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Primera | Atlético de Madrid 0 - Zaragoza 1

Un Bravo entre mansos

Óscar apuntilló al Atleti, en el que sólo brilló el chaval

<b>CÉSAR FRENÓ AL ATLÉTICO. </b>En el 42&#39;, Bravo puso un gran centro y Galletti cabeceó a bocajarro, pero César sacó una mano salvadora.

En caída libre, así está el Atlético. La felicidad de hace menos de un mes parece ahora historia antigua, se empezó a resquebrajar con la rodilla de Maxi, la de Petrov sacó a la luz las viejas taras ocultas por las victorias y el muslo de Mista acabó provocando un derrumbamiento general. El Zaragoza ganó en el Calderón no porque lo mereciera, sino porque estaba escrito. El Atleti salió al campo con la derrota en la cara y se fue de él con otra daga en la autoestima. Javier Aguirre tiene que fichar urgentemente a Freud, Woody Allen y la Virgen de Lourdes, especialistas en psiquiatría y milagros. Bueno, eso y un par de buenos futbolistas.

Ayer encontró uno, Víctor Bravo. El chaval tiene cuatro cosas de las que el equipo anda escaso: desborde, toque, descaro y una zurda útil. Mientras le duró el fuelle, los rojiblancos fueron creando peligro, pero ahora mismo no meterían una bola de golf en una piscina olímpica (por cierto, falta gol y juegan tres pivotes defensivos y no el Kun; entrenadores, esa raza). Los cabezazos de Luccin (fuera) y Galletti (paradón de César) estaban dentro, pero para este Atleti un paso es un maratón.

Decepción maña.

Así subsistió el Zaragoza, agarrado a su portero, en vista de que su demostrado poderío ofensivo andaba de vacaciones sin la siempre infravalorada magia de Aimar, con Ewerthon corriendo sin pararse a pensar hacia dónde iba y Diego Milito chocando una y otra vez con el muro Perea. Durante muchos minutos estuvo a merced de su rival, pero éste no es generoso, es una hermanita de la caridad. Tras el descanso, sólo se acercó al gol en una buena falta de Jurado que de nuevo detuvo César, cuya exhibición quedó algo ensombrecida por su imitación del peor Al Pacino: gesticulante, sobreactuado y algo cargante.

En el 70', Agüero sustituyó a un Víctor Bravo desfondado y el Atlético perdió la fe. El Kun no le ayudó a recuperarla. Ni tampoco Fernando Torres tomó el mando. Ambos andan en plena crisis, aislados del juego sin un mísero pasador en condiciones, desesperados por tocar la pelota, intentando la jugada del siglo cada vez que la huelen y descubriendo de la manera más dolorosa la ley de la impenetrabilidad de los cuerpos. Es un drama ver tanto talento desaprovechado ante la pura realidad: el Atleti acumula delanteros y mediocentros, pero no tiene bandas ni cerebro. No está cojo, está mutilado.

Sólo la noche tonta del Zaragoza, al que el empate le sabía a gloria, impedía que la herida sangrase a borbotones. Pero ya se sabe que en el Calderón rara vez acaba un drama sin una última vuelta de tuerca. Así, en el 88', con Seitaridis atendido en la banda y el equipo a otra cosa, una contra acabó en gol de Óscar. No fue justo, pero era inevitable. Ahora sí hay crisis. Se buscan héroes.