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Liga de Campeones | PSV 0 - Atlético 3

La Champions ya adora a Kun

El Atleti brilló en su regreso a la élite. Agüero se exhibió con dos goles. Maniche cerró la cuenta. El PSV fue sólo Amrabat y Afellay. Forlán se lesionó

<b>UNA PIÑA.</b> Agüero y Sinama reciben el abrazo de sus compañeros tras la jugada entre ambos que acabó en el segundo gol rojiblanco.
UNA PIÑA. Agüero y Sinama reciben el abrazo de sus compañeros tras la jugada entre ambos que acabó en el segundo gol rojiblanco.

Me cuesta escribir crónicas de victorias cómodas, aplastantes, sin comedia ni épica, sólo fútbol puro y duro. Tendré que acostumbrarme, porque con Agüero el Atlético se va a hinchar a ganar partidos así. Bendito problema. Volvía el equipo rojiblanco a la Champions y, si alguien tenía dudas de si respondería, las borró en hora y media. Lo que tardó en demoler al PSV con una actuación completísima de casi todos sus futbolistas y una exhibición más de su estrella. No hay competición que le quede grande a Kun.

Y eso que su primera aparición fue fallida. A los 32 segundos se plantó ante Isaksson y, en vez de regalarle el gol a Forlán, chutó contra el portero. Pero esa oportunidad confirmó el mensaje que ya había lanzado Aguirre al elegir a Luis García y no a Raúl como sustituto de Maniche: el Atleti salía a ganar. Y esto que parece una perogrullada no lo es, porque los rojiblancos llevan años estrellándose contra su falta de grandeza, especulando con temores mayores ante rivales menores. Ayer, en el mejor escenario como es la Champions, cambió el chip: somos mejores, demostrémoslo. Y así lo hizo.

Nada más empezar, el PSV ya estaba temblando. Es un equipo jovencísimo para el que un soplido resulta un susto de muerte. Aun así, mantiene el gusto por el toque que es religión en su país y dos chicos con un futuro brillante. Afellay, más futbolista, y Amrabat, más osado. En Holanda el talento crece como la hierba. Pero en Argentina también.

Tras el primer amago, se acabaron los avisos. A los 8 minutos, Forlán recuperó un balón, Maniche maniobró de maravilla en la frontal y Luis García se la puso a placer a Agüero. El 0-1 fue un fogonazo, porque este Atleti sólo sabe jugar a toda velocidad, moviéndose como pez en el agua en el ritmo frenético que marca el redimido Maniche. El aparente caos pone de los nervios cuando la ventaja invita a la pausa, pero casi siempre le resulta rentable. Y es muy entretenido.

Sin pausa. El resto de la primera parte fue un torbellino. El PSV sólo inquietaba con disparos lejanos, mientras Agüero seguía con sus cositas, como un centro inverosímil que Forlán no alcanzó por falta de fe. Error: si está Kun, no hay imposibles. Pero cuando se mascaba el segundo, Forlán se lesionó y los dañinos fantasmas del pupas asomaron la cabeza. Entonces Agüero se la hundió de un martillazo.

Sinama, otro que no entiende la vida si no es a la carrera, se fue por la banda izquierda y centró al corazón del área o, lo que es lo mismo, al territorio de Kun, que recibió, protegió la pelota y marcó de un zurdazo como el que canta. Así es él, insultantemente bueno.

Tras el descanso, el PSV sacó el orgullo de un campeón de Europa y se fue arriba entregado a la clase de Afellay, los caracoleos de Amrabat y la relajación del Atleti. Bueno, de parte del Atleti. Porque en esa siestecilla se agigantaron Leo Franco, Heitinga y, sobre todo, Ujfalusi. Si sólo a base de su ataque los de Aguirre fueron cuartos el año pasado, es lícito que sueñen con más ahora que han descubrieron esa cosa llamada defensa.

A los holandeses les duró la fe un suspiro, lo que tardó Maniche en zanjar el asunto. Simao, que sigue de dulce, robó un balón cerca de área y se la dio a Luis García, otro que ha vuelto en sí, para que le metiera un pase interior de mucha calidad, túnel incluido, al portugués. Punto final. A partir de ahí, sólo el árbitro Rosetti siguió motivado, obviando un penalti a Simao y sacando una amarilla alucinante a Perea. Son el adalid de un mundo sin fronteras: todos igual de absurdos. Pero la fiesta del Atleti no iba a deslucirla nadie. La Champions y Agüero estaban condenados a enamorarse. Y fue un auténtico flechazo.