Ronaldo dijo la última palabra

Primera | Zaragoza 1 - Real Madrid 1

Ronaldo dijo la última palabra

Ronaldo dijo la última palabra

jesús aguilera, carlos martínez, alfonso reyes y javier bellver

Diego Milito abrió el marcador. El Zaragoza no supo rematar. Ronie marcó en el tiempo añadido.

Los partidos de barrio, sin reloj y sin árbitro, se suelen resolver con el único desafío capaz de reactivar las piernas de los que llevan dos horas jugando: el que meta gana. No importa si la oferta proviene de quien vence por diez goles de ventaja o de quien pierde por esa o mayor diferencia, porque la oferta, chulería o último deseo, resulta siempre irrechazable, demasiado tentadora. El último gol, todos lo saben, te deja con los brazos en alto y así te vuelves a casa, tocando el dintel de la puerta. El último gol te libera. La memoria es selectiva.

Caras parecidas a las que se ven por los barrios en situaciones así se observaron ayer cuando el árbitro pitó el final del partido, su decisión menos discutible. Ronaldo estaba exultante, asunto menor es que hasta el preciso instante del gol su partido hubiera sido más bien decepcionante, ni un tiro entre los palos. Sus compañeros, cabizbajos un minuto antes, rezumaban satisfacción. ¿Merecía tanta alegría el empate? Supongo que eso es lo de menos cuando has marcado en el tiempo añadido, justo cuando el que mete gana. Poco importa entonces si Osasuna supera al Madrid en la clasificación, menudencias; la última sensación es de maleficio roto, por fin un gol, por fin Ronie. Los goles son al fútbol lo que las manzanas a la teoría de la relatividad: lo explican todo.

El Zaragoza habrá tardado algunas horas en entender que hizo un estupendo partido y que si el desenlace fue cruel, no se puede considerar que fuera injusto. Aunque es cierto que los locales pudieron sentenciar en un mano a mano entre Ewerthon y Casillas (magnífico Iker), lo cierto es que ambos equipos se repartieron protagonismo y empeño. La nota más positiva para el Zaragoza es confirmar que, ahora mismo, su calidad es equivalente a la del Madrid y eso es mucho, incluso en el atardecer de la galaxia.

Por otro lado, tratando de busca alguna lógica a lo que no lo tiene en absoluto, tampoco resulta descabellado que el tercer duelo entre ambos equipos, después de dos goleadas, se haya saldado con un vistoso empate.

Sí, fue un choque entretenido, igualado, rápido, y diría que hasta bueno si no fuera porque son muchos los que entienden la calidad como la ausencia de errores sobre un dibujo geométrico, algo así como fútbol liofilizado, comida para astronautas. El partido estuvo plagado de errores y no tuvo más cubismo que la cabeza de Gravesen, pero fue trepidante.

Ayudó que el Zaragoza juega al fútbol con muy buen gusto y esa sensibilidad especial la comparte todo el equipo, a excepción, quizá, de Álvaro y Toledo, especialmente este último, que tiene una peligrosa querencia hacia lo ilegal. El paraguayo hizo penalti a Cicinho a los cinco minutos, al zancadillearlo casi sobre la línea de fondo cuando el brasileño ya tenía el balón perdido. Los árbitros deberían saber que lo absurdo de una infracción no exime de su castigo. Muñiz Fernández, evidentemente, no lo sabe. Tres minutos después, Toledo volvió a cometer penalti, esta vez por agarrar con cierto descaro a Sergio Ramos dentro del área. El árbitro no se dio por aludido y aunque lleva la gomina muy tirante se le deben cerrar los ojos.

Sin embargo, quizá sea la obsesión por ese fútbol tan académico, loable propósito, lo que limita en un grado al Zaragoza, ya que el equipo no acepta ningún avance que no esté repleto de paredes y hermosas aperturas a la banda. No se cuelga un balón, no se rifa una pelota. Imagino que esa resistencia a utilizar las manos para comerse los muslos del pollo es lo que explica que el equipo haya perdido tantos puntos y se encuentre tan alejado de Europa.

Seguramente, por todo lo dicho, el Madrid es tan buen rival para el Zaragoza, porque ni pega ni agobia, porque propone un fútbol muy similar, de toque, aunque sin Ewerthon, ni Diego Milito, sin Cani. Y ayer, para colmo, sin Guti. Todo lo bueno que hizo el Madrid anoche, y tuvo un comportamiento notable durante la primera mitad, se esfumó por la falta de contundencia en los últimos metros. Cicinho volvió a tener un comportamiento extraordinario, pero sus pases eran cartas sin sello. Aquello que caracterizó al Madrid de hace muy poco tiempo, la pegada, daba la impresión de haber pasado a mejor vida... hasta que cuando se cerraba el telón, apareció Ronaldo.

Equilibrio.

El Madrid dominó los primeros quince minutos, el Zaragoza los siguientes, otros tantos, y a partir de ese momento hubo un toma y daca. El equilibrio no ocultaba, sin embargo, que las llegadas locales eran más profundas y que el Madrid ponía en sus movimientos más voluntad que armonía. En los visitantes, sólo Cicinho y Robinho escapaban de la mediocridad general; en los anfitriones, Cani componía versos y Ewerthon los rapeaba.

Para el Madrid, el gol del Zaragoza fue una vieja pesadilla: apertura a Ewerthon y su pase envenenado que burla a Mejía y a Casillas antes de que lo empuje Diego Milito, puro nueve. Pudo acabar ahí el partido, pero fue mérito madridista mantenerlo vivo. A duras penas, eso sí, porque su rival se agazapó y se puso a disparar flechas. López Caro, que ha pasado de maestro a personaje de Qué he hecho yo para merecer esto, dio entrada a Raúl y Zidane por Salgado y Robinho. No cambió nada, o sí. Beckham bombeó un balón incierto y César, acertado hasta entonces, voló como quien pierde el trapecio. El balón le cayó a Ronaldo, que recortó como nadie y remató como pocos. Fue el empate, pero pareció otra cosa, no sé, quizá un mete-gana.