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Liga de Campeones | Milán 2 - Liverpool 1

El Milán tutea al Madrid

Ganó la final a la italiana, con más pegada que poesía. El Liverpool mereció mejor suerte. Inzaghi, con dos goles, fue el héroe. Esta vez no hubo épica

Actualizado a
<b>LA SÉPTIMA DEL MILÁN</b>. Los jugadores del Milán posan con la Copa de Europa, la quinta que consigue Paolo Maldini y la séptima que logra el club lombardo, que se estrenó en 1963. El Sevilla ya tiene rival para la Supercopa de Europa que se jugará a finales de agosto.

Estábamos mal acostumbrados, supongo. Nos habíamos habituado a las finales épicas, inciertas y maravillosas, como la que protagonizaron estos mismos equipos hace dos años o, sin ir tan lejos, como la que jugaron Sevilla y Espanyol sólo una semana atrás. Emociones, suspense, prórroga y penaltis. Un completo. Por eso olvidamos que hay victorias crudas que sólo exaltan a los fieles de nacimiento, recompensas casi administrativas que no hacen justicia al fútbol que se acaba de jugar, sino a los viejos méritos, materiales o filosóficos.

Esa sensación nos deja la séptima Copa de Europa ganada por el Milán. La impresión de que ha sido una deuda saldada, seguramente con razón, pero sin ninguna épica. Así es, anoche había que ser milanista de cuna para abrir la ventana y gritar. O vecino de Liverpool para ponerse a llorar. Ayer no nos dejaron jugar y nos fuimos pronto a la cama.

No se puede negar que hay consideraciones éticas y estéticas que honran el premio final y a su ganador. Para empezar, rinde reconocimiento al club más constante de la modernidad, el único capaz de contestar el dominio en la competición del Real Madrid, del que sólo le separan dos triunfos más. Por otro lado, es difícil imaginar mejor estampa que Paolo Maldini levantando esa Copa que ha ganado por quinta vez. También hay una lección que aprender en esa foto, un homenaje a los viejos rockeros, a los treintañeros que sostienen al equipo: Maldini (38), Inzaghi (33), Dida (33), Nesta (32), Seedorf (31)... La Copa de Europa también se quita el sombrero ante ellos.

Estrella. Por eso encaja perfectamente que Filippo Inzaghi fuera el héroe de la noche. Un ariete itinerante y tremendista que limita entre el talento y la carambola, sin que nos quede muy claro cuál es su especialidad. Pero la debe tener, porque sólo los buenos delanteros doblan el Cabo de Hornos de los cien goles, y en este caso con siete clubes diferentes.

Ayer, quizá como guinda a su trayectoria, nos mostró sus habilidades más extremas. Primero marcó de rebote, al desviar mortalmente un golpe franco de Pirlo. Como su brazo estaba pegado al cuerpo, las protestas de Reina no fueron escuchadas por el árbitro, que tal vez tampoco encontró intencionalidad. Ahí, seguramente, es donde se equivoca. Porque Inzaghi vive precisamente de la intencionalidad, de la insistencia y de la picardía. Ese fue el gol, por cierto, que destrozó al Liverpool. El que echaba por tierra en el último minuto una primera parte impecable.

El segundo tanto remató la faena. Con los ingleses concentrados en el ataque, Kaká aprovechó el agotamiento del enemigo para rajar su defensa con un pase que le pidió Inzaghi con la melena. Esta vez a Pippo le hizo falta algo más que ser listo. Y lo fue: burló la salida de Reina y marcó cruzado.

El segundo gol del Milán dejaba sentenciada la final a falta de ocho minutos para la conclusión, tiempo demasiado escaso para el milagro que se requería. No obstante, el gol de Kuyt a falta de un minuto abrió la vana esperanza de otro empate heroico. Pero la suerte es tan escurridiza como Garrincha y se prodiga como los genios: poco.

Error. Hasta el árbitro (rígidamente alemán) parecía empeñado en consumar el papeleo con la pulcritud de un oficinista. Sólo así se explica que le hurtara unos segundos a los tres minutos de prolongación, algo que no le perdonó Benítez, pues él comprende bien lo que vale un segundo para un Liverpool embravecido.

En el análisis del técnico español hay que valorar que doblegó a Ancelotti en la primera mitad y que le sorprendió con Gerrard de mediapunta. En ese tramo, el Liverpool fue superior y gozó de mejores oportunidades, mientras el Milán acusó la distancia que hay entre sus buenos jugadores y los medianos. En el debe de Benítez quedan sus dudas en la segunda parte y que sus cambios, el de Crouch muy tarde, apenas reactivaron a un equipo que acusó tanto el cansancio como la pesada fuerza del destino.

Al final, hubo más decepción que rabia, como si los propios jugadores del Liverpool entendieran que una alegría como la de Estambul había que pagarla tarde o temprano.

Así finalizó el partido, con Inzaghi brotando a chorros del banquillo, en busca de su merecido pedazo de gloria. El resto del equipo estuvo más sereno, con la tranquilidad suficiente como para copiar el gesto que dedicó el Sevilla al Espanyol, ese pasillo camino del palco que es un símbolo de deportividad.

Kaká ganó su primera Copa de Europa y su influencia, aunque se esperaba más clara, resultó decisiva: provocó la falta que propició el golpe franco que desvió Inzaghi y dio el pase de gol en el segundo tanto del Milán. Pero en un partido de perfil bajo tampoco cabían otras exhibiciones. El fútbol también es así. Crudo. A la italiana.