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Mundial de clubes | Internacional 1 - Barcelona 0

Porto alegre, Barça triste

Otro brasileño le privó del título mundial. El Inter le ganó jugando al fútbol. Adriano sentenció en el 82' y no hubo reacción. Ronaldinho no fue decisivo.

Fabián Ortiz
<b>DESOLADO. </b>Ronaldinho se lamenta tras la final.
Reportaje gráfico: reuters y afp

El Barcelona tardará en querer regresar a Tokio. No tiene muchos motivos para desearlo. Dos episodios negros marcan su historia deportiva reciente en la capital de la electrónica y los hoteles-cápsula. Allí se dejó jirones de autoestima en 1992, cuando en pleno orgasmo del Dream Team cayó ante el Sao Paulo en la entonces Copa Intercontinental, un trofeo que ya nunca más llegará a su Museu bajo aquella denominación. Y en Tokio, más concretamente en Yokohama, hincó la rodilla ayer, ante otro equipo brasileño, maldito carnaval. El Inter de Porto Alegre volvió a privar al Barça, a este Barça que colecciona elogios y parabienes por su fútbol efectivo y preciosista, de la Copa del Mundo de Clubes de la FIFA, desde hoy, casi seguramente, de nuevo Mundialito.

La cita con la historia de Ronaldinho y los suyos quedó borrada de la agenda por un gol de Adriano, gentileza del sistema defensivo blaugrana, en el minuto 82. La confirmación de que Frank Rijkaard ha encontrado la fórmula para hacer un equipo capaz de ganarlo todo quedará pendiente para el año que viene, porque con el de Tokio son dos los títulos que le han birlado esta temporada: la Supercopa europea, que voló de Montecarlo a Sevilla, y el Mundialito que ayer se celebró en las calles de Porto Alegre.

Con buen fútbol.

Abel Braga había encendido algunas luces de emergencia la víspera de la final. Igual que Fernandao, su capitán y jugador de referencia. Ambos deslizaron en sus declaraciones que al Barça del tiqui-taca (del "ex fútbol", según Fabio Capello) se le debía frenar con marcajes "contundentes". Esas palabras del entrenador y la figura del Inter equivalían a un aviso de tempestad antes de embarcarse rumbo al Gran Sol. Pero fue una falsa alarma. Porque el campeón de América jugó un buen fútbol, de cabo a rabo. Contó con solvencia en las manos de Clemer, con el excelente trabajo de la pareja central Indio-Eller, con la proyección ofensiva generosa e inteligente de Ceará y Monteiro, con el oficio de Alex y Fernandao para medir los tiempos del encuentro. Y, sobre todo, el Inter tuvo a un Iarley en estado de gracia, veloz para pensar y ejecutar, casi iluminado en las decisiones importantes de la final: cuándo acelerar, cuándo hacer la pausa, cuándo lanzarse él mismo al ataque y buscar los puntos flacos del fondo blaugrana.

El Inter le discutió la posesión del balón al Barça del tiqui-taca, le vetó el acceso a las zonas donde hace daño, por adentro y por afuera. Neutralizó a uno de sus jugadores más en forma, Iniesta; consiguió alejar a Ronaldinho del área de Clemer; redujo los espacios para que Gudjohnsen no tuviera ni opción para recibir. Y cuando nada de esto le funcionó, porque el Barça es una maquinaria bien aceitada que aunque tenga una mala noche siempre funciona a ratos, entonces sí sacó la porra de la funda y se mostró contundente. Edinho, un tipo que en el Brasileirao debe salir con licencia para portar armas, fue el especialista en el uso de la brusquedad.

De Motta a Xavi.

De todas las cosas que Rijkaard tendrá para reflexionar hasta que el jueves reciba la visita del Atlético quizás la más llamativa sea su marcada tendencia a las apuestas arriesgadas. El holandés volvió a echar mano de Motta para el trabajo de mediocentro. La gastroenteritis no tuvo piedad con Edmilson, de ahí que Rijkaard volviera a elegir a Motta antes que a Xavi. Motta, convencido de que es Clint Eastwood en una del Oeste -cuando tiene condiciones para ser Harrison Ford en una de espías inteligentes-, desaprovecha su fútbol en acciones de fricción. El desgaste físico que esto le supone repercute en perjuicio del equipo, que cuando recupera la pelota no tiene la salida fresca, aseada, que requeriría.

Así, tapado Iniesta, fue durante una hora Deco, enorme, quien dio coherencia al juego del Barça. Pero el cortocircuito entre el portugués y sus compañeros de línea lastró las conexiones con el trío de ataque, con el añadido de que Ronaldinho, maniatado por Ceará, dejó muy pronto la banda izquierda para campar a sus anchas por otros terrenos.

La entrada de Xavi por Motta devolvió al Barça la identidad. Porque si el Barça es el rey del tiqui-taca, Xavi es su príncipe heredero. Tuvo el gol a los 74', cuando recibió un pase por alto de Deco y metió una volea precisa, desde la derecha. Clemer, felino y bien colocado, la sacó abajo. Enseguida se produjo un cambio decisivo: Adriano entró por Fernandao, que estaba con calambres por su entrega sin remilgos. Seis minutos después, Iarley pilló al Barça con el paso cambiado, apuró el ritmo hasta quedar frente a Puyol y Belletti (que cerraban mal, como a menudo), hizo una pausa mientras Adriano se abrió hacia la izquierda y entonces le mandó una invitación a la fiesta. El delantero del Inter, seis minutos en el baile, tocó con la derecha por encima de la media salida de Valdés, y se fue gritando su alegría al mundo del fútbol.

El Barça tuvo dos más. Un libre directo del desaparecido Ronaldinho que lamió el palo derecho de Clemer, que el graderío japonés celebró con un ¡ooooh! de admiración (los japoneses lo celebran todo). Y una incursión de Iniesta que acabó en manos del portero, choque incluido. Ahí se acabó el tiempo. La agenda en la que el Barça había marcado con letras rojas su cita con la historia está tirada en una pepelera de un hotel en Tokio. Esperó doce años por una nueva oportunidad, pero ganar la final no era una cuestión de tiempo, sino de espacios. Los que ocupó el Inter con mejor criterio, con un esquema táctico superior, con la mentalización adecuada y, por lo visto en el estadio de Yokohama, con más hambre de gloria. La agenda del Barça señala ahora el 23 de mayo de 2007, la final de la Champions League. Suponiendo que quiera volver a Japón.