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Primera | Athletic 0 - Real Madrid 2

El Athletic cura las heridas del Madrid

Robinho marcó a los cinco minutos y el Athletic no se sobrepuso. La garra no basta. Bravo sentenció

Actualizado a
<b>CAMPO PROPICIO</b>. A Raúl Bravo se le da bien el País Vasco esta temporada. El canterano ha sumado dos goles en lo que va de Liga, ambos contra equipos vascos. El primero lo consiguió contra la Real Sociedad en el estadio de Anoeta y el segundo lo hizo ayer al aprovechar una asistencia de Robinho en el minuto 92. El jugador y sus compañeros lo celebraron a lo grande. El partido estaba resuelto.

En estos momentos, el Athletic cura cualquier complejo siempre y cuando sea ajeno. Cuesta decirlo, porque se trata de uno de esos equipos a los que hasta el enemigo más encarnizado prefiere poderoso, pues su fuerza sirve para medir la que le enfrenta. Así, lo que antes era un día de gloria, ganar en San Mamés, se ha convertido en una rutina, especialmente para el Madrid, que lo ha hecho esta temporada en dos ocasiones y que llevaba sin conseguirlo en Liga desde 1998.

En la explicación concreta de la derrota de ayer del Athletic no se puede pasar por alto la ausencia de Yeste, Etxeberria y Tiko, jugadores con galones y calidad para elevar a un grupo al que no le sobra nada. Sin embargo, en el análisis general de la crisis cuesta entender que el equipo que luchaba por la UEFA en las cuatro últimas temporadas se haya desplomado sólo por la venta de Ezquerro y Del Horno, única diferencia con plantillas anteriores. Sólo cabe pensar que, por falta de experiencia en solventar problemas, por poca costumbre en la navegación con olas, un traspié se haya transformado en un naufragio. La labor de Clemente, antes de ensamblar al equipo, es rescatarlo.

El Madrid se aprovechó de los problemas de su adversario sin que se le pueda poner otro pero a su victoria que la enorme cantidad de ocasiones falladas, desesperante por momentos y mal síntoma cuando se acercan tiempos en los que al tirador sólo le concederán un par de cartuchos, no más. En un partido que favorecía descaradamente los contragolpes, el Madrid sólo sacó ventaja en dos de ellos, el primero y el último, los que definieron el marcador y sentenciaron al Athletic.

Como ocurre en muchos partidos, las primeras páginas del libro ya anticipaban el final. El Madrid se adelantaba a los cinco minutos. El tanto nació de una buena combinación en el centro del campo entre Salgado, Guti y Zidane. Finalmente, el francés decidió dejar de dibujar triángulos y se sacudió a dos futbolistas que le mordían los tobillos con la facilidad que suele, como quien salta un charco. Lo que se encontró Zidane tras el regate fue campo abierto, ni un enemigo alrededor. Así que oteó el horizonte, vio el desmarque de Robinho y le picó espuelas. La pelota trazó una diagonal que le rasgó la espalda al lateral como si hubiera pasado por allí el Zorro y llegó por fin al brasileño, que resolvió de forma impecable, con la zurda, raso y entre las piernas del portero.

Diagnóstico. El gol no le auguraba nada bueno al Athletic y dejaba en evidencia la ruborizante fragilidad de su defensa. La jugada confirmaba, asimismo, que Lacruz no cuela como lateral y que la presión exige que no haya distancia entre líneas. La intervención de Zidane, no obstante, también sirve para añadir una enmienda: ni aunque cumplas con la más estricta teoría estás libre de peligro si es él quien tiene el balón en los pies.

El Athletic no se aturdió mucho por el gol, sino que reaccionó con furia, con coraje, viejos valores que, a falta de otros, ha potenciado Clemente. Fruto de ese ardor, el partido derivó en un cierto descontrol (parones, quejas, roces), barullo que favoreció mucho a los rojiblancos, que dejaron de parecer tan inferiores técnicamente y empezaron a ganar la batalla de la pasión.

En el capítulo de oscuros incidentes hay que destacar que Pablo García quedó fuera de combate al sufrir una patada por detrás de Urzaiz, que en un salto quiso vengar una afrenta anterior del uruguayo a Gurpegi y le tatuó los tacos en un gemelo. Gravesen fue el relevo del lesionado y el árbitro no se enteró absolutamente de nada; se limitó a repartir tarjetas como un vendedor a domicilio.

El asedio del Athletic culminó cuando, primero Gurpegi y luego Iraola, pusieron a prueba a Casillas. Los disparos eran lejanos y no muy colocados, pero a cambio eran durísimos y salieron de los guantes de Iker con la misma fuerza que impactaron. Sin embargo, los locales no insistían en la jugada que históricamente más daño ha hecho al Madrid: colgar balones a Urzaiz. En los pocos que le llegaron, hubo susto atávico.

Naturalmente, la apuesta del Athletic, volcarse de forma desesperada, entrañaba un riesgo casi mortal: el contragolpe del Madrid, muy mejorado en los últimos tiempos, no ayer. Hubo dos casi calcados. En el primero Ronaldo, al verse sin velocidad para rematarlo, asistió a Robinho, que no aprovechó el regalo, y era muy bueno. El chaval chutó alto. En el siguiente, repitieron los protagonistas y sólo cambió la asistencia, que fue de cabeza. Robinho volvió a fallar. Nota: el Ronaldo de hace poco tiempo no hubiera necesitado compañero de viaje en esas aventuras.

Los errores. Según pasaban los minutos, el convencimiento inicial, que el Madrid ganaría sin problemas, lo fue siendo menos. Y en la segunda mitad, el Athletic llegó a poner en duda la victoria visitante. Además de por su ardor, inagotable, porque las clarísimas contras visitantes, a fuerza de terminar en el limbo, dejaron de verse como una verdadera amenaza. Es como si el Madrid lo viera demasiado fácil y no sintiera la necesidad de finiquitar el debate. Un pecado de soberbia que tampoco indica nada positivo para el futuro y que resulta imperdonable. Por cierto, hubiera sido un buen momento para ensayar los cinco goles que son necesarios para eliminar al Zaragoza de la Copa.

Clemente sustituyó a Urzaiz por el joven Llorente, pero nada cambió en el Athletic, que se entregaba sin coreografía, sin sumar el esfuerzo de cada uno en un empujón colectivo. Corrían todos, pero más como se escapa de un incendio que como se ataca un fortín. Y el Madrid seguía llegando a las inmediaciones del área de Lafuente de todos los modos posibles, por parejas, por tríos y por escuadrones. Unas veces la precipitación y casi siempre la falta de coordinación evitaban el segundo gol.

La sentencia no llegó hasta el tiempo añadido, cuando Robinho se relajó, levantó la cabeza y vio que más allá del portero estaba Raúl Bravo completamente solo. Y se la dio. El desconcertante Bravo lo celebró como un principiante, por otro lado, como deben festejarse los tantos en La Catedral.

Al Athletic le quedó eso, que pudo soñar hasta el final. Y eso es lo que le sigue quedando. El equipo sabe jugar al fútbol, pero lo que debería ser esencial no lo es tanto ahora, cuando toca unirse y pasar las olas juntos.

El Madrid sumó su quinta victoria en Liga, por lo que permanece prendido a ella. El martes le espera el Zaragoza. Y está convocado Juanito.