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Primera | Real Madrid 4 - Espanyol 0

El Madrid está de luna de miel

Gran partido de los blancos. Pobre imagen del Espanyol. Ronaldo no faltó a su cita con el gol

Actualizado a
Guti celebra su gol
macario muñoz, felipe sevillano, chema díaz, pepe andrés y alejandro gonzález

Cuando al Madrid le salen bien las cosas en el Bernabéu sus partidos son como esas viejas superproducciones de Hollywood en las que nadie reparaba en gastos, películas desmesuradas que concentraban estrellas y, si se terciaba, elefantes, y que para concluir las diferentes historias planteadas incluían varios finales felices y otros tantos besos a tornillo. Cuando el Madrid juega bien se le borran las rayas de los costados y la publicidad en general y el equipo recupera la blancura clásica, que es la pureza y el arrojo, y a poco que seas miope ya no distingues a Robinho de Cunningham.

Ayer al Madrid le salieron bien las cosas, jugó estupendamente. Y en su exhibición incluyó todo lo que el público esperaba y bastantes extras más. Acudió puntual a su cita Ronaldo, que sólo ficha cuando marca y marcó. Pero a la fiesta se sumaron otras figuras que suelen alternarse, hasta el punto de que nos sería imposible confeccionar el cartel de la película, porque no sabríamos qué nombres rotular más grandes, cuáles situar a la izquierda o a la derecha. Abrió la cuenta Guti, que es el chico de la casa, el rebelde que regresó para hacerse cargo del negocio. Continuó Zidane, que es un señor como los de antes, con sombrero de copa y botines; él repitió y puso fin a la cuenta. Sin embargo son demasiado vulgares los partidos que sólo declaran protagonistas a los autores de los goles. Por ejemplo, tanto como ellos destacó Beckham, que ha elevado el pase largo a la categoría de las bellas artes. En cada uno de los balones que hizo volar de costa a costa no sólo cabía una ovación, también un acierto táctico, porque nos descubrían un espía o un comando.

También merece reseñar el encuentro de Cicinho, ese extremo que se nacionalizó lateral como otros compatriotas suyos se nacionalizan portugueses o qatarís, para que los dejen jugar, para ser reyes de otros reinos, cabezas de ratón. Sus condiciones y su vocación atacante encontraron anoche el escenario perfecto, porque, con el Madrid volcado y el enemigo desbordado, no cabía un reproche que hacerle a sus constantes subidas. En una de ellas asistió con temple a Ronaldo, que remató a placer un balón que había aterrizado en su cabeza con la docilidad de un frisby. En otra, galopó por medio campo hasta entregar con rendida obediencia a Zidane, que se inventó la segunda mitad de la historia. Cicinho pudo incluso marcar un gol, pero su disparo a bote pronto se topó con una espléndida palomita de Gorka.

Casi Disney.

Robinho, Mejía, Roberto Carlos... todos firmaron un buen partido, incluso Woodgate estuvo a punto de conseguir el quinto gol, aunque entonces la película hubiera virado a producción de Disney. Capítulo aparte para Gravesen, de nuevo sobreexcitado y gritón, de nuevo sustituido en el descanso. Su tambor no pertenece a esta orquesta. Debe regresar a una banda de pueblo, por eso sufre.

Fue un partido tan coral del Madrid, tan exquisitamente ordenado y pulcro, que al no encontrar a quien señalar con el dedo para colgarle la medalla se hizo más evidente que nunca la influencia del entrenador, al que no pudimos apuntar con el índice porque se ocultaba en el banquillo como otros se ocultan las noches de gala tocando el clarinete.

Si hasta ahora no he mencionado al Espanyol no es por olvido, más bien por misericordia, porque su encuentro fue penoso, en parte por el ciclón que los envolvió y en parte por su falta de chubasquero. El Espanyol apenas aguantó en pie un cuarto de hora y se rindió cuando todavía faltaban 30 minutos. La bandera blanca, qué otra si no, la ondeó Lotina en ese instante cuando retiró del campo a De la Peña, el único futbolista con talento bastante para rescatar a su equipo de la vulgaridad, la única opción de salvaguardar el honor aunque fuera con un gol aislado, que ya es algo. Se entiende que su entrenador pretendía protegerlo con vistas al choque de Copa, pero fue un gesto que despreció tanto al partido como al jugador, que se largó jurando en arameo y amagando puñetazos contra los metacrilatos.

Desde luego que no se puede exigir la victoria a quienes visitan el Bernabéu, y no se debería hacer sangre con el perdedor, pero al menos se espera que los que saltan a esa arena tengan un par de planes, uno con lluvia y otro con sol. Pues no los hubo. El Espanyol no supo ni defenderse ni atacar. Tampoco presionó, ni cortó caminos ni plantó barricadas. Digamos que se entregó al amor... y le cayeron cuatro.

Sin trabajo.

El primer disparo del Espanyol a portería llegó pasada una hora de juego; Casillas detuvo sin problemas. En ocasiones así, tan placenteras, ker debe lamentar haberse cortado las mangas, qué tiempos cuando los disparos a quemarropa eran tantos que le sobraba incluso la camiseta. El voluntario repliegue del Madrid propició esos tímidos acercamientos de su rival, que sólo buscaba justificarse.

Es extraña la resistencia de los equipos que dominan con tanta claridad a insistir en la goleada, es sorprendente ese repentino ataque de piedad, esa renuncia al efecto embriagador que pueden tener seis o siete goles a favor, los que pudo marcar ayer el Madrid, que se conformó con cuatro. Pierde mucho el espectáculo con ese corporativismo.

Cassano también tuvo la oportunidad de participar en la fiesta, pero no la aprovechó. Y eso que el ambiente era inmejorable e incluso su aspecto prometedor, más delgado, tal vez consecuencia del nuevo peinado, más a tazón y con menos volumen. Aunque el destino le puso los balones como un atún prendido en el anzuelo, el italiano no supo recoger el hilo a tiempo. Ignoro si lo sabe, pero el reloj corre en su contra.

En esos últimos minutos del partido, Robinho se enredó en un par de acciones, bicicletas sin cadena y sin objetivo, que no empañaron un partido que fue, a falta de brillanteces, muy sobrio y muy notable. Suyas fueron dos preasistencias, si es que tal cosa existe, la que encontró a Beckham y dio origen al gol de Guti y la que descubrió a Roberto Carlos antes del exquisito remate de Zidane, único golpeo posible a un balón que le llegó saltarín como una pulga.

El Bernabéu se desalojó como se abandonan los cines después de una gran película, cada uno imitando al tipo que más le impactó, si se fijan a las puertas del cine siempre hay alguien que llama Karen a su novia Margarita y en las de los estadios no es raro ver golpear las latas con el exterior del pie.