Primera | Quinta jornada
Multifútbol
Madrid y Barça ganaron en la Zona Cesarini. Los blancos porque tienen a Van Gol, los culés porque tuvieron a Medina. El Villarreal sabe moverse ya con hechuras de grande y el Valencia, el líder, vuelve a acostumbrarse a ganar. El Sevilla se acerca a las alturas a costa del Atlético, que dio la de arena en el Calderón.
La Rosaleda estalló tras 394 minutos
Gol es alegría y la gente de La Rosaleda se nos ha llevado 394 minutos triste, desde que el balón echó a rodar a finales de agosto hasta ayer, cuando uno de los suyos la mandó por fin a la red. Le tocó a Lolo, que no tiene nombre de goleador y al que tampoco se le conocen idilios con la pelota. Fue en una jugada enmarañada, tras córner. Sin brillo ni estética. Lolo la pegó mordida, pero el malaguismo estalló, porque gritar gol es descargar una manada de frustraciones, una terapia antiestrés como pocas se conocen. Luego, Adrián culminó un contragolpe e hizo el segundo, qué derroche. Todo se retrasa, excepto las facturas. Todo llega, incluso la alegría, el gol, el amor.
El villarreal ya sabe picar como una avispa
En Villarreal han aprendido muchas cosas durante estos años de lenta pero segura ascensión hasta las cumbres, como la buena gestión, la cantera ejemplar o el gusto por el fútbol digerido. Pero hay cosas que no se adquieren con la experiencia, intangibles que rodean sin ocupar espacio a los grandes equipos, los de siempre o los que se forjan. Para simplificarlo lo denominan suerte, pero no es sólo eso. Es moverse como una mariposa y picar como una avispa, como escribió Mailer sobre Ali vs. Foreman en la jungla de Zaire. Es no necesitar de un juego precioso durante 89 minutos y resolver en uno. Es Rossi, Nihat, Diego López, Fernando Roig. Cuidado, que vienen los amarillos.
Era ruud y fue gol
Se agota el minuto 91 cuando el empate está a punto de posarse sobre Heliópolis. Un tipo acaba de recibir la pelota, solo. El beticismo se pregunta: "¿Quién es?" El madridismo lo desea: "¡Que sea él!" Se cumplen los miedos y las esperanzas cuando asoma el dorsal: número 17-Van Nistelrooy. No un pájaro ni un avión, sino un goleador como la copa de un pino, un especialista como no se ha conocido en tiempos. Ni siquiera Ronaldo, que antes de quedarse para 20 metros tuvo muchas más virtudes que el gol. Al brasileño se le veía venir por físico, calidad, potencia. A Van Nistelrooy, de pinta pataco, te lo esperas Charlot y te lo encuentras Rambo. Casto lo sabía. Y Arzu, y Juanito. Sólo Nelson, un recién llegado al que no le gusta defender, se olvidó del orsay. Pues sí, era Ruud. Y era, como fue, un gol.
Al argentino Banega sólo le sobra la noche
Aguirre propone un fútbol directo porque Agüero convierte los melones en balones y los balones, en gol. Por eso el Atlético no tiene tiqui-taca: rumia la jugada en los últimos metros, con Simao en la penúltima carrera por la banda o Maniche en el último pase por el centro. Ninguno de los dos portugueses estaba en condiciones de enfrentarse al Sevilla y el mexicano le dio la manija a Banega, que llegó a Valencia con los rigores de la crisis y el invierno y que, sin sitio en Mestalla, prueba ahora en el Calderón. Sus apariciones esporádicas, incluida la de ayer, han sido una dulce sorpresa para los aficionados atléticos, que le creían trotón y le han descubierto delicado. Lástima que la fiesta, confusión de divas y vedettes, le haya puesto tantas zancadillas a este cinco argentino. A los 20 años puede aún pegar un volantazo y reconducir su carrera: mimbres y calidad tiene. Le sobra la noche.
El personaje. Medina Cantalejo
El chaval lloraba, asustado. Era su primer día en un campo de fútbol, el regalo de cumpleaños amargado por unos vándalos con bengalas y por un árbitro de silbato peleón. Por suerte, a los primeros ya les soportamos poco porque Laporta les echó del Camp Nou, en una de las decisiones más acertadas del últimamente descaminado presidente culé. Aunque ellos sigan colándose por las rendijas del sistema. Mal por los que les dejan y mal por los futbolistas azulgrana, que no deberían dedicar la victoria a quienes no saben saborearla porque no les importa el fútbol. A Medina, por desgracia, tendremos que seguir aguantándole cacicadas como la del sábado: le costó un mundo pitar el final y no le costó nada inventarse un penalti, qué mala conciencia crea en esta gente perjudicar (o creer haber perjudicado) al Barça. El sábado, tras la medianoche, aquel niño dejó de llorar y su padre prometió llevarle al próximo partido en Montjuïc, ya sin cafre de por medio. Este a veces maldito, pero amenudo bendito deporte casi siempre nos da una segunda oportunidad. El fútbol no era eso, afortunadamente.