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Suecia 1 - Rusia 2 | El papel de la afición

Los olés de la marea roja amansaron a los suecos

Los españoles suplieron con arte su inferioridad numérica

Miguel Á. Vara

La marea roja consiguió con sus pulmones que la inferioridad numérica (20.000 contra 10.000) no existiera en el Tivoli Stadion, que ha sido su casa durante los dos primeros partidos y ya forma parte de la historia de la Selección. En las gradas, como en el césped, triunfó el sector español que explotó con el tanto de Villa.

El duelo comenzó por las calles de Innsbruck 24 horas antes de que lo hiciera en el campo. Las dos aficiones invadieron pacíficamente una ciudad que se tiñó de rojo y amarillo, con más intensidad del color sueco, pero con mucha más arte en las filas españolas. Si no podían superar a sus rivales en cuanto a número, la marea roja era la mitad de numerosa, al menos lo hicieron en originalidad. Cada español era una historia, un pequeño museo andante, un guiño a lo friki en algunos casos, pero rompiendo la monotonía de la fiebre amarilla, tan iguales todos, tan altos, tan guapos, tan rubios, tan amarillos tan made in Ikea que aburrían.

La noche fue larga y ruidosa, pero fue en el estadio donde se batalló con más ferocidad en lo vocal. Ahí, de nuevo el fondo sur fue la casa de España, el cobijo donde los 10.000 valientes se hicieron fuertes y desafiaron la contundencia sueca que hasta el gol del empate no salió a relucir. Antes, variedad en el repertorio hispano, que dieron con la tecla que más enfadaba a sus rivales: los olés. Los suecos toleraban el Que viva España, el Villa maravilla y el A por ellos, pero cuando los pases eran acompañados de olés, los nórdicos se enfadaron. Una cosa es el fair play y otra que te toreen, debieron pensar. En el segundo acto hubo un monólogo español que terminó por explotar al final con el gol salvador de Villa.