Primera | Ricardo Quaresma
Ama al pueblo gitano y le apodan Harry Potter
Tiene una espinita: "En el Barça no aprendí nada"
Ricardo Andrade Quaresma (26 de septiembre de 1983 Lisboa, Portugal) nunca imaginó que un solo partido valdría para que su sueño de niño, ser jugador de hockey sobre patines, quedara en una simple anécdota y se convirtiera en un ídolo llamado a ser el sucesor de Figo. Aquel día, el técnico rumano del Sporting de Lisboa, Laszlo Boloni, se animó a ver un partido de los juveniles del club para calibrar el nivel de la cantera. Allí siguió de cerca a un joven apellidado Quaresma del que le hablaban maravillas y que recientemente se había proclamado campeón de Europa Sub-16.
La perla lusa pasó el examen y marcó un gol de bandera al Salgueiros. Ahí comenzó la devoción del entrenador por el extremo. Perplejo por su descaro, velocidad y capacidad de mando, siguió al canterano cada quince días en la Ciudad Deportiva lisboeta y quedó prendado de él. Semanas más tarde, ante el Unión Leiria volvió a brillar y realizó una jugada memorable, muy maradoniana, que sirvió al cuerpo técnico para tomar una decisión unánime: subirle al primer equipo.
Desde entonces, la carrera de Quaresma ha sido sensacional, hasta el punto de que en Portugal es conocido como Harry Potter por la magia que despliega con los pies. Con el Sporting ganó la Liga y la Copa en 2002 y la Supercopa en 2003, mientras que con el Oporto logró la Supercopa en 2004 y la Intercontinental, títulos a los que esta temporada ha sumado tres más.
Entre estas dos etapas en su país vivió el capítulo más amargo de su carrera: su frustrado paso por el Barça. El club blaugrana pagó seis millones de euros pero tan sólo fue alineado en diez partidos como titular y otros 12 como suplente (999 minutos en total). Sólo pudo marcar un gol. De esta manera, su salto a la elite se convirtió en un calvario de la mano de Frank Rijkaard. Sus posteriores declaraciones resumen su paso por el Camp Nou en unos años aciagos para el club catalán: "En el Barça no aprendí nada bueno".
Después del primer año en Barcelona se fracturó un pie y, a pesar de que tenía tres años más de contrato, llegó a un acuerdo con Laporta para regresar a Portugal y entrar en la operación por Deco. Esta vez jugó en el Oporto. Un equipo frente al que precisamente debutó años atrás en Primera.
En su segunda etapa en casa logro mantener las virtudes que le hacen único, como son la velocidad, el desborde o la potencia y, además, consiguió pulir ciertos defectos que a veces le condenaron. Todos ellos derivados de su fuerte temperamento.
Humildad. Con la selección portuguesa se ha prodigado poco tras debutar el 10 de junio de 2003 ante Bolivia, pero siempre evitó polemizar sobre las decisiones de los seleccionadores. Tanto es así que antes del Mundial de Alemania se quedó fuera de la lista en el último momento (dicen que por individualista) a pesar de ser ya una estrella. Ricardo acató la decisión y sorprendió a todos con la petición que realizó a su Federación: ir con la Sub-21 al Europeo. "Lo único que quiero es jugar", justificó.
Esta humildad no es casual, sino crónica. Siempre que puede alardea de ser y amar a la raza gitana (su madre lo es pero su padre no) y lo hace porque considera que su cultura es admirable. De hecho le encanta ir a los bautizos y las bodas gitanas; aunque no escucha flamenco. "Sólo tengo un disco", reconoce. Su entorno apunta a que incluso el bailaor español más de moda, Farruquito, le invitó a su boda pero finalmente no pudo asistir.