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Primera | Real Madrid 2 - Atlético 1

El Atlético volvió a rescatar al Madrid

Cassano marcó a los tres minutos Kezman empató, pero sentenció Baptista Torres, ausente

Actualizado a
Real Madrid 2 - Atlético 1

Cuando el Atlético se enfrenta al Madrid se le descubre un complejo y una maldición, e importa poco de dónde venga cada equipo, de ganar o perder, de reír o llorar, de estrenar presidente o de encerrar a Ronie en la torre del castillo. De un tiempo a esta parte, cuando el Atlético se enfrenta al Madrid siempre se resbala con una cáscara de plátano. No hace mucho fue un gol de Ronaldo a los 14 segundos, algo insólito. Hace poco, en la ida, un penalti en contra a los cinco minutos. Ayer, un gol a los tres y un lesionado a los cinco. Y así, seis años sin ganar al Madrid.

Imagino que esa colección de desgracias abate a un regimiento de húsares y supongo que esa es la explicación del nulo rendimiento de algunas de sus figuras, especialmente de una, Fernando Torres, un fabuloso delantero fuera de estos duelos. No es que el chico esté negado ante el gol, es que cada vez parece más lejos de conseguirlo. Lo que antes eran milagrosas paradas de Casillas o disparos que rozaban los palos, ahora es, ayer fue, una lucha inútil, sin apenas ocasiones que apuntar. Es más, casi le pegan, en concreto, Gravesen.

Luego volveremos a ese incidente, pero nos sirve para pasar de lo paranormal a lo terrenal, y de la tierra, a la calle. Independientemente de la mala suerte, el Atlético es incapaz de descifrar las claves del derby, de dominar esos aspectos que rodean este tipo de partidos y que tienen el poder de inclinarlo de un lado u otro. Oficio, lo llaman algunos, pero yo creo que es más bien un tipo de inteligencia que desarrolla quien no tiene oficio ni beneficio, quien se aprendió antes las trampas que las reglas. El tipo de recurso que decide estos partidos vecinales, que eso siguen siendo, tan influidos por el fútbol como por las susceptibilidades, las viejas afrentas y el día siguiente.

Grave error.

El Atlético se repuso al trauma del primer gol del Madrid, pero cuando empató no dijo nada, no aprovechó para intimidar o para dormir el encuentro, para hacerlo suyo. En cierto sentido fue víctima de su propia inocencia: pensó que sería suficiente con jugar al fútbol, con mantener el ritmo, como ante cualquier otro rival. Pero se equivocaba. Se pasó una hora intentando poner los papeles en su sitio, sin entender que ayer era un partido de papeles por el aire.

El Madrid, muy poco fiable en las distancias largas, cuenta sin embargo con especialistas del enredo, con locos deliciosos, con genios del último pase, con campeones del mundo de natación en aguas revueltas. No está el equipo para memorizar largas lecciones, pero saca nota en improvisación. Gravesen, casi siempre desconcertante, tuvo el mérito de desquiciar a Torres con sólo mostrarle las órbitas de los ojos como sólo pueden hacer él y sus primos de los dibujos animados. El Niño no volvió más y hasta le habrá costado conciliar el sueño.

Pero el premio al factor clave de partido corresponde a Antonio Cassano, principal beneficiado del golpe de coroneles. Cassano, flamante titular en sustitución de Ronaldo, no sólo respondió a su fama de delantero talentoso, sino que ejerció también de italiano, del sur, concretamente, un lugar donde intuimos que le hacen el tocomocho a los tahúres del Mississipi.

Cassano abrió el marcador con un cabezazo perfecto y sutil que embelleció un extraordinario pase de Roberto Carlos, también perfecto y sutil. En la jugada no hubo ni estruendos ni churros, si acaso el monumental abandono de Valera, que dejó galopar al lateral enemigo. Poco después, el joven atlético se desmoronó lesionado.

Hubiera sido muy normal que el Atlético se quedara groggy, que al mismo tiempo acusara el puñetazo y las bajas de Maxi e Ibagaza, porque cuando hay problemas uno siempre busca con la mirada a los Hombres de Harrelson, o a Harrelson, o a alguien. Galletti, renqueante, entró por Valera, si bien pronto se vio que no cubriría las hectáreas encomendadas al muchacho.

Pero, asombrosamente, el Atlético se fue para adelante, sin grandes planes, aunque con determinación. Digo sin grandes planes porque a la ausencia de profundidad por la derecha se sumaba la desaparición de Petrov por la izquierda. En esas condiciones, Luccin hacía lo posible por mover al equipo y buscar el disparo lejano. Un cañonazo del francés calentó las manos de Casillas.

No obstante, los problemas del Atlético por las bandas no se limitaban al ataque. Eran todavía más alarmantes en defensa. Los rojiblancos dominaban sin alardes el juego, pero cuando el Madrid daba respuesta y abría por alguno de los flancos descubría una autopista. Roberto Carlos hubiera sacado petróleo de insistir por la izquierda. O Cicinho por la derecha; de haber jugado, claro.

Como consecuencia de la insistencia visitante llegó el gol de Kezman, de fino taconazo. Helguera cabeceó hacia la frontal de su área (acto penado con cárcel en el Reglamento del fútbol arrabalero), Luccin enganchó un magnífico zapatazo y Salgado rompió el fuera de juego al asistir a la jugada pegado a su portero (pasividad que recibe idéntico castigo en el mismo Reglamento). En resumen, gol y prisión.

No cambió el choque, ya digo. El Madrid se la jugaba a una buena combinación en la que tendrían que intervenir Zidane o Guti, o ambos, y el Atlético apostaba por el ritmo contenido que le había valido para empatar el encuentro. Baptista remató de media tijera después de controlar con el pecho, pero se le fue alta. El día que le salga eso o parecido se le perdonarán todos los pecados cometidos y por cometer. Kezman, que se debate entre el tronco o el chiste tan agudo que no logramos entenderlo, resolvió así un mano a mano con Casillas: envió la pelota a la Plaza de Castilla, donde le pondrán multa porque es zona azul. Aquel fue el último tren del Atlético. Y es que, tal y como estaba de abierto el partido, era mucho más sencillo que el Madrid marcara a que lo hiciera su rival.

Gran jugada.

El caso es que una buena ocasión del Atlético se transformó en un contragolpe mortal. Kezman, metido en el área, cedió hacia atrás buscando un amigo que pateara y se encontró a Guti. Desde ese robo, la conducción de la pelota fue impecable. Llegó a Zidane, que cruzó el mediocampo con ella. Se apoyó luego en Baptista, que devolvió de tacón. Y siguió corriendo cuando Zidane halló a Beckham por la derecha, sin lateral enfrente, sólo Luccin, que llegó tarde. El centro, excelente, fue rematado por Baptista, aunque por allí andaba otra vez Cassano, que lo celebró como si fuera suyo.

Se acabó la primera parte y se acabó el Atlético. Seguramente porque en la segunda mitad no se encontró con un partido de fútbol, sino con un derby, que es una cuestión muy distinta. Y se desquició. Hizo faltas, dejó pasar el tiempo. Se enfureció. Y fue en ese ambiente donde Cassano se sintió como en casa, en el Vecchio Bari. Cuando resultó necesario se retorció en el suelo como si le hubieran disparado. Cuando fue menester compitió con Perea en algunas carreras, y hasta le ganó varias, de alguna forma inexplicable, porque Cassano, pongan como se pongan, tiene barriga. Puestos a admitir, admito que sea un rasgo de su carácter rebelde, igual que el acné, o que se trate de michelines aerodinámicos, pero los tiene.

Así, entre pillerías de Cassano y performances de Gravesen al estilo de Leo Bassi y los mejores histriones mundiales, se fue esfumando el partido. Gabi, con un trallazo que rozó el palo, puso punto y final a la actuación del Atlético, a su esperanza. Raúl entró por Cassano y es difícil distinguir qué parte de la ovación correspondió a cada cual. Nada cambió con el capitán en pista, lo cierto es que él ya había cambiado bastante. Kezman reclamó en el tiempo añadido un penalti que no fue. Otro derby. Torres, cabizbajo. El Madrid habituado al viento a favor. El Atlético, convertido en lo que más odia: el enemigo medicinal. En fin, otro derby.