Eurocopa 2008 | Grecia 1 - España 2
Estado de felicidad
España se sobrepuso al gol de Grecia y lo terminó bordando. De la Red y Güiza, autores de los tantos. La Selección llega inmaculada a cuartos
España dejó una impresión excelente y con eso nos vamos a cuartos. Podemos. Tenemos todo el derecho a soñar porque esta vez no hemos dejado un solo cabo suelto. Ni siquiera nos traicionó el partido de fogueo, aunque lo temimos por momentos. No echaré las campanas al vuelo y todavía diré que es mejor jugarse la ilusión que apostarse el dinero. Pero los síntomas nos acompañan. El viento. La sonrisa.
Hay algo diferente que alcanza incluso a la afición, la presente en el estadio y la que empuja desde España. Han mejorado tanto los disfraces y los maquillajes que Manolo el del Bombo pasa inadvertido. Asoman banderas por los balcones, hay música de los cláxones y se contagia una sensación de orgullo que nos levanta un palmo del suelo. También eso era necesario. Creer y querer.
Si analizamos lo sucedido anoche, el final del partido de España redime lo anterior. El comienzo se alternó de luces y sombras, de apagones que tienen más relación con la genética que con la suplencia. Somos así. Con la misma facilidad se montaron contragolpes prodigiosos que se perdieron balones de cárcel. Pero las primeras partes son la infancia. Los balbuceos y la formación de la personalidad. Del sonajero al tirachinas.
Aunque España dispuso de buenas ocasiones de gol, en esa fase los griegos terminaron por imponer su vieja rudeza. Karagounis era el rostro de Grecia. Todo en él está diseñado para asustar: la barba cerrada, las orejas abiertas y el cuerpo relleno de piedras. Es un minotauro vestido de futbolista.
Contraste.
Hasta que sus embestidas nos empujaron al área de Reina, nuestro fútbol repasó los colores del arcoiris. Fue deliciosamente vertical a ratos y entonces pensamos que la versión B del equipo nos ofrecía el complemento perfecto para el juego de toque. Pero pronto recuperamos nuestra esencia y los altos amasaron las jugadas como hacen los bajitos. Y después nos distrajimos igual.
En los mejores momentos de la primera mitad nos guió Xabi Alonso, que fue a encontrarse en Salzburgo. Desde la posición donde Luis aconseja prudencia, Xabi entregó sensatez, orden y disparo. Los tiros más ajustados fueron suyos: dos lamieron las cepas de los postes y otro voló desde el centro del campo para silbar junto al pico de la escuadra. Nikopolidis, que se batía en retirada al zumbido del obús, se estrelló lastimosamente contra un palo, pero salvó el honor. En la hora del adiós hay que agracedecerle los servicios prestados a la revolución campesina y que no haya caído nunca en la tentación del Grecian 2000.
En el primer tramo del entusiasmo, Iniesta penetró desde la banda izquierda y Cesc conectó entre líneas con los desmarques. Tuvimos ritmo, cierto peligro y hasta reclamamos un penalti por falta a Iniesta después de una triangulación formidable, aunque creo que lo que más nos dolió fue dejar esa película sin final.
Grecia nos avisó a balón parado. En las cercanías del área sus jugadores caen abatidos con una sonrisa en los labios porque saben que sólo eso les acerca al gol improbable. Así marcaron. El feroz Karagounis puso el balón el cráter del volcán y después de un confuso movimiento de bloqueos y despistes, Charisteas cabeceó con la rabia de los delanteros náufragos.
Nos costó recuperar el resuello. El ardor de Grecia nos quemó en las suelas y pasamos el peor trago entre balones que volaban y defensas que temblaban. Una advertencia: las jugadas a balón parado nos generan situaciones de pánico y la cabeza de Luca Toni asoma por el horizonte. Nos rescató el descanso.
Si entramos al banquillo mocitos salimos adultos. A Xabi Alonso se le fueron uniendo voluntarios. Primero De la Red, luego Güiza, después Cazorla, que relevó a Iniesta. La Selección se multiplicó en juego y en confianza, y terminó por no distinguirse el equipo B del A, los suplentes de los titulares, porque todo es España.
Güiza convirtió un balón con alas en asistencia a De la Red, que remachó a bote pronto. En ese instante se desató la furia y el partido se transformó en un intercambio de golpes: ellos uno y nosotros diez. Entre el minuto 72 y el 83 se concentraron hasta siete ocasiones de saltar del asiento. A dos del final, Sergio García envió un regalo a la cabeza de Güiza, que cabeceó a bocajarro y lució ante el mundo su afeitado apuradísimo.
El partido ya era una fiesta. El equipo es feliz y la afición también. Si hemos podido con esto, podemos con lo demás.