Liga de Campeones | Real Madrid 3 - Bayern 2
El Bayern se escapó vivo
Un gol de Van Bommel deja abierta la eliminatoria El Madrid, heroico en la primera mitad, tuvo al enemigo a su merced Falló en la segunda parte
Los que tengan la digestión lenta se habrán quedado en los primeros sabores y es fácil que aún sonrían, a mí me ocurre, que no me quito la maldita mueca. Los más rápidos en subir la banda habrán vislumbrado ya el precipicio, el cortado que asoma en Múnich. Y se habrán puesto a temblar o a rezar, o a sacar brillo a la armadura. No es fácil asimilarlo todo, cambiar el gesto, pasar del grito al gruñido, del champán al chimpún. Fue una vida en una cápsula. La primera parte resultó un asalto fabuloso, como una película de Clint Eastwood, o incluso como las dos en cartel, las banderas de nuestros padres y las cartas desde Iwo Jima, cientos de héroes de ojos distintos y diferentes formas de ver. Fue un renacer, una recuperación de la estima y del orgullo, de la memoria. Cuando lo creíamos desvencijado, nos reencontramos con el viejo Madrid del blanco nuclear, el de la Copa de Europa, ese ejército que cabalga sobre las huellas de los antepasados. La segunda mitad, en cambio, colocó al Real Madrid en la terrible tesitura de conservar el resultado o rematar la faena, aun a riesgo de morir en el intento. La terrible tesitura de pensar: la bolsa o la vida. Y eligió la bolsa. Ignoro si por indicación del entrenador (lo temo) o por decisión propia y probablemente inconsciente, el vértigo, el miedo que nos invade cuando todo parece demasiado fácil y hermoso. Somos raros: buscamos el placer pero tememos las consecuencias de su exceso, como si a la vuelta de la esquina del clímax se nos fuera a caer encima un pecado del tamaño de un meteorito gigante. Y lo que pasó es que se nos cayó el Bayern sobre la cabeza, que también pesa. Eso ocurrió. Bastó un soplo de aire para que los alemanes o sus abanderados hicieran gala de su proverbial determinación, de su constancia sin límites. Así que cuando quisimos darnos cuenta los enfermos ya habían construido una autopista (o autostrasse), con la contundencia del martillo que repite y repite. De ese modo, mutaron de muertos a asesinos y el paso atrás del Madrid se saldó de la única forma posible: con un gol en contra, el segundo. Sin embargo, despejado el terreno, analizados los sabores y los sinsabores, quisiera comunicar una buena noticia: venció el Madrid. Más allá de esa última flecha que nos acertó en la pierna, el Madrid salió ganador del combate y eso defenderá en Múnich.
Augurios. Recuperado el aliento, conviene recordar que el inicio del partido cumplió todos los buenos presagios. Desde la fi na lluvia que engrasa las hazañas hasta la traición que se perpetró el Bayern al abandonar el rojo que nos horroriza y salir de berenjena, más propio para un cóctel que para una guerra. Equipos que visitaron el Bernabéu de ese color, como el Anderlecht, aún frecuentan el psicoanalista. Al rodar el balón se fueron confirmando las buenas sensaciones. Los centrales del Bayern no es que sean malos, es que son malos el uno con el otro. La descoordinación de Van Buyten y Lucio recuerda a la que tenían el gordo y el fl aco. Ambos propiciaron la primera ocasión del Madrid, que soñó con dejar que se rociaran de gasolina ellos solos. Y luego ofrecerles cerillas. A los cinco minutos un centro de Beckham ya había sembrado el pánico en el área del Bayern y a los nueve el petardo fue un cañonazo directo a la Santa Bárbara. Van Nistelrooy, enchufadísimo, dobló los zancos para enviar un pase magnífi co que descubrió a Raúl a la espalda de los defensas. El Capitán Trueno se encontró con el Doctor No y lo regateó con fortuna, porque el balón rebotó en el guardameta y volvió luego a los pies del matador. Rugió el Bernabéu, con la ira desatada de los que callan bastante. Estaba claro para quién era el partido. Para leones o alimañas semejantes. Para animadores de masas. Para Raúl, por supuesto, pero también para Beckham, Roberto Carlos y Van Nistelrooy, esos tipos a los que inspira el olor del napalm. Para Helguera. Y anoche lo supimos, para Torres, el niño soldado, que recordó a camachín, ese espíritu que ronda el Bernabéu en busca de carne y vendas sangrantes. Que deje de buscar.
Es difícil saber si el Bayern se achicó o no supo desatar los nudos que había apretado su entrenador en torno a sus piernas y sus brazos, alrededor de su espíritu. El asunto tenía delito: Schweinsteiger estaba castigado en la banda izquierda, lo que es como colocar un tanque tapando una ventana para que no entre frío. Podolski no estaba, pese a corretear. Y el capítulo de ausencias se completaba con las suplencias de Salihamidzic y Scholl, los jugadores del Bayern que mejor saben jugar al fútbol, independiente de los años y el farmatint. En esa situación se explica mal que los alemanes consiguieran empatar el partido. En concreto, debería explicarlo Cannavaro, que dejó libre a su par, Lucio, para que cabeceara a placer un centro de Sagnol de falta. Tampoco se comprende muy bien el emparejamiento entre un futbolista de 1,75 y otro de 1,88. Por lo demás, el gol fue muy parecido al que logró Lucio en la fi nal de la Champions de 2002, otro empate. Aunque el brasileño lo celebró con saña y puso cara de ogro, no dio tiempo a asustarse mucho. Cuatro minutos después de la igualada, un córner botado al segundo palo se topó con el fantástico salto de Helguera, que cabeceó como pudo, bombeado y con la mecha encendida. El balón tardó años en bajar, pero cuando lo hizo junto al segundo palo allí le esperaba Raúl, en pugna con Lahm, otra vez una descompensada lucha de alturas, 1,80 el español y 1,70 el alemán. El capitán rozó la pelota con la melena y adelantó de nuevo al Madrid. Otro rugido.
Encarrilado. Y otro clamor más sonó cuando un centro de Beckham a la olla volvió a descomponer a la defensa del Bayern. El chut venía venenoso y cuando Helguera lo peinó se hizo todavía más letal. Van Nistelrooy culminó la jugada al meter el pie justo en el lugar donde se supone que debía botar el balón. Ni se enteró la defensa ni tampoco Kahn, que si cayó al suelo es porque, como los toros viejos, tiene querencia a los prados. Aunque Casillas salvó el empate al fi lo del descanso, el panorama que se presentaba era absolutamente prometedor. La oportunidad de sentenciar en la ida, de viajar de turismo a Múnich, de conocer a sus frondosas taberneras. Pero sucedió lo dicho, el miedo, la reflexión. Y los cambios de Hitzfeld, también hay que reconocerlo. La entrada de Salihamidzic, primero, y luego la de Pizarro, transformaron al equipo y le dieron sentido, idea. El encogimiento del Madrid, que pudo entenderse como el de los tigres que acechan, se reveló pronto como el de los gatos que escapan. Casillas hizo la mitad del milagro al despejar un tiro mortal de Pizarro, pero no pudo detener el resto del aluvión. A falta de tres minutos, Van Bommel marcó y dejó la eliminatoria abierta. Luego hizo cortes de manga que nos inspirarán en la vuelta. Intuyo que él también olvidó un pequeño detalle: ganó el Madrid.