Primera | Zaragoza 2 - Real Madrid 2
Dudek frena al Zaragoza
El polaco evitó la victoria de los locales. Sergio Fernández empató a cinco minutos del final. El Madrid ejerció de campeón
Parece que el Zaragoza toca el violín mientras se hunde el Titanic, pero tal vez este sea otro barco y otro mar, porque cuesta creer que el destino condene el talento y la generosidad, los dos juntos. Si esto era un castigo por la vanidad ya pueden levantarlo porque la lección está aprendida, nunca más. Si es una tortura por la soberbia dejen de apretar, porque ya no queda ni arrogancia ni aire.
Otra vez, el Zaragoza hizo todo por ganar pero apenas consiguió nada. Se estrelló contra la magia negra que le persigue y contra la magia blanca del campeón, que fue a por el partido, hasta que el equipo, casi al final, se dividió en dos ejércitos, los que disparaban al cuerpo y los que apuntaban al cielo, conmovidos por la entrega de su adversario, satisfechos con la igualada.
Guti, por ejemplo, hubo un instante en que no pudo matar más. Después de rajar mil veces la espalda de los defensas, se detuvo de forma inconsciente, porque no le paralizaba la consciencia, sino el corazón. Otros se retrasaron, emocionados, anhelando un gol que no les comprometiera. Hasta creo que Robinho marcó con pena, soplando al balón para que su vaselina tomara vuelo. Fue gol, el segundo, el que fusilaba al Zaragoza. También sospecho que los holandeses no entendieron nada.
El empate de Sergio Fernández, a cinco minutos del final, fue un belén viviente. En una acción que se alargó hasta la eternidad, Oliveira asistió a su compañero y este tuvo tiempo de controlar la pelota y colocar el cuerpo, mientras los jugadores del Madrid observaban con plomo en las botas y en las pestañas. El chutazo se coló como un misil porque los defensas centrales tienen menos complejos y ningún miedo.
Si el partido finalizó de esa manera, incompleto, al borde del milagro, se puede decir que empezó igual. Sorprendentemente, el Zaragoza no daba patadas, ni gritaba a los oídos del Madrid, ni le masajeaba las carnes. No es que pretenda defender la estrategia de la violencia, esa táctica que Estudiantes de La Plata cosía con alfileres en los riñones de sus enemigos, pero demostrar que tú estás dispuesto a morir y a matar es otra forma de disuadir al contrario.
Naturaleza. Para explicar tanta amabilidad hay que referirse a la naturaleza de las cosas y las personas. El Zaragoza es un equipo fino, con modales, y la bronca no está en su estilo. Por eso le ha resultado tan difícil habitar en este mundo de la angustia. No domina las picardías, los tiempos, los trucos. Sólo juega, de cara, de frente, valiente, suicida, sin más arma que el balón. Así se pasó todo el partido, en el filo de la navaja.
La situación era agónica. El Zaragoza atacaba tanto como era atacado, porque el Madrid se tomó el partido en serio, ejerciendo de campeón, favorecido por la elegancia del rival. Entre la urgencia y el placer no había lugar para la conversación, sólo golpes, al mentón, al ojo, al poste, al alma. Un buen partido para quien no tuviera corazón, ni sentimientos, ni amigos.
En el balance general de ocasiones hay que admitir que el Zaragoza tuvo una mala suerte cruel. Si es que existe la mala suerte. Hay psicólogos que sostienen que las personas afortunadas son aquellas que creen serlo. Y que la convicción negativa es lo que distingue a los desafortunados. No lo sé.
Sé que al Zaragoza no le benefició ni un rebote, ni una brizna de hierba colocada al revés, ni una ráfaga de viento. Acumuló tantas oportunidades que la estadística le debiera haber salvado. Una de cinco, una de diez, una de veinte. Hasta eso hubiera servido.
Pero no. Cuando no era un error de cálculo era un acierto de Dudek, que es un portero radiactivo que se carga en los banquillos. Relegado a la suplencia durante la temporada, el polaco fue el héroe de la Copa de Europa que ganó el Liverpool en 2005. Y anoche hubiera sido héroe de nuevo de haber defendido algo más que el honor.
Lo sacó todo, especialmente lo raro, lo improbable. Cuando no le ignoramos le tenemos por excéntrico, pero quizá sea un especialista en misiones imposibles. De esa forma se explicaría cómo fue capaz de contener tantas avalanchas, tantos duelos con Sergio García, tantos tiroteos a quemarropa. Si Casillas es un ángel, Dudek es un extra, o un mártir, porque se despeina, gatea y agoniza. Y después no le recuerda nadie.
Milito utilizó a Ramos como raqueta y paró Dudek, chutó Sergio y rechazó Dudek, y en el tiempo añadido Dudek despejó un tiro difícil y el siguiente, el imposible.
Los jugadores del Zaragoza se derrumbaron en el pitido final. Sólo entonces soltaron los violines. El campeón acudió al consuelo. Tal vez en esos abrazos se transmitió algo más que solidaridad. Tal vez la suerte.
El detalle: el Levante puede no presentarse
La cúpula directiva del Madrid tuvo anoche conocimiento de la posibilidad de que no se dispute el partido ante el Levante, previsto para el domingo en el Bernabéu. La plantilla levantinista está desesperada por su dramática situación y sopesa seriamente no presentarse a jugar el domingo. Si fuera así se suspendería la fiesta del campeón.