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Segunda | Málaga 1 - Alavés 0

Y Apoño rompió la red

Victoria épica del Málaga ante un correoso Alavés

<b>TRIUNFO HEROICO.</b> Salva intenta rematar un balón en el área alavesista.
PACO RODRÍGUEZ

Se marchó Apoño sin camiseta y aguantando el dolor en su tobillo derecho. Daba igual. Recoge con honor el testigo de Manolo Canillas, el León de La Palmilla. Espartanos de ayer y hoy. Aunque quizá Apoño va camino de ser El Rey. Descosió las mallas de la portería de fondo con un cañonazo de los que no se olvidan. Fue un gol lleno de fe. La del equipo, que logró una victoria épica. Todo iba de mal en peor, pero se saltó la ley de Murphy a las bravas. También porque tiró de estrategia. No se prodiga mucho en esta suerte de jugadas el Málaga, pero en Segunda son oro puro. Nueve partidos sin perder. Ahí lo llevan los pesimistas.

Se le suben a las barbas al Málaga los rivales de vez en cuando. No le temen tanto. Pero 90 minutos en La Rosaleda son molto longo como diría el gran Juanito. Salieron los de Uribe como motos, con Aganzo atormentando a la zaga y el Alavés apurando el reglamento hasta el límite. Todo con la permisividad de un Pérez Lima desfasado. O quizá orientado. Se encaró a los malaguistas con malos modos por pedirle algo de ecuanimidad en sus decisiones. Desquició con detalles al Málaga. Más nervios para el frío Muñiz, que se quedó sin Salva antes del descanso. Segundo cambio. Poco antes había sentado a Peragón. Porque el Alavés se estaba comiendo a sus hombres con una intensidad feroz y pensó que Sandro podía dar algo de claridad a un Málaga perdido. Pero mantiene su solidez gracias a la pareja Hélder-Weligton. Aunque Aganzo tuvo el jaque mate en sus botas... Con una sustitución en la manga y buscando soluciones, Carpintero se rompió también. Y saltó tras la reanudación con la segunda batería.

Apoño y Sandro al mando de las operaciones; Cheli y Paulo como nueva sociedad por la derecha; Eliseu pegado a la izquierda y Calleja como escudero de Iván Rosado. Con nuevos rostros en el campo, llegó un cambio de cara para el Málaga. Al fin, auspiciado por la ansiosa Rosaleda, que pitó en algún momento, el equipo recuperó su fiereza. A medida que el Málaga levantaba la barbilla del suelo, la gasolina del Alavés se agotaba. Eliseu mandó a preferencia un gol cantado y Rosado estrelló un cabezazo en el larguero. Y llegó el misil de Apoño, ese héroe de La Palmilla. Funcionó el laboratorio.

Algo había cambiado ya. Los vitorianos se cubrieron la cara como un boxeador malo ante Tyson, como deseando que llegase el último asalto o que Uribe tirarse la toalla. Trataron devolver algún gancho amparados por el ímpetu de Mena y Jairo. Y por Pérez Lima, que mostró la segunda amarilla a Paulo Jorge por nada. Un supuesto piscinazo en su propio campo. Lamentable. Para ver el fútbol desde tan lejos, hila muy fino. No evitó sin embargo la ovación de La Rosaleda.