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Luis Rojas Marcos

"La sonrisa de Ronaldinho mejora a sus compañeros"

Sevillano de cuna y neoyorkino de adopción, Luis Rojas Marcos, eminencia mundial de la psiquiatría con 14 maratones encima, analiza el deporte desde su optimismo.

Luis Rojas Marcos.
RODOLFO MOLINA

Profesor, ¿por qué debemos practicar deporte?

Porque es bueno para quien lo practica y para quien lo observa. Quien practica ejercicio vive mejor y, sobre todo, muere mejor. A la hora de morir sufre enfermedades más cortas, menos agónicas.

Y para la cabeza, ¿qué tal?

Emocionalmente es perfecto para combatir el stress y eliminar tensión. La gente que practica deporte es más difícil que caiga en una depresión, una de las enfermedades más penosas de nuestro siglo.

Deportivamente parece creyente, ¿pero es practicante?

Debo confesar que no hice deporte hasta los 40 años. En 1960, cuando estudiaba Medicina en Sevilla, uno de mis profesores nos advirtió que el deporte era malo para el corazón. Pero con 40 años mi mujer me convenció que era bueno para combatir el stress y me inicié en el jogging. Hace tres semanas, a mis 63 años, he completado mi decimocuarto maratón de Nueva York. Una experiencia muy recomendable.

¿Cómo contempla el dopaje en el deporte profesional?

Es el viejo problema de la picaresca. Siempre ha existido en cualquier ámbito de la vida y me temo que siempre lo habrá. Algunos atletas buscan mejorar artificialmente sus prestaciones. No se juega limpio. Creo que ahí reside el problema. Si deciden utilizar estimulantes, adelante. Pero si deciden ir sin ayudas artificiales, que nadie tome nada. La ventaja manipulada no es ética. Y la belleza del deporte es competir de igual a igual.

Dicen que italianos y alemanes tiene un gen ganador del que adolecemos los españoles. ¿Existe o es una excusa?

Por supuesto que hay un gen ganador: el del optimismo. Los equipos ganadores, además de talento, tienen más gente que piensa que va a ganar que los perdedores. Eso trae consigo entusiasmo, algo que aumenta la intensidad en el esfuerzo del deportista. El equipo con más tesón sale ganador en más ocasiones. Está demostrado. El pesimista lo tiene más difícil porque el ambiente le lastra.

¿Se podría concluir, por tanto, que los españoles somos menos optimistas? ¿O incluso que somos pesimistas?

Los españoles somos, en general, optimistas, pero no lo decimos en público porque en España está mal visto. Es una herencia cultural. Los optimistas tienen mala prensa. Se dice que son ingenuos, que no saben de qué va la vida. En Estados Unidos, por ejemplo, el optimismo está bien visto. Pero que no esté bien visto en España no quiere decir que no haya. A la hora de ganar partidos, el optimista tiene más camino recorrido. Además la alegría es contagiosa.

¿Se puede reciclar a un pesimista o se pierde el tiempo?

Al que es pesimista por naturaleza le cuesta cambiar. Es una tarea complicada cambiar a un pesimista acérrimo.

En España, las categorías inferiores ganan títulos, pero al llegar a la absoluta, adiós los títulos, el descaro, a la frescura, al optimismo...

Es el ejemplo perfecto. Los jóvenes son más espontáneos que los adultos. Cuando un optimista visualiza un partido, se ve ganándolo. Y los jóvenes, que son más optimistas porque han sufrido menos desengaños, aportan ese descaro que les lleva a manifestarse de manera resuelta. Sin embargo, al llegar al mundo social adulto, en este caso a la selección absoluta, se topan con una sociedad en la que cunde el pesimismo. Si son optimistas callan por temor. Si dicen "Vamos a ganar este partido" se le tacha de soberbios antes, y si encima pierden, después reciben ataques de todo tipo. Fracasan. Y en el deporte, como en la sociedad, hay demasiado miedo al fracaso.

Mal panorama dibuja...

Vaya por delante que soy una persona optimista (su discurso justifica ésta afirmación). Pero en España optimismo equivale a ignorancia. Al pesimista cuando se equivoca no se le ataca. Con el optimista se ceban. El optimista arriesga más. Y eso también influye en el deporte de equipo. Un optimista suma siempre, un pesimista resta muchas veces.

En los de equipo sí, ¿pero y en los individuales?

En los individuales España es una potencia porque en estos deportes sale el optimista que todos llevamos dentro. El grupo no te coarta. Rafa Nadal es la prueba. Cuando el juega todos somos optimistas...

Salvo si está Federer.

Aún así, con Nadal de por medio nada es descartable.

Hay una generación que parece encajar en su discurso: la de Gasol y compañía...

Perfectamente. Es un grupo que cree en sí mismo, tiene talento y derrocha optimismo. Tiene ese gen ganador.

Habla de optimismo y se me viene a la mente Ronaldinho.

Claro, su sonrisa delata su estado de ánimo. Además, su sonrisa funciona como un potente remedio porque cuando algún compañero falla, ve que Ronaldinho le anima, le ilusiona. Hace mejores a sus compañeros. Él mantiene esa esencia juvenil, es un optimista nato.

¿El otro extremo sería Capello y su fútbol rácano?

El talante serio entristece, apoca, limita al deportista. Y la seriedad de Capello, en ocasiones, podría deteriorar esa ilusión ambiental. Pero no estoy al tanto de ese caso. Obviamente el optimismo no determina el resultado de un partido, pero predispone el espíritu para afrontar las dificultades.

Cito literalmente de su libro 'La fuerza del optimismo': "El talante del deportista contagia a la afición".

Es un factor vital en el deporte: la transmisión jugador-público. Ronaldinho es el icóno de la grada. El seguidor atraviesa el mismo estado de ánimo que el atleta durante el partido. Hormonalmente sufren una evolución similar. Entusiasmo y desánimo se contagian.

¿Y cuando no hay sintonía?

El divorcio entre público y equipo rompe el vínculo ídolo- admirador. El deporte subsiste gracias a los aficionados y si se rompe ese vínculo, se rompe el equilibrio, el sustento.

¿Qué le parece la situación de Argentina, donde los aficionados radicales han impedido la disputa de partidos?

Habría que puntualizar que en el ámbito deportivo los divorcios son temporales. La violencia en Argentina es preocupante, pero la lógica dicta que se resolverá. El rendimiento deportivo decae al no tener el respaldo del hincha y eso perjudica al propio aficionado, que ve perder a su equipo.

Hoy el deportista es una celebridad que trasciende del terreno de juego. ¿Qué opinión le merece este cambio de rol?

El deportista profesional tiene una responsabilidad. Sus decisiones afectan al ánimo de millones de aficionados. Un ejemplo: el día de la Superbowl es el que más casos se atienden en Urgencias en los hospitales de Estados Unidos. No todos encajan la derrota. Los deportistas, en los futbolistas es más acusado aún, tienen una responsabilidad social. Supone una carga fuerte y no todos saben gestionarla.

Hablaba de hinchada y de la gestión de la derrota. ¿Qué valores influyen en la filiación de una persona a un equipo?

Naturalmente los valores propios de la persona, pero hablando en un ámbito más general, todos tendemos de forma espontánea a identificarnos con el equipo ganador.

En su Sevilla natal hay una excepción: el beticismo...

El Viva er Beti manque pierda... (Ríe, antes de contestar). Un caso insólito de filosofía del deporte a nivel mundial, diría yo. El amor de la afición por el Betis es incondicional, el mismo que exigimos a una madre. Todos admitimos la posibilidad de la derrota, pero el triunfo produce más adhesiones. Siempre han existido los fieles, una minoría, pero la tendencia es ir con el que gana.

Y la rivalidad, ¿marca tanto?

Uno identifica a un rival y determina su situación en función del mismo. En el póker hay que mantener la duda y pensar que tienes las mejores cartas. La apariencia es clave. Hay una comparación inconsciente.

¿Cómo ve el deporte español desde la distancia?

En los últimos cinco años ha disparado sus prestaciones. Ha ascendido al primer escalafón.

Algún consejo para acabar...

Decía Einstein: "Prefiero ser un optimista loco, que un pesimista cuerdo". Háganle caso.