A Robinho le gusta el Cádiz

Primera | Real Madrid 3 - Cádiz 1

A Robinho le gusta el Cádiz

A Robinho le  gusta el Cádiz

Reportaje gráfico: jesús aguilera, felipe sevillano, carlos martínez, chema díaz, jesús rubio y álvaro rivero

El brasileño rubricó la remontada del Madrid. Gran partido visitante. Roberto y Becks, letales de falta.

Curioso. Pensábamos que el Cádiz saldría feliz del partido casi sin importar lo que ocurriera y quien salió feliz fue el Madrid, sin importarle lo que ocurrió. Controló el Cádiz, amasó el encuentro hasta llevarlo a su territorio y, una vez allí, salvados todos los escollos, logró un gol. Pero una vez escalado ese Everest que supone adelantarse en el Bernabéu, el equipo rodó ladera abajo, víctima primero de dos lanzamientos de falta y después de un extraordinario gol de Robinho, que se ha enamorado del Cádiz y hay besos que asfixian, amores que matan.

Si fuéramos árbitros de boxeo, levantaríamos los brazos de los dos púgiles, porque ambos equipos hicieron cuanto pudieron para vencer, aunque finalmente fue el Madrid quien venció. Pero no le faltan razones al Cádiz y a los cadistas para sentirse orgullosos por la imagen dada, por los 54 minutos en los que merecieron ganar, por haber sido capaces de acorralar a todo un Real Madrid que sólo pudo escapar de las cuerdas con un arrebato de furia que coincidió con la entrada al campo de Cassano. El italiano no estuvo tan acertado como contra el Betis y no intervino demasiado en el juego, pero no me atrevo a descartar la existencia de un efecto Cassano, porque su simple presencia contagia entusiasmo y alegría. Sabíamos que sucedía entre sus compañeros, pero también le ocurre al público, algo tendrá Tonino.

Al mismo tiempo, dentro de las muchas virtudes que está recuperando el Madrid, cabe reseñar otra, importante: cuando el equipo se lo propone, cuando le sale la rabia, resulta casi incontenible, al menos en el Bernabéu. Y hace mucho tiempo que la pasión no era suficiente, quizá porque no había pasión.

Aunque la remontada del Madrid fue obra del compromiso general, queda la imagen de un futbolista como resumen de la victoria y de la resurrección personal y colectiva: Robinho. Cumplida una vuelta del campeonato y 18 partidos después de su deslumbrante debut, el brasileño colocó nuestras expectativas en el punto inicial, cuando eran casi infinitas. Su gol fue la culminación de un retorno que ya se apuntaba en los últimos encuentros pero que necesitaba de una prueba definitiva.

Y ayer la tuvimos, porque su gol fue fabuloso y estuvo desprovisto de toda casualidad, lo que es raro en los balones que entran por la escuadra y vienen de muy lejos. Robinho se acomodó la pelota de espuela, aprovechó el bote para descubrir que el portero estaba adelantado y sin dejarla caer enganchó un chutazo que ya comenzó a celebrar al salir de su bota porque ya sabía que era gol. Intuyo que se ha quitado un peso de encima y que a partir de ahora será mucho mejor futbolista. El Bernabéu, que también lo intuye, le despidió con una cerrada ovación cuando fue sustituido.

Ese último tanto zanjó las esperanzas de un Cádiz que hasta ese momento había peleado por los puntos con enorme dignidad. Y es que, a pesar del resultado, el equipo estuvo sencillamente fantástico. Y no es sólo que contuviera los impulsos de su rival, sino que fue por momentos claro dominador del encuentro. Así se comportó, por ejemplo, en los primeros diez minutos, cuando llegó a provocar tres saques de esquina y los olés de sus fieles. Y así se comportó cuando lo consideró necesario, cuando debía congelar el ardor madridista.

Espárrago tenía claro que vigilando de cerca a Zidane y Guti cumplía media misión y en ello se empeñaron especialmente Bezares y Benjamín. Anulada su creatividad, el Madrid se quedó en un equipo excesivamente rígido, previsible. Pero los jugadores del Cádiz no tenían únicamente orden y pundonor, también juego, clase, intención. No era uno de esos muchos equipos a los que en el Bernabéu les asalta el pánico cuando se acercan a Casillas, no. En este caso, cada movimiento de ataque tenía un objetivo último: marcar gol. Y eso, que puede parecer una supina obviedad, en el Bernabéu significa ser valiente.

Recuperado de esa inesperada sorpresa que era ver al Cádiz en campo propio, el Madrid comenzó a desperezarse, no tanto Zidane y Guti. Las mejores ocasiones locales estuvieron en los pies de Robinho. Primero, un tiro que resolvió un barullo y lamió el palo. Segundo, un disparo desde fuera del área que se fue alto después de que el muchacho recortara de fuera a dentro, como suele. El Cádiz respondió con un chut de Benjamín después de una estupenda triangulación que incluyó taconazo de Mortadelo. Ese es el miedo que tenían. Por cierto, el citado Mortadelo es un futbolista estupendo, tanto como Estoyanoff o Medina.

El penalti.

Corría el minuto 45 cuando el árbitro pasó por alto un penalti de Benjamín a Robinho que bien podría haber pitado con las lentillas empañadas o con una venda en los ojos, porque la patada debió causar cierto estruendo. Como el golpe invitaba más a escapar a la pata coja llorando que al estético piscinazo, Lizondo Cortés consideró poco natural la caída de Robinho, que se retorció luego del dolor y dio bastante pena. Una vez visto el jaleo que montó, al colegiado se le puso cara de culpable, como de "ay madre que creo que me he equivocado". De los arrepentidos es el reino de los cielos.

Esa jugada fue el acercamiento más peligroso del Madrid durante toda la primera parte, lo que dice mucho y bueno del Cádiz, y de paso nos confirma que si Robinho intentara más ese tipo de regates en el área provocaría docenas de penaltis, eso sí, a riesgo de perder los tobillos.

El discurso de Espárrago en el descanso debió ser homérico, vamos muchachos, ahora o nunca, porque el Cádiz salió enchufado. Medina avisó con una chilena, y eso que es uruguayo. Y cumplió sus promesas poco después. Armando sacó de puerta, Mortadelo la tocó de cabeza y Estoyanoff corrió como una liebre (o más) y centró desde la derecha. Medina, al segundo intento, puso al Cádiz por delante.

Cassano salió por Gravesen (hiperexcitado, como últimamente) y el Bernabéu rugió. Lo hizo todavía más cuando el árbitro señaló una falta en la frontal. Roberto Carlos tomó carrera y disparó una bola de cañón que si perforó la red es porque De Quintana se apartó galante y abrió una vía en la barrera. Fue el único error del Cádiz.

El segundo fue parecido y para que señalaran la falta Zidane tuvo que deslomarse. En esta ocasión, Beckham tocó a Roberto para que le detuviera el balón y el inglés lo coló por la misma escuadra. Tampoco hubo casualidad alguna en esta escuadra, conste.

El Madrid continúa alimentando su estado de optimismo, cada vez con más motivos. Y le vendrá bien por los compromisos que se avecinan próximamente. El Cádiz no debería deprimirse por la derrota porque jugando así el descenso es cosa de otros.