Insistente, tenaz, perseverante, contumaz y, sobre todo, comprometido con la causa. Así fue el Hércules ayer. Una vez se le difuminó el talento y la fluidez en el juego con la que comenzó el duelo, el equipo de Mandiá se unió más que nunca y lo intentó a la tremenda. La fortuna, o quizá la justicia, le obsequió un punto cuando ya estaba todo perdido. Era el último intento blanquiazul, minuto 93, los futbolistas locales poblaron el área rayista con más ansia que convencimiento en sí mismos. Nadie conectó el balón, sin embargo, Amaya, ejemplar durante todo el choque, se marcó un remate inapelable para su portero Cobeño y tiró por tierra el entramado defensivo de Mel.
El Hércules comenzó arrollador. Tal y como lo había dejado en Córdoba hacía seis días, el mejor equipo de la primera jornada siguió a lo suyo, esta vez empujado por una animada grada. Tuni desbordaba a su par siempre, Farinós ejercía de mariscal en el centro y Tote creaba peligro cada vez que entraba en contacto con el balón. Fruto de ese dominio abrumador llegó la primera ocasión clara. Una combinación Tote-Delibasic, dejó al madrileño ante Cobeño. El portero le ganó la partida. Poco después, otra vez Tote estuvo a punto de desnivelar la balanza tras una gran jugada de Tuni, por banda izquierda. El gol era cuestión de tiempo.
Y llegó. Pero lo hizo en la portería contraria. Collantes había avisado al disparar al palo pero fue Aganzo el ejecutor. En un balón bombeado sin apenas peligro apareció uno de los deseados durante el verano. Aganzo dibujó un control perfecto acompañado de una media vuelta que dejó sentado a Paz. Una vez ahí, sólo tuvo que fusilar a Calatayud.
El tanto del Rayo sentó como un golpe en la boca del estómago para el Hércules. Todo lo que estaba haciendo bien, lo pasó a hacer mal y encima el Rayo juntó todavía más sus líneas asfixiando a los jugadores de creación herculanos. Tuni, Sendoa y, sobre todo, Tote se ahogaban ante cada franja roja que encontraban en su camino.
Mandiá intentó que el balón cogiera velocidad introduciendo a Aguilar y a Morán, tras el descanso, pero Mel ya había montado una tela de araña defensiva en la que moría cada ataque local. Ni Morán, ni Tote, ni Delibasic, ni Tuni se lograron zafar de un sistema de ayudas que rayaba la perfección. En el centro de todos esos ataques frustrados, Diamé, que crecía a pasos agigantados.
El Hércules estuvo a punto de arrojar la toalla cuando en la única jugada trenzada después de una hora, Delibasic mandó su cabezazo fuera. Pero no lo hizo. Sabedor de que toda fortaleza tiene su grieta, lo volvió a intentar. Amaya la encontró, sin querer, y regaló un punto al Hércules que sabe a victoria. Un punto de compromiso.