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Liga de Campeones | Atlético de Madrid 1 - Liverpool 1

Simao pone a tiro los octavos

El Liverpool avasalló de inicio. El gol de Keane, ilegal. El Atleti reaccionó a tiempo. Basta ganar al PSV.

<b>AL POSTE. </b>Simao lanzó al poste en el minuto 56. Su remate cruzado lo tocó ligeramente Reina y el balón se estrelló en el palo. Fue una ocasión clara para el Atlético.
AL POSTE. Simao lanzó al poste en el minuto 56. Su remate cruzado lo tocó ligeramente Reina y el balón se estrelló en el palo. Fue una ocasión clara para el Atlético.

En el descanso, con 0-1 para el Liverpool, alguien me dijo: "Buen resultado para el Atleti". Todos asentimos. Los de Benítez habían dominado con tal soltura, que muchos aficionados rojiblancos andaban debatiendo a quién preferían, si a Rijkaard o a Víctor Fernández. Pero en el vestuario el Atleti recordó que llevaba demasiado tiempo esperando este partido como para ni siquiera ofrecer batalla. Mejor morir como valientes que seguir dejándose avasallar como niños asustados. Y mejor aún no morir, por supuesto. Y eso sucedió gracias a Simao, de nuevo el mejor, que dio el puntito que pone los octavos a tiro. Con ganar al PSV, se aseguran. Ya llueve menos.

La alineación experimental de Aguirre fue música de ascensor, ni molestó ni aportó. Los chavales Domínguez y Camacho cumplieron, sobre todo el medio, que merece contar más a partir de ahora. Seitaridis prosiguió con su cruzada contra la razón, tomando siempre decisiones entre sorprendentes y desesperantes, y Luis García volvió a jugar con un antifaz puesto, pero uno sin agujeros en los ojos: recibe, se lía y la pierde. Y arriba sin Kun, ni fu ni fa, aunque Forlán dio alguna señal de recuperación.

Con este panorama , el Liverpool se dio un paseo. Mascherano robaba, Xabi ordenaba y Gerrard creaba, todos a un nivel altísimo. El Atleti correteaba detrás de la pelota como cazando gamusinos. Sin embargo, sin Torres los reds atacan con tirachinas en vez de con cañones. Mucho dominio, pocas ocasiones. Sólo acertó a los 13', cuando un estupendo pase interior de Gerrard dio medio gol a Robbie Keane. La otra mitad se la dio el juez de línea, que se tragó el fuera de juego. Su exhibición acababa de empezar.

Con la ventaja, el Liverpool debió y pudo matar el partido. Pero Keane se marcó una frivolité al intentar rematar de tacón otro pase de Gerrard, que bastaba con soplarlo. Y el descanso llegó salvador. Aguirre metió a Kun y su mera presencia levantó al Atlético, que está llevando el término dependencia a otro nivel. Poco después, Benítez echó una manita a Aguirre reservando a Gerrard y, más tarde, a Xabi. El panorama cambió radicalmente.

Los jueces de línea, no. En el 49', nivelaron la balanza red con un gol mal anulado a Benayoun; en el 51' se quedaba sólo ante Reina cuando se disparó un nuevo banderín miope y, en una triple pirueta final, invalidaron el empate de Maniche en el 55' por otro fuera de juego que ni lo fue ni lo pareció. Uno jamás pensó que un paño fosforito con un palo pudiera crear tal caos.

Cuando los hombrecillos de las bandas acabaron su actuación, entró en escena Reina. Fue como poner a la orquesta Brillantina teloneando a Springsteen. El madrileño estuvo descomunal, poniendo otra pica en un estadio que sueña con tenerle de residente. El paradón de la noche fue una mano salvadora para desviar al poste un tiro de Simao que parecía inalcanzable. Después, se toparon con él Maniche y Miguel y descolgó cada balón aéreo como si el resto fueran hobbits.

El empate.

Pero la historia de este partido, que la afición del Atleti lleva jugando dos meses, merecía un final distinto. Y Simao había aprendido en su primer choque con Reina: jugada similar, mismo sitio, mismo zurdazo cruzado, pero aún más ajustado. Gol y estallido en las gradas. En el último instante, Babel casi destroza la fiesta, pero su cabezazo a bocajarro se escapó fuera y pasó lo que tenía que pasar.

Todos querían empatar y empataron. Ambas aficiones dieron un espectáculo ejemplar, cánticos, abrazos y bufandas cruzadas. Y entre tanta paz, Atleti y Liverpool ponen pie y medio en octavos. Parece que ninguno caminará solo.