Eurocopa 2008 - Grupo D | Suecia 1 - España 2
Villa ilumina el camino
Marcó en el tiempo añadido y resolvió un partido que nos complicó Ibrahimovic. Los suecos se conformaron con empatar y merecieron perder
No sé hasta qué punto estos torneos se conquistan con arrebatos parecidos. Es muy posible que se trate de campeonatos que hay que degustar con la pandilla al aire libre, vestido de torero o con tricornio (los atuendos que nos definen), sin hacer sesudas reflexiones tácticas o técnicas, sin gafas, en definitiva. Conviene recordar que una Eurocopa no es un examen para la Escuela de Bellas Artes ni un test moral. Es, más bien, una fiesta que se prolonga. Y el objetivo es repetir la penúltima copa para que el final sea la final.
Italia nos ha enseñado demasiadas veces que importa más el desenlace que el desarrollo. Ser campeón no es el premio a una existencia virtuosa; es un ejercicio de puntualidad. Lo sabemos, pero nos cuesta entenderlo porque nos pesa El Quijote, el colegio de curas, el desastre del 98 y el sentimiento de culpa, ese impulso patriótico que nos lleva a despreciar la recompensa terrenal por la celestial. En el fondo, nos aterra que nos quiten lo bailao.
En esa contradicción nos debatimos ahora. Estamos felices por la victoria, pero agobiados por las formas. Villa marcó en el tiempo añadido, cuando nada obedece a la lógica, cuando ya has temido lo peor. Y aunque celebres el triunfo, vestido de luces o de la Benemérita, el miedo permanece como un recordatorio de la debilidad que mostramos. Hay una realidad que nos dice que sufrimos contra Suecia, que es una selección de relleno. Y hay otra que indica que el juego, poco o mucho, fue nuestro. Así que la justicia debía serlo también.
Algunos pedíamos apuros para ejercitar la imaginación, y los tuvimos. Algunos nos recomendaban rebajar la euforia y conseguimos eso también. Somos humanos, cenizas por freír. Desde ese punto de vista lo logramos todo: los puntos, la clasificación y la humildad.
Siempre nos quedarán los primeros quince minutos para conciliar los sueños. En ese tramo, con la única excepción de un aviso de Ibrahimovic a los 38 segundos, fuimos hermosos y dominadores. Jugamos como nos gusta, tocando y tocando, sonriendo a la cámara, deconstruyendo el fútbol como los chefs evaporan las tortillas.
El resultado es que Torres se escapó un par de veces por la derecha, Iniesta buscó la escuadra con un zurdazo y un córner ensayado nos sirvió la guinda caramelizada del gol. Fue así: Xavi se palpó la cartera para advertir del truco, Villa fingió devolverle, Silva recibió y Torres remató su pase con la suela del zapato. Arreciaron los olés.
Puyol. Entonces sucedió algo extraño. Puyol debió abandonar el campo por una lesión y nos marchamos con él por el túnel de vestuarios. Perdimos rizo, referente, colchoneta. Desde ese momento, Suecia entera se empeñó en conectar con Ibrahimovic hasta que por fin lo consiguió. Es un tipo raro, con el aire altivo de los que se saben genios. Pero cuando se capta su onda se oyen violines.
Primero asistió a Larsson, que nos confirmó que no hay futbolista que cien años dure ni cuerpo que lo resista. Luego probó a disparar. Y después disparó. Controló un centro improbable desde la derecha, burló a Ramos como si fuera un alevín y marcó con más intención que potencia. El único futbolista extraordinario de Suecia nos había empatado el partido y había sembrado el pánico.
La Selección tardó en sobreponerse. Durante largos minutos traicionó el toque y se atolondró. Sólo al final de la primera mitad nos calentaron el orgullo de Villa y las dioptrías del árbitro, que pasó por alto un penalti a Silva.
En la reanudación recuperamos el balón y pensamos que el gol sería cuestión de tiempo, de modo que nos ubicamos entre el tiqui-taca y el tic-tac. Ibrahimovic había sido sustituido por problemas físicos (o psíquicos, nunca se le distinguen) y Suecia se había entregado a una defensa bovina que daba por bueno el empate.
Luis decidió actuar y apostó por un cambio doble y radical: Cesc y Cazorla por Xavi e Iniesta. Lo que pudo ser una revolución (salvadora o suicida), apenas varió nuestro perfil porque los relevos pisaron las huellas de los sustituidos. Y España continuó rebotando contra el muro.
En la última recta nos recorrió un escalofrío de Tarifa a Santander. Suecia sacó una falta y un central rubio como la cerveza deslizó el balón hacia el punto de penalti sin que nadie alcanzara a rematarlo y a rematarnos.
De los tres minutos añadidos nos sobró uno. Villa hizo acto de fe persiguiendo el balón que protegía el gigante Hansson y con la habilidad de un carterista le birló la pelota. Así nos devolvió el capote, el tricornio y la esperanza.