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Primera | Real Madrid 2 - Málaga 1

La vida en el alambre

Victoria del Madrid en el último suspiro. Vulgar partido ante el colista. El Málaga fue miedoso y lo pagó. Cassano, horrible. Ramos fue el héroe.

Actualizado a
<b>FATAL. </b>Cassano no tuvo su día contra el Málaga.
Reportaje gráfico: jesús aguilera, carlos martínez, jesús rubio, felipe sevillano y pepe andrés

La vida es así. El problema no es el miedo, el problema es detenerse, aburguesarse, hamburguesarse, que todo es lo mismo. No hay forma de conjurar los peligros que acechan, pero moverse es una fantástica forma de ver mundo antes de que nos caiga el rayo. El pecado es aprovechar el viento en la espalda sólo para refrescarse los riñones. Y no moverse. Y querer conservar tu tesoro, como si los tesoros, ya tengan forma de anillo o de rubia apocalíptica, pudieran guardarse en el cuenco de las manos, quietecitos y escondidos, que nadie nos vea, tesoro. Eso mató al Málaga. Lo curioso en este caso es que disparó su entrenador.

Sí, antes de contar cómo Sergio Ramos atrapó la victoria en el último suspiro, su cabezazo agónico, es necesario explicar cómo se le escapó al Málaga minutos antes. Porque era suya, o todo lo suyo que puede ser el triunfo para quien visita el Bernabéu y se ha adelantado en el marcador.

Ocurrió, pasa siempre, que llegó el incómodo momento de tomar una decisión: ser valiente o conservador, avanzar o plantarse. Y aunque era más fácil que el Málaga ganara chutando que despejando, se eligió conservar, defenderse, encerrarse, mi tesoro. El error tiene menos perdón dada la situación del equipo, tan desesperada que el arrojo era más una escapatoria que una elección. Por otra parte, Manolo Hierro perdió la oportunidad de aliviar su merecida fama de técnico ceniciento y comportarse, camino del patíbulo, como un tipo atrevido y romántico, tal vez dando entrada a otro delantero, puestos a morir mejor chocar contra un molino que contra un alcornoque.

Pero no. Entró al campo Litos, fornido defensa, y lo abandonó Couñago, esforzado atacante. Las consecuencias fueron fulminantes: a los dos minutos de pisar el césped, Litos arrolló a Raúl, que estaba de espaldas a la portería intentando averiguar las misteriosas reacciones de las esferas. Justo penalti, gol de Zidane y el Málaga un paso más cerca de la cruda realidad.

Sin embargo, el movimiento del entrenador visitante fue todavía más dañino: Bovio, estupendo en la dirección, pasó del timón al exilio del lateral derecho y, sin conductor, el Málaga se fue encogiendo hasta arrinconarse en el área. Allí lo quería el Madrid y allí se metió solito. De los balones que sobrevolaron ese refugio tenía que caerse un gol y un gol se cayó, el que celebró Sergio Ramos con una pirueta que todavía no consigo imaginar cómo se ensaya por primera vez.

Ni qué decir que la victoria es importantísima para el club y para el presidente, que si en las próximas horas ficha a Henry y Rooney, recupera a Etoo y convence a Ronaldinho acudirá a la reunión del miércoles con algunas garantías de, al menos, ser escuchado. Sin embargo, pese a la trascendencia de la victoria, el público la celebró con absoluto desapasionamiento, con el mismo que siguió el discurrir del choque.

La comodidad.

Es muy significativo ese desengaño, esa falta de rebeldía, impensable hace años. Apenas hubo pitos mientras el Madrid perdía 0-1 con el colista. Ni nervios, ni tensión. Es difícil explicarlo. Tal vez tenga que ver con la repetición en la decepciones y quizá colabore la indudable comodidad del estadio (Bernabéu lounge, que dirían los modernos), que, entre bellas azafatas y porcelanosa en los cuartos de baño, acomoda a los espectadores hasta la levitación chill out. Si a eso añadimos que el gallinero lo ocupan ingleses y turistas accidentales, no nos queda más Espartaco que Toñín El Torero.

Sin embargo, la victoria haría muy mal en ocultar de nuevo la profunda crisis deportiva que atraviesa el equipo. Ni los tres puntos ni las ensoñaciones postpartido de López Caro ("ha habido fases impresionantes") deberían despistarnos. El Madrid es un alma en pena, una trituradora de futbolistas, y es lo único que nos impide diagnosticar el número de irrecuperables.

Ayer, algunos de los admirables supervivientes entraron también en crisis. Al menos, por largos momentos. Cicinho tardó una hora en hacer una de sus incursiones. Robinho alternó algunos aciertos con imperdonables pérdidas de balón y Baptista volvió a enredarse en su corpulencia. Por poner algunos ejemplos.

Beneficiado por los errores ajenos y por la ausencia total de presión, el Málaga se encontró con la inesperada posesión del balón desde el inicio. Primero tocó con timidez y luego con más frescura, aunque nunca se liberó del complejo del humilde visitante en palacio forastero, cómo limpiarán tanta plata y para qué valdrán tantos cubiertos.

Ese inicio, por cierto, tuvo la novedad de la titularidad de Cassano en el Madrid. Se comprobó pronto que el público deseaba aplaudirle, pues por alguna extraña razón el italiano resulta simpático (o resultaba). Sin embargo, según pasaron los minutos y se acumularon sus errores, la diversión se transformó en indisimulada desesperación.

Cassano se movía por la posición de nueve con la rigidez de quien nunca ha pisado esos terrenos, con tanta y repetida torpeza que mi vecino de asiento, colmada su paciencia, gritó en nombre del pueblo: "¡No es Cassano, es Latre!".

Manu pudo abrir el marcador a los tres minutos, pero se murió de miedo y la tiró fuera. A los nueve, Guti asfaltó una autopista a Robinho y el brasileño probó ladestreza de Arnau, mucha, aunque siempre que juega contra el Madrid se le pone cara de 'perdónenme lo que voy a hacer'. Las ocasiones se sucedieron con esa cadencia, algo asombroso si se tenía en cuenta que era el colista quien visitaba el Bernabéu. Bovio, ya lo he dicho, era el mariscal del Málaga. Por eso tuvo que ser quien marcara el gol, previo fallo defensivo de Cicinho.

Transformación.

Tal vez para romper el mal fario, Casillas se cambió en el descanso la camiseta naranja por una gris, aunque creo que tuvo más influencia la salida de Zidane. Los buenos futbolistas, su irrupción, iluminan los partidos mediocres. Y Zidane es muy bueno, otra cosa es cuánto le queda. Como ayer para ser genial bastaba con ser sensato, el orden que impuso inclinó el encuentro hacia el Madrid. Y los cambios de Manolo Hierro terminaron de dictar sentencia.

Con Soldado en el campo y el Madrid volcado, el Málaga se condenó encerrado en su área, si bien Edgar dispuso de una clarísima ocasión con el choque igualado. A pesar de la incertidumbre y del acoso, muchos espectadores abandonaron el estadio antes de la conclusión y se perdieron el victorioso gol de Sergio Ramos. Más importante que eso era evitar la aglomeración.

En resumen, así vive el Madrid y así muere el Málaga, de mala manera, sin épica y sin lágrimas, sin rumbo, porque no hay rumbo para quien no se mueve. Sin tesoro, también sin tesoro.