Raúl sostiene al Madrid

Primera | Real Madrid 2 - Espanyol 2

Raúl sostiene al Madrid

Raúl sostiene al Madrid

El capitán igualó el partido por dos veces. El Espanyol, brillante en la primera mitad. El Madrid no supo resolver en su asedio final. Volvió Sneijder

Para salir a hombros en el partido de ayer (y en los que en su vida le restan) a Raúl sólo le faltó marcar el tercer gol, el del triunfo. Y no hubiera importado la factura: celestial o ratonera. Sólo el gol, el balón dentro. No lo consiguió, pero el bonus rebosa de vidas, cupones o puntos, canjeables en los comercios del ramo por crédito y admiradores que nos recordarán que Raúl todavía está para estos partidos y otros parecidos. Y no hay quien lo niegue.

La proeza de Raúl se quedó a las puertas de un último tanto, pero no hay que olvidar que sus dos goles levantaron al Madrid de la lona, al tiempo que frenaron al Espanyol cuando iniciaba las maniobras de despegue. Eso valieron sus goles, el empate, aunque todo lo ocurrido en la segunda mitad nos confunda, porque en la memoria permanece lo más fresco, ese asedio final que encerró a los visitantes mientras el Madrid arrojaba al fuego hasta la corneta.

Pero en el balance final de altas y bajas, de ruinas y edificios en pie, no hay esqueleto más reconocible que Raúl y su mono de pintor, ya discutiremos la brocha. Conocidas las secuelas de la edad, su actuación nos reafirmó en sus virtudes eternas: Raúl es un experto en reciclaje. Consigue hacer algo útil de lo que parece inútil y, cuanto mayor es el desperdicio, más grande resulta su beneficio. Como esos creadores vanguardistas que curiosean entre la basura, Raúl se alimenta de lo que abandonan los otros y construye sus goles de objetos inservibles, como balones llovidos o patadas al aire. Raúl reina en el mundo de los tuertos y en el país de los pusilánimes y los distraídos. De modo que cuando un partido llega a ese territorio de cardos y ortigas, donde el fútbol se extravía y se pierde la tensión, Raúl es el único que no se pincha, o que se pincha y se aguanta, o que se pincha y disfruta, que también pudiera ser eso, el dolor.

Y si hablamos del grosor de la brocha, no comparto el juicio de quienes consideran que el ingenio de Raúl se acompaña de escasos recursos técnicos. Es verdad que jamás disfrutó de un disparo de cañón, pero sus vaselinas y sus regates entre bayonetas no están al alcance ni del tarugo ni del oportunista, por muy vivo que sea. Es el arrebato, la agonía permanente, lo que aleja a Raúl de la estética de los elegantes. El capitán sufre y esa no es condición que relacionemos con los artistas sublimes.

Entre Raúl y Raúl, fue un partido frío sin que lo hiciera. La razón es que el Madrid no encontró motivos suficientes. Para quien viene de una guerra en San Petersburgo el templado otoño de Madrid se confunde con un balneario de albornoz y martini seco. Tampoco bullía el Bernabéu, que es un estadio que nunca inicia la conversación. Y eso le distingue: se trata del único campo del mundo donde el público todavía se comporta como un cliente y no como un rendido.

Pequeño genio. A esas condiciones ambientales hay que añadir un buen Espanyol, que se afinó sobre la marcha y al contacto con Iván de la Peña. Su regreso al once era más que una novedad en la alineación: era un rescate. Su imaginación y su capacidad para descubrir líneas de pase marcan la diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario. De la Peña completará una notable carrera profesional, no hay duda, pero siempre nos quedará la sensación de que pudo ser brillantísima.

El Madrid tropezó con otros problemas, además de la falta de estímulo. Sin Robben, el equipo se apelmaza pesadamente en el centro del campo. Y en ese dibujo de pollo sin alas, sólo pechuga, los laterales no bastan: Sergio Ramos debe recorrer demasiado campo para sumarse al ataque y Heinze, que conoce sus limitaciones, apenas lo recorre.

Con ese panorama, el Espanyol se fue apoderando del balón y de forma espontánea se inclinó hacia sus mejores futbolistas, que son De la Peña y Nené, en primer término, y Luis García y Tamudo en la siguiente línea. Aunque tal vez haya que sumar a ellos al argentino Román, muy activo a pesar de sus constantes resbalones, lo que nos hace imaginar a un gran futbolista cuando le retiren los patines.

Después de varios acercamientos del Madrid, más automáticos que apasionados, Heinze hizo penalti a Tamudo. La falta fue rotunda. Producto del ímpetu y del rocío, el argentino se llevó por delante al delantero, que transformó la pena y dejó a cero el contador de sus penas: no mojaba desde el 5 de enero.

No lo celebró demasiado el Espanyol porque conoce la historia del Bernabéu en carne propia. Y tampoco tuvo tiempo. Cuatro minutos después, Sergio Ramos avanzó hasta la frontera de su resuello, a un par de metros de la frontal del área enemiga, y desde allí centró con leve rosca. Pasaron muchas cosas con el balón en el aire: Van Nistelrooy reclamó penalti braceando como un molino, su asesino se ocultó detrás del espantapájaros y, cuando creímos imposible que sucediera algo más, apareció Raúl. Tan encomiable como su cabezazo fue la paciencia y la fe, aguardar el balón entre tantas cortinas.

Persistencia. Ni se inmutó el Espanyol. Siguió tocando, abriendo, buscando. Hasta que Román chutó un balón cruzado que pudo ser tiro flojo o pase fuerte, a elección del consumidor. Luis García eligió pase y marcó el segundo.

En los minutos que siguieron el equipo de Tintín rozó el tercero. Fue el propio Luis García quien estrelló en el palo un lanzamiento de falta con barrera de espumillón. En la continuación de la misma jugada, Moisés cabeceó con la oreja cuando le hubiera bastado con poner el cráneo sólido.

Corría el minuto 46 cuando Raúl volvió a empatar. Le mandaron un balón imposible y con la cabeza evitó que se perdiera por la banda. Van der Vaart tocó el rechace y Raúl volvió para apoderarse de ese melón forrado en cuero. Allí, en el área, rodeado de defensas barbudos, bailó su danza, esa revolera con la que burla piernas y dificultades. Se retorció con suerte, regateó con tino y marcó con angustia. Raúl puro.

En la segunda parte Robben entró por Van der Vaart y Lacruz por Pareja. En ambos casos ganó el Madrid, aunque el Espanyol siguió pugnando. Nené, Tamudo y Luis García, siempre inspirados por De la Peña, tuvieron cerca el tercero. El resto fue del Madrid. Ya con Sneijder sobre el campo, encadenó ocasiones que, para su desgracia, se repetían en los terrenos de Kameni, con imán para los tiros a quemarropa.

Robben se retiró a los 23 minutos por problemas musculares, pero el Madrid mantuvo el acoso. Sólo Drenthe fue una distorsión en ese empeño. Su única aportación fue fingir una falta en la frontal que Moisés despejó luego con el brazo. Una por otra. Diarra se ganó la expulsión y Pérez Burrull acertó por primera vez al pitar el final. Todos iguales, así se fueron. Menos Raúl.