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Primera | Real Madrid 3 - Villarreal 3

Un homenaje con fuego real

Zidane se despidió con un gol y una gran ovación. El Villarreal tuvo el partido en sus manos. Baptista volvió a salvar al Madrid. Excelente Beckham

<b>EL GUIÑO PARA IKER</b>. Zidane se despidió de cada uno de los futbolistas que estaban sobre el terreno de juego. Especialmente emotivo fue el adiós de sus propios compañeros, pero hubo un gesto del francés que tuvo como destinatario único a Casillas, uno de sus mejores amigos. El guiño fue para él.

No, no fue buena idea bordar en las camisetas del Madrid el nombre de Zidane, meciendo el escudo. Hubiera sido preferible posponer cualquier homenaje a la conclusión del partido porque el deporte (y la vida) castigan las fiestas anticipadas, pocas leyes se cumplen con tanta tozudez. Era un mal fario, un mal presagio, un desafío innecesario a la suerte, como pasar bajo una escalera pudiendo rodearla. El encuentro de ayer no era un partido homenaje, sino un choque cierto y duro, sin concesiones. Por eso, al final, quedó la sensación de fiesta interrumpida por la policía, que es siempre la irrupción de la cruda realidad: un tipo saltó al campo para abrazar a Riquelme, el árbitro pitó el final y Zidane se despidió en camiseta sin mangas, sin besos, sin llorar ni nada.

Esa última impresión nos confundió un poco y nos hizo olvidar por unos minutos un partido trepidante, con un par de goles y un tiro al palo en los últimos cinco minutos. Por cierto, no comprendo que en esos instantes, con el encuentro aún vivo, López Caro decidiera sustituir a Zidane, insistir en el homenaje cuando todavía había tiroteos en la calle y terreno por conquistar. Y entiendo menos, si cabe, que fuera Raúl Bravo su sustituto porque creo en los símbolos y en la importancia de los gestos. En ese banquillo todavía quedaba Soldado, un chico que hubiera sentido la palmada de Zidane como una bendición papal. Un delantero, por otra parte.

Aunque Baptista empató a dos minutos del final y Riquelme estrelló el balón en la madera en el tiempo añadido, el partido jamás perteneció al Villarreal. Es más, el equipo de Pellegrini se encontró con el partido un par de veces como quien se encuentra con dos billetes de 100 euros en la misma tarde, cosa rara. Eso sí, una vez favorecido por la fortuna, se necesita talento para aprovechar las oportunidades y para montarse en los trenes en marcha.

El encuentro comenzó como arrancan los partidos perfectos, el estadio lleno y el sol alumbrando todavía una parte del césped, con aire de Mundial. En situaciones así, uno piensa que no desentonaría allí abajo, que durante unos minutos largos, que es lo que se pide, no más, nadie descubriría al impostor. Soñar es gratis.

Tal vez motivado por el ambiente primaveral o por las ganas de estar a la altura del homenajeado, el Madrid salió con brío, el mismo que mostró Zidane, que fue recibido con un mosaico con su rostro que parecía pedir su excarcelación y con cartulinas que reproducían el dorso de su camiseta. El despliegue, más propio una clase de trabajos manuales que de una multinacional de la imagen, fue más entrañable que emotivo, si bien tampoco esperamos grandes dispendios en el Día de la Madre.

Raúl, que robó un balón a Quique Álvarez de los que condenan a los centrales a las galeras, dispuso a los nueve minutos de la primera gran ocasión, un mano a mano con Barbosa. Como sucede desde algún tiempo (desde octubre, concretamente), el capitán se estrelló con el portero. Sin tiempo a reponerse del susto, Barbosa vio cómo uno de sus compañeros rozaba el gol en propia puerta, así de apetitosos son los centros que envía Beckham, ayer fueron mil.

La Bestia. Cuando el Madrid gotea, la experiencia más reciente nos dice que Baptista es el primero que se desborda. La cosa empezó con un centro al área de Robinho, templadito, de los que tardan en caer. Raúl, negado en el remate, optó por la asistencia y cabeceó mullidito, ofreciendo el golpeo a Baptista, que rugía por allí y no desaprovechó el regalo. El zurdazo de La Bestia fue de los que podrían romper un cristal blindado. Gol.

Raúl pudo sentenciar el asunto, solo, otra vez, ante Barbosa. Pero volvió a fallar. Es encomiable su empeño, pero del mismo modo que criticamos los homenajes en medio de la batalla, también censuramos que la rehabilitación de un futbolista invada la competición oficial y margine a otros que están en mejor forma.

En ese momento de asedio local, nadie hubiera apostado un céntimo por los visitantes, pero el Villarreal, que ya lamentaba su mala suerte, se encontró con el primer billete de cien. Riquelme sacó un córner al primer palo, Salgado peinó el balón en lugar de despejarlo y la pelota rebotó en Mejía para luego acabar en la red. Empate inesperado y nuevo mundo. El Madrid atónito y su rival divertido, animado de repente.

Prueba del cambio de espíritu fue el gol de Forlán, excelente, un tiro cruzado desde una esquina del área grande, un lugar desde el que no se suele probar fortuna. Y muestra de que los goles alimentan el entusiasmo fue que, muy poco después, el propio Forlán estrelló el balón en el palo en una jugada parecidísima a la anterior y que esta vez dejó en evidencia a Mejía. Es curioso, no es que el uruguayo pareciera peor en el Manchester, es que hasta daba la impresión de ser más feo y más bajito.

Un par de zarpazos pesaban más que el buen juego del Madrid. Por eso fue un mérito que los locales lo siguieran intentando. El modo no cambiaba: Baptista ponía el oxígeno, Beckham los pases fabulosos y Robinho la imaginación.

Había transcurrido una hora de juego, cuando López Caro entendió que ya bastaba de pelear con un brazo atado a la espalda. Así que dio entrada a Guti y Cicinho, ambos relegados porque el corazón (del técnico) tiene razones que nuestra razón no entiende.

Será casualidad, pero el Madrid empató al rato. Beckham volvió a ejercer de Guillermo Tell y el balón aterrizó en la cabeza de Zidane, que sorprendió a Barbosa. Creo que si el francés no celebró el gol es porque pretendió centrar y no rematar, y los que son muy buenos no andan fingiendo en estas situaciones.

El partido se convirtió en un delicioso correcalles, todos los jugadores con metros por delante y tiempo para pensar. Las mejores ocasiones siguieron siendo madridistas y denunciaron repetidamente la ausencia de Soldado sobre el césped. Entonces apareció Riquelme, algo apático hasta entonces, como un profesor de tenis que pelotea con orondos directores de márketing. Primero lamió la escuadra con un lanzamiento de falta. Luego ordenó a su equipo y lo puso en situación de zafarrancho de combate. Ramos fue castigado con penalti y expulsión por protegerse de un balonazo en el pecho con los brazos y Forlán volvió a adelantar a su equipo. No tuvo tiempo de gastarse el billete. Baptista cabeceó a gol el enésimo balón de Beckham, aunque también hubiera rematado un cochinillo o una silla, de ser necesario.

Zidane fue sustituido a continuación. Uno siempre espera violinistas zíngaros en estas ocasiones, pero nunca hay música, se la ponemos luego. Recomiendo la letra del poeta Wordsworth: "Aunque ya nada pueda devolvernos el tiempo del esplendor en la hierba y la gloria en las flores, no debemos afligirnos, porque la belleza subsiste en el recuerdo". Snif.