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Liga de campeones | Arsenal 1 - Villarreal 0

El Villarreal sale vivo de Londres

El equipo sobrevive a Highbury, al Arsenal y al árbitro. No se pitó un penalti clamoroso a José Mari. Touré marcó el gol inglés. La eliminatoria, abierta

Actualizado a
Una ardilla saltó al terreno de juego e interrumpió el partido unos minutos.

Salir vivos es una magnífica noticia, mantener la eliminatoria abierta, sobrevivir a Highbury, al Arsenal, al árbitro, todos ellos enemigos de tronío, adversarios imponentes. En esas condiciones, escapar con un solo rasguño no es volver con un gol en contra, sino regresar con las esperanzas intactas: la vuelta será en casa y entonces los dragones nos darán lumbre a nosotros.

Sí, primero fue necesario sobreponerse a Highbury, a su aristocracia que intimida, a los fantasmas que silban allí, a su historia, al granate de sus camisetas y al cañón del escudo. En ese estadio, en lugar de focos deberían colgar lámparas de araña. Y no se trata de un simple decorado victoriano, no: ese lugar es un castillo con foso.

Luego estaba el Arsenal, uno de esos equipos que un buen día y en una competición determinada se sienten irresistibles, guapos de aburrir, casanovas en calzón corto, despedida de soltero y amigos de toda la vida. Esas repentinas conjunciones suceden de pronto cuando se reúnen chicos con talento y un par de instructores de vuelo, y el destino canalla suele querer que el descubrimiento llegue cuando todos lo daban perdido, cuando la única de nuestras dudas era saber si el Arsenal era demasiado viejo o demasiado joven.

Y por fin, el árbitro, un tipo que hubiera sido cómico de no resultar un arma de destrucción masiva, un aniquilador. Se trataba de un señor con aspecto de colegiado antiguo (gran disfraz), sin el menor atisbo de modernidad en su aspecto físico, antipático y, por regañar mucho y a poca distancia del abroncado, felipón, defecto al que sin duda contribuía su origen austriaco.

En un primer momento, pensamos que se trataba de un árbitro imparcialmente malo, pues compensó la inicial sangría al Villarreal con un fuera de juego al Arsenal que pudo ser gol de Henry. Sin embargo, comprendimos poco después que su maldad sólo era aplacada por un linier miope, que en la segunda mitad volvió a perjudicar a los locales en otra acción aislada. Todo lo demás fue una persecución que alcanzó su cénit en un penalti no señalado a José Mari, que no es que fuera derribado, es que fue abatido. Sin embargo, dejaremos los lamentos para los flojos de espíritu porque esto es Europa y no es extraño que fuera de casa el último defensa a regatear vista de negro.

Justicia. Por lo demás, jamás se podrá afirmar que el Arsenal venció gracias al árbitro. Anoche fue mejor equipo y sacó todo el provecho posible del ambiente y de las dimensiones del campo, pequeño, muy apropiado para la presión local y que deja el toque rápido y corto como el único camino para salir de los desfiladeros estrechos. Y en eso es maestro el Arsenal, especialmente Cesc, sublime jugando a un solo impacto.

Por eso se sintió tan incómodo el Villarreal, porque Riquelme no tenía tiempo siquiera para levantar la cabeza y enseguida se veía envuelto en un enjambre de abejas. Sin el balón en los pies, sólo quedaba sufrir, morder, pelear.

Como no podía ser de otra forma, el gol del Arsenal vino precedido por una genialidad de Henry, tan poderoso y sobrado como en su eliminatoria contra el Madrid. El francés descubrió un pasillo y entregó al inagotable Hleb uno de esos balones que arden con rozarlos. El centro de la muerte acabó en defunción y Touré marcó gol.

En esos momentos y en los que siguieron, la conclusión más positiva que podía sacar el Villarreal es que toda la hermosura de su adversario se transformaba en temblor de canillas cuando tocaba defender. Los centrales son rápidos, pero inseguros, y otro tanto podría decirse de los laterales.

Riquelme puso a prueba a Lehmann en un par de faltas tiradas con más potencia que colocación y el Villarreal se estiró un poco más. Guille Franco relevó a José Mari y el equipo pareció tener más profundidad. Senna lo intentó desde lejos y en el minuto 82 el balance de tiros a portería se había equilibrado decorosamente: 6-4.

Con todo, los acelerones del Arsenal seguían siendo dramáticos y aunque nadie ponía en verdaderos apuros a Barbosa (nunca pareció tan jovencito, tan desvalido), lo cierto es que fueron muchos los balones que se pasearon por el precipicio sin terminar de caer en él. La movilidad de los jugadores del Arsenal, su capacidad para desordenarse y seguir ordenados era deliciosa.

Aunque nunca levantó el acoso, el Arsenal de los últimos minutos dio la impresión de sentir algo de vértigo, debilidad sobre la que habrá que profundizar. Están tan poco acostumbrados a navegar en estas latitudes como nosotros y les asaltarán nuestros mismos miedos, con la diferencia de que la vuelta se jugará en casa y allí El Madrigal será nuestra madriguera y las ardillas irán vestidas de amarillo. El árbitro nos birló el lanzamiento de una última falta al pitar el final del encuentro. Él tampoco estará el martes. Fin de la tormenta. Todos vivos y lo que está roto se puede arreglar.

El detalle:

El Arsenal suma imbatido en la Champions 830 minutos, récord histórico. No recibe un gol desde septiembre.