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Copa del Rey | Real Sociedad 1 - Zaragoza 0

Partido de pelota vasca

El Zaragoza cayó sin fútbol ni amenaza. La Real, sin alardes, le ganó moviendo el balón

Marcos termina la jugada con un toque de izquierda
Marcos termina la jugada con un toque de izquierda

En este Zaragoza post-moderno campea la fugacidad. En estos dos últimos años todo parece fuego fatuo. Más fugaz que nada ha sido la Copa del Rey. Aquí no se puede proteger nadie detrás de los 41 partidos que quedan por delante en la Liga, estúpido placebo que nos aplicamos el sábado después de la astracanada de Levante... Aquí no hay más. Ganó la Real Sociedad por un golito y un tanto así de fútbol. No mucho en términos absolutos pero, en comparación con el Zaragoza, otro mundo. Suficiente contra esa reunión de jugadores que hoy es el equipo de fútbol aragonés. Que es aragonés, o lo que queda del concepto, pero desde luego ni es equipo ni lo asiste el fútbol.

Aunque el partido retrató dos estilos disímiles, en realidad no se trata de estilos. Discutir de estilos en el fútbol se antoja falaz, porque todas las formas de juego son susceptibles de gustar y desde luego de ganar. Ahora que los científicos han descubierto el gen-343, ese que hace al hombre ser infiel por naturaleza (condición que Woody Allen definió hace mucho, usando sus gafas de pasta como microscopio), habrá que investigar si el gen futbolístico del zaragocismo admitirá perder (y hasta ganar) sin ver a sus futbolistas dar tres pases seguidos. Como dijo Marcelino. No tuvo perfil, ni bandas, ni medio, ni defensa ni amenaza arriba.

Enfundado en una castaña como un piano, el Zaragoza de hoy le ofrece a su fiel espectador un par de posibilidades: aburrirse o pasar pena, según el grado de implicación emocional. Son dos opciones, oferta generosa salvo por su contenido. Entre aburrirse o pasar pena, el sábado muchos eligieron regresar a la siesta o armársela postrera, con la tarde avanzada, el sol bajando la cabeza para asomarse a las ventanas. También los hay que se aburren y lo pasan mal. Son los del todo incluido, que en Cancún van con pulsera y aquí con ojeras y ardor de estómago. Para ser uno de esos basta con mirar el partido más allá del descanso. Más pronto que tarde, el Zaragoza termina por dar pena.

Leve mejora. Fue tan incalificable lo del sábado que ayer quisimos ver una mínima progresión en detalles casi pueriles: como que los defensas defiendan con orden; o que hubiera una ocasión cantada de Ewerthon que Zubikarain convirtió en córner. Esa generosa imagen se deterioró a toda prisa. Lo que le costó a la Real manejar la pelota. Lejos del área, es verdad, otro matiz de estilo que a Marcelino le parece decisivo y que a Lillo no le importa, porque cree en la posibilidad de demorar la elaboración para que la jugada aflore sola. El Zaragoza es su antítesis: practica el fútbol de asalto y presión. Pero mal. Ahí, los centrales son pelotaris zagueros, que juegan a la pelota vasca. Anoeta es un estadio o un velódromo, pero no ya un frontón. Ahora se llama Atano III, y ahí pegan los manomanistas unos pelotazos que no se los salta Pulido.

Hay que recordar que a Lillo lo sacamos de esta ciudad a gorrazos en cuatro días, lo que completa la ironía. Porque ayer su Real Sociedad dirigió el choque con la pelota como timón, y esa sola idea nos pareció una forma mayor de fútbol, sin serlo. La Real ganó primero la posesión, lo que condujo al Zaragoza a una veloz decadencia, y a la vuelta del descanso ganó la eliminatoria. Elustondo cazó con una pelota perpendicular a Pulido y Pavón, que tiraban un fuera de juego. Marcos fue al otro extremo del cordel, cabalgó contra López Vallejo y lo batió sin vacilaciones.

Aunque reclamó un penalti por mano con mucha razón, en desventaja el Zaragoza entró en barrena. Gerardo pudo hacer el segundo en una volea de otro planeta y Xabi Prieto ensayó la filigrana. En busca de soluciones, Marcelino armó un totum revolutum medieval: metió a Caffa arriba (inerme en la banda, es verdad), introdujo a Adriá, bajó a Arizmendi por afuera, puso a Sergio de central y adelantó a Pulido al pivote... Antes ya había barajado a Generelo y Zapater. Esa noria fagocitó las pocas ideas que quedaban. Y tras del fútbol se fue la Copa, arrastrada por la lluvia incesante, a la alcantarilla más próxima.