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Liga de campeones | Bayern 2 - Real Madrid 1

Último tango en Múnich

Polémica anulación de un gol de Ramos en el 89'. El Bayern se adelantó a los diez segundos. Van Nistelrooy marcó de penalti. El asedio no bastó

<b>KAHN HIZO SU NÚMERO</b>. Oliver Kahn montó su número habitual. Su gesto de furia contra Casillas, que le tocó al subir a rematar el último ataque del Madrid, quizá no sólo fue causa de carácter. Tal vez tuvo como objeto agotar los últimos segundos de la prolongación. Los dos porteros se enzarzaron en una discusión que nadie hubiera podido imaginar.

Bueno, aquí estamos. Justo en el lugar que nos temíamos, en el país de los lamentos. Pudo ser, pero no fue. En 90 minutos largos pasamos de la desesperanza a la ilusión y del entusiasmo al abatimiento. Ahora viviremos durante un tiempo en los apartamentos del desconsuelo, sótanos sin luz. Lo vimos lejos, mucho, y cuando nos preparábamos resignados para la derrota inevitable, entonces, llegó la reacción, y luego el penalti, y por fin ese último arreón agónico que incluyó emociones que no te asaltan en un buen año. Me temo que partidos así nos matan dulcemente. Que destrozan nuestros nervios y nuestras uñas, que minan la resistencia y disparan los niveles que miden la mesura y la presión arterial. No busquen responsables del malestar general. No saturen las urgencias. Pudo gustarnos la horticultura, pero nos gusta el fútbol.

Así es. Perder forma parte del juego, y perder en Múnich con sensación de haber sido apaleado forma parte de la tradición maldita del Real Madrid. De hechos así se nutren las rivalidades y las venganzas deportivas, las leyendas, las historias que pueblan el inconsciente colectivo. Esta la ganó el Bayern y sólo cabe estar finos para el próximo combate. Hay revanchas, pocas, que no se alimentan del odio, sino del empeño, del deseo, de una testarudez positiva que igual rinde al ogro alemán que a la vecina del quinto.

Cuesta hacer la disección en caliente, con los soldados desparramados. Parece de mal gusto aplicar el bisturí y más apetecería prender alguna medalla en ciertos uniformes, porque en este naufragio también hubo héroes. Lo fue Casillas, como es tradicional, lo que ya nos ofrece un análisis más frío de lo que sucedió. Tuvo muchas oportunidades el Bayern y el portero con alas las salvó casi todas. Menos cuando apuntó el destino, claro.

También habría que condecorar a Raúl por acudir al rescate, primero, y por tirar del equipo, después. Su comportamiento fue intachable, digno de un capitán orgulloso y valiente. Hasta mandó un derechazo a la escuadra en la primera parte, justo cuando el equipo necesitaba una señal. Lástima que ese pundonor ya no se acompañe de la frescura que hizo de él un futbolista único y determinante.

El muchacho Torres también se fajó con honor, y con él otros como Helguera o Gago, o como Cassano, entusiasta como nunca lo vimos. Y mención especial merece también Sergio Ramos porque de su bota derecha salió a un minuto del final el cañonazo que nos hizo saltar de alegría y aterrizar en lo duro. El árbitro anuló el gol por mano, tan incierta como leve, tan involuntaria como exagerada por ese defensa que intuyó el peligro, braceó de miedo y asustó al colegiado. Esa flecha nos roció de todo el ketchup que nos faltaba, mártires fracasados. Hasta Casillas y Kahn se enfrentaron en un último intento inútil y hermoso.

Culpable. A estas alturas no sé todavía si el Madrid mereció ser eliminado, no tengo balanza de alta precisión. Pero sí tengo claro que, separado el infortunio, hay una parte de culpa que corresponde al entrenador. Es verdad que un gol a los diez segundos es una maldición cruel, pero a cambio otorga la oportunidad de un asalto prolongado. Ese tanto descubrió, por lo demás, que Capello había preparado un equipo para el empate, sólo para eso. De otro modo no se entiende que el gol obligara a modificar el planteamiento y tirar a la basura un esquema que quizá nunca debió salir de allí. La sustitución de Emerson a la media hora deja en evidencia, por partes iguales, a un futbolista que no es apto para jugar en el Real Madrid, y a un entrenador caprichoso y cambiante, perdido en su paranoia. Guti, por supuesto, mejoró al equipo.

Si el primer cuarto de hora fue un infierno, a partir de ese momento el Madrid se sobrepuso al puñetazo y comenzó a dominar el juego haciendo valer su mayor calidad técnica. Y eso no es difícil, porque entre los dolores infinitos que nos corroen está que la eliminación se haya producido ante un adversario que luce poco más que un escudo histórico. Ni siquiera con el viento a favor el Bayern logró hacerse dueño del timón.

Es cierto que los alemanes gozaron en su periodo de euforia de un par de ocasiones magníficas, las que desbarató Casillas. Pero después no fueron nadie, sólo un ejército voluntarioso comandado por el sargento Van Bommel y el mariscal Salihamidzic, el mejor futbolista de campo, el más listo y el más malvado. Suyo fue el robo y la asistencia que convirtió Makaay y suyos fueron los movimientos que más incomodaron a su enemigo. Muchos codillos y muchos vídeos debe comerse todavía Schweinsteiger para acercarse al talento de ese tipo. Lo mismo vale para Podolski.

Debió empatar el Madrid en la primera parte. Lo tuvo Guti después de una triangulación fabulosa que Higuaín sirvió en bandeja con un taconazo exquisito. El chut definitivo rozó el poste. Después fue Raúl quien probó el sonido de la madera con su trallazo a la cruceta. Ahora lo sabemos: era a él a quien el Bayern tenía miedo.

En la segunda mitad, la entrada de Cassano le dio un nuevo aire al equipo y confirmó el pecado que cometió al marginar a un futbolista excelente cuyo comportamiento extravagante asumió mientras le duraron las ganas de ejercer de Pigmalión. Cassano, que relevó a Higuaín, conectó entre líneas y reactivó a una delantera que suele estar demasiado aislada.

No obstante, los últimos 45 minutos comenzaron con otro milagro de Casillas, manopla a un tiro asesino y cruzado de Van Bommel. Después de un intercambio de golpes, Lucio marcó su tercer gol de cabeza al Real Madrid, todos prácticamente idénticos. Sagnol botó un córner y nadie supo conjurar el peligro. Aunque también hay que destacar que demasiadas cosas raras pasaron en el área como para no pitar ninguna. Lucio se apoyó en Helguera y Sergio Ramos fue arrollado en la pugna con su par.

Incomprensible. En vez de reaccionar de inmediato, Capello volvió a bloquearse y tardó demasiado tiempo en dar entrada a Robinho, un jugador imprescindible en partidos abiertos y agónicos. Cuando lo hizo finalmente volvió a asombrarnos. En lugar de sustituir a Diarra, otro futbolista con méritos escasos para vestir esa camiseta, relevó a Gago, plenamente entregado a la pelea, con el ardor concentrado de los argentinos.

Volvió a estirarse el Madrid, aunque el Bayern también mejoró en los refrescos. Pizarro, que reemplazó a Makaay, dio pausa y sentido al ataque, lo que permitió a los alemanes asegurar durante más tiempo la posesión de la pelota. Raúl pudo marcar al peinar un centro a la olla. Justo después llegó el penalti a Robinho. Van Nistelrooy lo transformó y comenzó la cuenta atrás. El árbitro debió entender que en ese partido para inteligentes sobraban Diarra y Van Bommel, así que los expulsó por tontería infantil. No se puede calificar de otra forma su pugna por pisar la línea del área antes del lanzamiento del penalti.

Lo demás está contado, el chutazo de Sergio Ramos y el pitido del árbitro, esa mano que algunos dicen que ayudó, pero que no lo hizo en absoluto. El Madrid está eliminado. Y aunque ayer quizá mereció mejor suerte, lo cierto es que quien confeccionó esta plantilla se equivocó por completo, porque lo que hay no alcanza para la gloria. Y a eso había que agarrarse en Múnich.