Entre la suerte y el talento

Primera | Celta 1 - Real Madrid 2

Entre la suerte y el talento

Entre la suerte y el talento

Robinho y Cicinho dieron la victoria al Madrid. El Celta mereció algo más y reclamó un gol fantasma. Los blancos suman su sexta victoria consecutiva

He oído decir alguna vez que si te sientes guapo empiezas a serlo y aunque tengo serias dudas al respecto porque me concentro y no veo resultados, debe ser verdad, e incluso aplicable a otras dulces sensaciones, como la felicidad o la fortuna. La prueba es que desde que el Madrid se gusta se le rinden las doncellas antes de soltar el verso y los caballeros antes de desenfundar la espada. Vamos, que además de otras indudables virtudes que tienen que ver con el trabajo y el esfuerzo, el equipo se acompaña de la suerte, esa brisa a favor o en contra, según interese que los balones entren o salgan.

La fortuna explica mejor que cualquier otra cosa que el Madrid ganara ayer en Balaídos. Pero, cuidado, la suerte también se trabaja y se invoca. Cuanto más me entreno más suerte tengo, dijo alguien, del mismo modo que hubo otro genio que se aseguraba de que las musas le sorprendieran siempre trabajando. Hubo incluso quien se atrevió a rechazar la existencia del azar: cuentan que Drazen Petrovic despreciaba la fortuna cuando alguien se la deseaba al salir a la cancha, "la suerte es para los malos", dicen que decía. Tal vez sea cierto. La mala suerte, en cambio, es mucho más democrática. Y traicionera, él la sufrió.

A pesar de encontrarse dos veces por debajo en el marcador, el Celta tuvo el enorme mérito de no derrumbarse nunca, como hacen otros muchos equipos, sólo preparados para los mundos felices. Después de cada golpe, carraspeó, se tragó el sapo y recuperó la línea del guión, como íbamos diciendo. Continuó con su trabajo, percutiendo, peleando. Y tan duros fueron en ese propósito los golpes del Madrid como los de la fortuna, aquel balón en el palo y esa pelota que nunca sabremos con certeza si entró porque carecemos de chips y de imágenes congeladas que nos permitan entrar en escena con el metro y la escuadra. Tal vez mejor así, porque esas imperfecciones hacen del fútbol el deporte perfecto, con árbitros y todo.

Por lo demás, el que a hierro mata a hierro muere y los goles fantasma deben ser igual de justicieros que el refrán. Canobbio marcó en el Bernabéu sin que el balón entrara y ayer perdió el Celta sin saber si su balón entró. La suerte tiende a equilibrarse, esto no lo comenté, la diferencia es el modo de administrarla.

Después de esa jugada que veremos repetida durante toda la semana y que examinaremos hasta la psicofonía, por si alguien nos susurra si entró o no, el Madrid tuvo varias ocasiones para ampliar el resultado y tal vez para aplacar en alguna medida el debate. La mejor estuvo en la botas de Cassano, que quiso ser tan sutil que resultó inocente. Su leve toque fue engullido por la inmensidad de Pinto, que es como Sansón y sus palomitas parecen águilas imperiales.

Equilibrado. El balance del encuentro es tan parejo que los contendientes se repartieron casi equitativamente sus tiempos de influencia. El Celta salió en tromba, sin dar tiempo a santiguarse. Tanto era su ánimo, que en apenas dos minutos ya había introducido el balón en la portería de Casillas, si bien la jugada fue anulada antes del chut final por falta de Núñez a Helguera. Aunque fue un disparo de fogueo, retumbó como uno de verdad.

No pasó un suspiro antes de que el propio Núñez dispusiera de una magnífica oportunidad, pero le faltó tiempo para reaccionar y espacio para moverse, porque en cuanto levantó la cabeza para apuntar, Roberto Carlos ya le había robado la pelota y los documentos. En resumen, le faltó picardía y punterazo.

Pero si esa ocasión fue clara, mucho más lo pareció la siguiente. Javi Guerrero burló el repliegue de la defensa del Madrid con un estupendo pase al hueco y dejó a Canobbio solo y a la carrera. Si no acabó en gol fue porque el uruguayo se equivocó un poco y Casillas acertó mucho. En lugar de intentar regatear al portero, y de paso tentar el penalti, el atacante probó fortuna desde fuera del área. A estas alturas ya debía saber que, a quemarropa, Iker detiene las balas con los dientes.

Todo lo expuesto sucedió en cuatro minutos, lo que indica que fue un asedio concentrado. A partir de ese momento, el Madrid comenzó a sacudirse el dominio rival y lo hizo de la mejor manera posible, apoderándose del balón, desplazándolo con rapidez de un flanco a otro, Guti dirigía el tráfico. En esos momentos, los del Madrid, la superioridad visitante en el centro del campo era tan evidente que en más de una ocasión se vio a Oubiña bracear pidiendo ayuda, refuerzos.

Fue de una de esas combinaciones de donde vino el gol de Robinho. Guti, letal cuando tiene tiempo de pensar y más letal cuanto más cerca está de la portería contraria, encontró a Baptista en la frontal. En ese punto no está claro si La Bestia quiso controlar y perdió la pelota o si bien fingió un trompicón para disimular una asistencia. El caso es que el balón saltarín llegó a Robinho y el chico lo rompió, con el instinto de los delanteros puros.

Vuelta de tuerca. Daba la impresión de que no cabían en el choque más cambios de rumbo. El Madrid se había desperezado y jugaba con cierta comodidad, muy inclinado a las bandas, sobre todo a la derecha, donde Cicinho dobló tantas veces a Beckham que el inglés terminó siendo el lateral y el brasileño el extremo. Uno de sus pases desde el fondo del pasillo se quedó a cinco milímetros del pie de Baptista, que llegó tarde a la cita.

Sin embargo, el partido volvió a cambiar de sentido. El canario Silva, un zurdo interesantísimo e incansable, dio los primeros apuntes. Pero fue un diestro, Núñez, quien confirmó la vuelta de campana. Fue en el minuto 40. El ex madridista pisó tanto un balón en el extremo y reculó tanto que ya nos disponíamos a llamarle cobarde. Entonces supimos que esperaba a un compañero, Ángel, que centró una joya que cabeceó Lequi, no me pregunten qué hacía por allí el central ni se lo reprocharemos.

En la segunda mitad, López Caro reemplazó a Gravesen, que no estaba especialmente mal, pero que no dejaba de gritar. En su lugar entró Woodgate, aunque la posición del danés la ocupó Helguera. Eso no cambió ni al Madrid ni el partido. Lo hizo Robinho, que atrapó un balón a la contra y se plantó delante de Pinto. Como es joven e impetuoso, decidió disparar en lugar de asistir a Cicinho, que le acompañaba en la aventura. Pero como el mundo es más o menos justo y los jóvenes deben aprender, quien marcó fue su compañero, que aprovechó el rechace de Sansón. Por cierto, prodigiosa la velocidad del lateral, que no deshonra en absoluto el once que luce en la espalda.

Después de eso, salió la suerte y jugó ella. Mucho estruendo para no cambiar nada.