Primera | Trigesimocuarta jornada
Multifútbol
No fue el Barça sino el Villarreal quien aplazó al menos una semana el alirón del Madrid. Porque mientras los culés caían en Riazor, blancos y amarillos hicieron los deberes ante Athletic y Betis. Champions y permanencia mantienen el suspense, aunque no para un Levante que, sin huelga de por medio, descendió matemáticamente.
Los gestos de Frank
Rijkaard renunció a Messi, Etoo y Xavi. Con los sancionados Iniesta y Milito tenía coartada. A Deco, Abidal y Valdés les hizo viajar a A Coruña para dejarles en el banquillo. "No pensábamos en el Manchester", osó decir el holandés tras el adiós definitivo a sus mínimas aspiraciones ligueras, y nos pareció un ejercicio de cinismo. En realidad, pensar en el Manchester hubiera sido comprensible. Pasar del Depor, como hicieron los futbolistas culés, no. A un entrenador no sólo se le piden charlas, jugadas ensayadas o patrones de juego. A un entrenador se le piden, sobre todo, gestos. Dejar medio equipo titular en Barcelona es hacer una señal a los que juegan, algo así como gritarles: "Este partido no sirve para nada". Si pierde en Old Trafford, esta frase, ese gesto, habrá sido su epitafio como técnico azulgrana.
Bajar en el campo y conservar el honor
Perdió el Levante y no pudo alargar más esa utópica misión de evitar lo que a todo y a todos, menos a las matemáticas, nos parecía hasta ayer inevitable: bajar a Segunda División. Perdió y las formas, que tanto abanderó en los últimos meses el ya añorado De Biasi, importaron esta vez más que nunca. Porque perdió sobre el césped, sin entregarse al cruel pero natural, dada la situación, impulso de seguir con esa huelga que bien hubiera podido dejar víctimas (equipos) inocentes por el camino. Con la derrota en Huelva desaparecía la esperanza, pero al Levante le queda el honor. Esa virtud espiritual que permaneció fiel, inmóvil y olvidada en el fondo de la Caja de Pandora.
El sentido común ha regresado a mestalla
No se ha salvado todavía el Valencia, pero ganar a Osasuna permite rescatar trozos de murciélago después de la que montó Atila Koeman, ese huracán que a punto ha estado de convertir Mestalla en un solar. Ayer, Joaquín jugó de Joaquín, sin vestirse de Arizmendi; y bien que lo agradeció Villa. Ayer, el mejor portero que tiene el Valencia fue el que se puso bajo los tres palos. Ayer, hasta el árbitro decidió echarle una mano al equipo que se presuponía grande. Al estadio che volvió el sol y un clima de normalidad relativa. Y lo hizo sin fichajes ni despidos millonarios, sin pataletas de presidente caprichoso. Bastó algo tan barato (y a veces escaso) como el puro y duro sentido común.
Ya no es club, es 'kun' atlético de madrid
Según el diccionario, "el fútbol es un juego de equipo disputado entre dos conjuntos de 11 jugadores". "De equipo", sí. Fue en el Calderón donde se disfrutó con uno de los últimos grandes defensores del colectivo en lugar de la individualidad, aquel Atlético del doblete. No tenía estrellas, sino un puñado de buenos futbolistas alrededor de una idea ordenada y colectiva de juego. Últimamente, el Manzanares habla otro idioma. El caos sustituyó al orden y la anarquía a la asociación. No hay ejército, apenas unos cuantos soldados salvados por la suerte o por Forlán o, casi siempre, por Agüero. El Kun mantiene vivo el sueño pero, a falta de cuatro jornadas, quizá no le alcance al Atlético. El fútbol seguirá siendo un juego de equipo que apenas reconoce a uno o dos profetas capaces de campeonar junto a diez comparsas. Y el Kun, al menos de momento, no es Maradona. Sólo su yerno.
El personaje: Gurpegi
Carlos Gurpegi regresó al fútbol profesional y lo hizo en un escenario singular, quizá el que más, como es el Bernabéu; ante un equipo que, salvo cataclismo, será campeón de Liga, y que ha representado durante muchas décadas los mejores valores de este deporte en todo el mundo. Actuó de central, entre las reales necesidades defensivas del Athletic y un poético guiño de Joaquín Caparrós a la polivalencia, sin duda una de las mejores virtudes del navarro. Defendió decentemente y a punto estuvo en un córner de ponerle el empate al partido. Se pareció mucho, al fin, a aquel prometedor centrocampista que abandonó la elite hace unos dos años, cuando un control antidoping puso el largo y doloroso paréntesis a su carrera deportiva. La sombra de aquel test le perseguirá durante toda su vida, sobre todo cada vez que se enfrente de nuevo a la prueba. En realidad nunca fue culpable, sino un inocente condenado a redimir a los que decidieron por él. Ya no está Sabino Padilla, a quien Macua y la afición del Athletic despidieron con la sabiduría que dan las urnas, y Gurpegi no se merece más juicios públicos: sólo seguir disfrutando de este, a pesar de todo, maravilloso deporte.
Mejía sólo para destruir
Hierro, Sammer, Márquez... El trasvase entre la defensa y el pivote es continuo. Atrás, los medios aportan salida del balón. Delante, los defensas aburren al rival. Mejía, de pivote, realizó una labor tan mezquina como necesaria: destruir el fútbol del Sevilla.
¿'Paradinha' a un brasileño?
Víctor le tiró a Diego Alves un penalti precedido por paradinha, suerte nacida en Brasil, igual que el portero del Almería. Fue como intentar venderle un congelador a un esquimal. Alves lo paró con serenidad y garbo, bailándole al punta pucelano una bossa nova.
Pase y remate, pareja ideal
Valero lanzó un centro ideal, con efecto y curvado hacia adentro. Nunes lo recibió girando con perfección el cuello, la frente recta, el balón a la escuadra. Pase y remate se casaron y de ahí nació una preciosidad de gol.
Senna metió al Betis en el túnel del tiempo: 12 años antes, en la misma portería, un jugador del Burdeos había batido a Jaro desde 50 metros. Se llamaba Zidane...
Riera tiene una zurda que al tocar convierte en oro hasta lo que no pretendía tocar. Su chut iba para el centro y acabó en gol, el primero periquito en seis semanas.