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Segunda | Málaga 2 - Tenerife 1

El Málaga vuelve al jardín de los ricos

Hidalgo, el héroe, marcó los dos goles del ascenso. La Rosaleda reventó y disfrutó como nunca. Dos años después, regreso a Primera

La alegría de la afición de Málaga.
La alegría de la afición de Málaga.

Hasta el final fue heterodoxo, que así es Málaga, feliz como se siente en su caos normal. La gente se tiró al campo en el minuto 89. Lo quería celebrar. Al fin escapaba este túnel al infierno que es la Segunda. Nunca se adivina el fondo. Al Málaga la pena le ha durado dos años, tiempo suficiente para irse a Segunda humillantemente, meterse de lleno en un proceso concursal, hacer tabla rasa, empezar de cero y, con muy poquito dinero y mucho cariño, hacer un equipo campeón. Porque ser segundo en Segunda es ser campeón, es ser de Primera. Cuarenta y dos jornadas y como si hubiesen sido cien. Todo eso ha estado el Málaga en posiciones de ascenso, así que lo que sucedió ayer, la victoria ante el Tenerife, fue un asunto de justicia moral.

El partido terminó de meter a Antonio Hidalgo en el imaginario de héroes malaguistas. Sus dos goles, el primero en una carrera interminable en la que le acompañó toda la ciudad, y el segundo de penalti, hicieron oficial el ascenso que hubiese sido matemático incluso sin sumar por el empate del hermano Córdoba en San Sebastián. Hidalgo termina contrato en 13 días. Es posible que se marche, pero para la gente ya no se irá nunca, sus goles ya son para siempre. Todo ha sido muy sufrido para el Málaga, también el partido de ayer porque durante la primera parte no hubo manera de hincarle el diente al asunto. El calor, más de 30 grados, derritió a los jugadores. También la presión, que durante un buen rato les anestesió. Asustó el Tenerife, que jugó un partido digno, con dos latigazos de N'Diaye, pero fue escucharse el zumbido del gol de la Real y salir la caballería. A lo bestia. Carpintero, Apoño e Hidalgo fueron fabricando oportunidades hasta que llegó el gol en esa felicísima escapada. 1-0, descanso, y La Rosaleda de bote en bote, quedando para la fiesta, frotándose los ojos. Feliz.

Luego remó a favor de corriente y encontró una ayudita en el penalti que señaló Pino Zamorano. Lo hizo Juanma con la mano. Y Apoño, palmillero y muy malaguista él, le pidió el balón a Hidalgo, pero era él el rey de la fiesta. Sólo cuando Hidalgo marcó el 2-0 pudo respirar La Rosaleda, que este año se ha encontrado de todo. Remontadas imposibles ante el Racing de Ferrol y descalabros que también quedarán en los libros (4-6 ante el Hércules). Era evidente que, esta vez, ya no se le iba a escapar. Y al fin el Málaga tuvo media hora para disfrutarlo con su gente, para que Calleja cogiese un par de camisetas y las llevase al Frente Bokerón. Para que la gente le demostrase cuánto le quiere. Y cuánto quiere a Sandro, al que Muñiz metió a petición popular haciendo la primera concesión en casi dos años.

Muñiz, asturiano él, que levantó su mano y gritó con los jugadores, ha sido el arquitecto de este milagro. Muñiz se va a Santander, a un equipo que va a jugar la Copa de la UEFA porque es un señor entrenador y ha gestionado el vestuario admirablemente. Como Hidalgo, él ya no se marchará nunca. Se va a quedar más solo Fernando Sanz, el presidente que le tuvo fe cuando le llamaron para preguntarle si estaba en sus cabales, que dónde iba con un entrenador que llevaba un cuarto de hora en los banquillos. El del cuarto de hora es Muñiz. Un grande. Buen viaje.

Lo que más le preocupó al Málaga en la segunda parte, en el fondo, no fue el Tenerife, sino la gente, que al grito de invasión, invasión, tomó el campo cinco minutos antes del final, así que hubo que despejarlo como se pudo. Pino Zamorano dejó jugar cinco minutos más y Nino, que ha cumplido tan bien como todo el año, marcó otro gol.

En realidad hubo dos partidos. El formal, que ganó el Málaga, y el de después, que es el que quería jugar la ciudad y el que se ha merecido el equipo, una flecha al principio de temporada, cuando ganó los siete primeros partidos y pedía pista, como si estuviese listo para ascender en febrero. Tal vez si el vestuario hubiese creído eso se habría estrellado, porque es imposible parar dinámicas negativas si sólo estás preparado para lo dulce. El Málaga se preparó todo el invierno para caer. Para empatar contra el Poli Ejido o el Albacete en casa, para penar en Ferrol, para verse desnudo el día de la Real. O contra el Hércules. Y se preparó para levantarse, para llegar a Sevilla casi entregado a su suerte y ganar un partido memorable, para sobreponerse al triste empate contra el Cádiz, para acabar en pie en Motril. Este Málaga que vuelve a ser de Primera División estaba preparado hasta para el desembarco de Normandía. Porque el vestuario era una piedra y había soñado con esto que está pasando desde que el 20 de julio llegaron al hotel Antequera Golf, se miraron a los ojos y vieron que podían.

Y lo merecía, por supuesto, la ciudad, golpeada por la inestabilidad histórica de un club que tuvo que refundarse hace 16 años y que siempre camina en el alambre. Cuentan que esta vez será la buena, que el Málaga ya sube para quedarse, que es el club más saneado de Primera porque el proceso concursal lo ha permitido. Que hará más socios que nunca y hará feliz a su gente. Cuentan eso, pero eso es futuro. Lo que se sabe es que ayer un grupo de 25 futbolistas hizo feliz a mucha gente.

Porque importa el futuro, por supuesto, pero también el reconocimiento. Pocas cosas garantizan tanto el éxito como un buen vestuario. Lo contaba Fernando Sanz el año que jugó la UEFA. Y de aquella camada se conservan dos nombres en la plantilla. Vicente Valcarce tiene las horas contadas en el fútbol, pero se marcha con la camiseta de titular, con el brazalete de capitán sudado y con dos ascensos en el bolsillo que son el regalo a su dedicación al oficio. El otro es Sandro. Basta con escuchar a la gente para saber qué significa este canario, otro que termina contrato. Por Valcarce, por Sandro, por todos los que vieron a este Málaga caer en el pozo, va toda esta gloria que han conquistado futbolistas como Weligton o Hidalgo, que han demostrado un nivel de compromiso admirable con el club. Por Goitia, que ha acabado la temporada como un avión. Gámez, un lateral que al fin estará en la categoría que merece. Y mil más.

Y, finalmente, el ascenso corona a Fernando Sanz como un presidente histórico. Se quitó las botas el 1 de agosto de 2006 para recoger un club en venta y en los huesos. Lo metió, en un ejercicio de responsabilidad, en un proceso concursal que le obligó a tomar las decisiones más difíciles de su vida. Y ayer, cuando todo acabó, pudo salir al antepalco y ver enloquecer a la gente que le quiso tanto cuando todavía era futbolista. Fernando Sanz, desde ayer, también está en los papeles. Como Hidalgo, el ídolo que tal vez se marche. Como Muñiz, brujo, entrenador milagro. Como todo el Málaga, que ayer volvió a escribir un ascenso, que es mucho más que un título, es una vida. Dos años después, volverá a pisar el jardín de los ricos.

AS publica mañana un suplemento especial

AS, volcado con el Málaga durante todo el año, publicará mañana un suplemento especial gratuito sobre el ascenso en el que se dará un repaso a este curso histórico para los blanquiazules. Reportajes especiales sobre Fernando Sanz y Juan Ramón Muñiz, los datos de todos los jugadores y una visión, partido a partido, de la temporada. No se lo pierdan.