Hace más o menos un año ocurrió una de esas cosas en el campo de entrenamiento del Arsenal que si cae en manos de un diario sensacionalista hubiera podido desviarse peligrosamente de lo que fue: un pasaje de juventud, una lección de madurez. Como consecuencia de un incidente y de la reacción soberbia de Cesc, Kolo Touré, uno de los capitanes del equipo, acabó por abroncar al centrocampista. Entonces, Cesc aprendió a escuchar a Kolo después de aquello, a bajar los pies del suelo cuando otros hubieran abandonado este planeta con la cabeza llena de pájaros. Han pasado 12 meses y hoy Cesc actúa como capitán (el brazalete se lo dieron a Gallas), es el director de orquesta del Arsenal y golea con facilidad. ¿Qué ha ocurrido?

Hay un elemento de progresión y la labor acertada de Wenger, al que se conoce más por lo que no hace que por lo que hace: siempre entendió que se le tenía que dar libertad a Cesc y que lo demás iba a venir solo, como así ha sido. Sólo le pidió una cosa este año: que marcara, que se atreviera a golear, que no le importara fallar delante de portería. Curiosamente, Henry aconsejó a Cesc, estando ya en el Barça, lo contrario: que relajara su obsesión por el gol, que entendiera que su contribución como pasador era igualmente importante. De las palabras de Henry se desprendía que el catalán ponía demasiado empeño en mejorar uno de sus pocos puntos flacos. Tras aprender de ambos ya no lo es: lleva siete tantos esta temporada.

La marcha de Henry es otro elemento clave en esta historia. Se fue el francés y el equipo se quedó huérfano pero también respiró aliviado: ya no hacía falta buscarle todo el tiempo o temer un gesto público suyo de crítica. Había que rellenar los huecos: se debía encontrar al pasador, al líder, al que corra la banda, al que golee. Y Cesc se ha encargado de completar varios de esos vacíos con la ambición del que sabe que puede.