco dificultando la labor del francés. La mejor noticia llegó poco después, cuando el árbitro pitaba el final. La pañolada que se vivió a continuación lo dice todo. No hacen falta más comentarios.