El Rico Pérez acogió el derbi más derbi de las últimas temporadas. Los ingredientes habituales con los que se fabrican los clásicos estaban en la coctelera: dos enemigos irreconciliables, una afición local numerosísima y entregada, una visitante menor en número pero con ganas y fuerza para acallar a la masa, tensión en el calentamiento... La mañana prometía grandes emociones. Y el duelo de rivalidad provincial comenzó confirmando lo que se venía apuntando: juego trabado, dos rivales nivelados pese a que la clasificación dictaba otra cosa, predomino de la táctica sobre la técnica... Lo típico de los clásicos. Sin embargo, el cóctel se transformó en ungüento porque al derbi le falto el ingrediente fundamental, ese sin el cual la Coca Cola no sería la Coca Cola. En este caso: el fútbol.
Como bien vaticinaron los veteranos de los dos bandos en la previa del derbi, la diferencia de juego, calidad y rendimiento entre uno y otro equipo de nada iba a servir en un duelo tan tensionado. El Hércules no ofreció, en ningún momento, la imagen de aspirante a todo y el Elche, por el contrario, borró de la mente de su afición la idea de verse en Segunda B antes de Semana Santa. Y es que un poco por las características que rodean a un clásico, otro poco porque los de Mandiá nunca trenzaron su vistoso fútbol de ataque, y otro poco porque los de Claudio demostraron que pueden llegar a ser un bloque más o menos fiable, el duelo más desnivelado de los últimos años acabó en empate técnico. Si en vez de fútbol se hubiera tratado de un combate de boxeo, los jueces las habrían pasado canutas para dilucidar el ganador.
Y eso que en el primer ataque del partido Morán quiso emular a Van Nistelrooy tras un jugadón de Tote y un centro de Tuni que el madrileño no remató con limpieza. Así todo Caballero tragó saliva para detener el balón. Fue la chispa que terminó de encender a la afición blanquiazul. Desde el comienzo, el Hércules llevó el peso del juego y se intuía que a poco que Tote le saliera alguna de las que estaba intentando podía llegar el primero. El Elche aguantaba bien plantado atrás, muy junto y sin pasar demasiados apuros. Eso sí, Calatayud habría sido más útil para el Hércules sosteniendo una de las banderas de los Herculigans que haciendo de portero-espectador. El único disparo foráneo en la primera mitad lo mandó fuera David Fuster.
Sin embargo, en el minuto 38 el partido dio un vuelco. Tote se llevó la mano a la parte posterior del muslo y el Rico Pérez entero comenzó a temblar. El Hércules sabía que se quedaba sin guía y el Elche se relamía al comprobar que su principal amenaza estaba fuera de combate. Claudio, desde la banda, azuzaba a sus hombres mientras el madrileño se retiraba, como si de una celebración de un gol se tratara. Tal fue el desasosiego que le entró al Hércules que, entre que Tote se iba y no se iba, desaprovechó un libre indirecto dentro del área sin apenas disparar a puerta. Sendoa se resbaló en vez de encañonar a Willy. En la jugada siguiente, el Elche lanzó una contra que Farinós desactivó cuando Miguel ya estaba con la caña preparada.
Paso al frente.
Tras el descanso, Claudio ordenó adelantar sus líneas sin perder el empaque que había tenido en la primera parte. Y la apuesta le salió bien. El Elche, en 20 minutos, había disparado más a puerta que en toda la primera mitad. Con Santos al mando de las operaciones, apercibió a los alicantinos de que su equipo también era capaz de hacer daño. El Hércules era una sombra de lo que había sido hasta ayer y sin Tote nadie era capaz de generar nada dañino contra el Elche. Mandiá cambió el tercio y puso dos tanques en medio de la hasta ahora tranquila línea de centrales franjiverdes: Delibasic, que volvía tras su lesión, y Rubén Navarro. Se trataba de cambiar el toque por el fútbol directo pero alguien se olvidó de avisar a los medios herculanos de que había que mandar balones largos. El debutante Caprari pudo poner el Rico Pérez patas arriba casi al final. Pero no acertó a empujar un balón de oro de Dani Benítez.