Copa del Rey | Real Unión 3 - Real Madrid 2
El honor de los bisabuelos
El Real Unión de Irún defendió su orgullo de club histórico, ganador de cuatro Copas. El Madrid empató por dos veces, pero le faltó entusiasmo
Se puede llegar a entender que un gran equipo tenga dificultades de aclimatación en la Copa. Los partidos se encajan entre la tensión competitiva de Liga y Champions, y la relajación que sobreviene por enfrentarse a un rival teóricamente inferior se completa con la posibilidad de enmendar los errores en campo propio, ventaja que la Federación concede amablemente a los clubes ricos.
Sin embargo, cuando los problemas de un grande se convierten en sistemáticos (quince años ya) hay que pensar que de la cultura del club ha desaparecido el aprecio por el torneo. Es responsabilidad de los jugadores, por supuesto, pero también es culpa del ambiente: igual que se heredan los desafíos se contagian los desprecios, y se olvida que el prestigio del Madrid se sostiene en carreteras secundarias. No es casualidad que Bernabéu primara las victorias en los amistosos y subiera la cantidad si terminaban en goleada. Él también inventó el marketing.
El Madrid perdió en Irún y ni siquiera le cabe la excusa de la pasividad o el letargo. El equipo corrió y se fajó, pegó, recibió y terminó manchado de barro y sudor. Pero le faltó ilusión por el partido, entusiasmo por la victoria, orgullo colectivo. Le faltó, en definitiva, lo que tuvo el Real Unión sin tener apenas de lo demás.
La victoria local fue un canto al trabajo y al optimismo. Dos veces se adelantó el equipo irundarra y dos veces fue empatado, sin que eso minara un ápice su ánimo. Tampoco se intimidó por la diferencia de recursos, ni por los arreones del Madrid, repletos de balas que silbaban por los postes. Era su partido, el momento de sentirse miembro de un club histórico que defiende cuatro Copas y el honor de los bisabuelos.
Huracán.
La felicidad estalló en gol al primer minuto. Juan Domínguez, donostiarra criado en la Real, se merendó a Michel Salgado por rapidez y habilidad, encaró a Dudek y lo batió cruzado. Tan fácil si crees, si corres, si gozas.
Con el gol a favor, el Real Unión entregó el campo y esperó al Madrid en la línea invisible de los tres cuartos, arriesgando el bigote, pero convencido de los contragolpes que vendrían. A ellos se lanzó sin guardar la ropa y por uno de ellos encajó el primer gol. Guti, que hoy cumplirá 32 años, avanzó y trazó un pase que era una hipotenusa. Higuaín lo remató de un solo toque, preciso y diligente.
Sucedió entonces el accidente de De la Red y le siguieron momentos de confusión, pocos. Al rato, el Real Unión dominaba otra vez, al ritmo del exquisito Villar y del explosivo Juan Domínguez. Ellos se aliaron en el segundo tanto local: centró el primero, templado, y cabeceó el segundo, picado.
El equipo de Schuster no pudo empatar hasta la segunda mitad. Saviola, que antes había fallado un gol de los que condenan, se rescató, si aún es posible, con un tiro a la escuadra. Ese pareció el límite del Real Unión, pero era el límite del Madrid.
Goikoetxea remachó el tercero a bocajarro y premió el esfuerzo inagotable de su equipo, su esperanza, el respeto a esos bisabuelos que anoche habrán gritado, desde algún lugar nublado, aúpa Irún.