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Liga de Campeones | Milán 3 - Liverpool 3

Todos somos el Liverpool

Maravilloso partido y fabulosa victoria en los penaltis. Benítez se coronó en Estambul. Gran partido de los españoles. Gerrard, heroico

Luis García celebra uno de los goles de la gran remontada del Liverpool.

El partido con el que llevo soñando desde que era un niño es muy parecido al de ayer. No tan emocionante, debo admitir; a mí nunca se me escapa el rival por 3-0, no me torturo tanto. Pero hay prórroga. Y calambres que derriban futbolistas como balas invisibles. Y medias bajas. Y también se llega a los penaltis y los jugadores, igual que ayer, se derrumban en el césped, rotos, suplicando que alguien les estire los gemelos, exhaustos, boqueando como peces en la cesta.

Del mismo modo, la elección de los lanzadores de los penaltis resulta una lista de condenados y sólo los porteros sueñan con su gloria; ellos se pasan la vida imaginando cosas así, por eso enloquecen. Y una tanda de penaltis de un gran campeonato, Mundial o Copa de Europa, es el único momento en el que un portero tiene la ocasión de fusilar a un delantero. Muchos se retiran sin experimentar semejante placer.

Mi partido es una simple ensoñación que se alimenta de epopeyas como la vivida ayer, qué hermoso puede llegar a ser el fútbol, qué poder para concentrar novelas, para ajustar cuentas, para otorgar recompensas. El entrenador español que no fue valorado en su país, campeón de Europa. El portero al que ya se ha buscado sustituto (Reina), héroe de la final. El equipo con el que nadie contaba y que parecía abocado a una goleada humillante, finalmente coronado. Shevchenko, la estrella rutilante y actual Balón de Oro, responsable de los fallos definitivos.

Hubiera sido un partido fabuloso en cualquier caso, pero lo fue más todavía porque la presencia de españoles en el Liverpool hacían que lo sintiéramos un poco nuestro. Por si había dudas terminó de convencernos el modo en que Michael Robinson nos describió en este periódico lo que ese club significa ("Jugamos por una causa") y también nos inclinaba la aparente debilidad con la que el Liverpool se acercaba a la final; no lo niego, en el caso de los madridistas también influía la amenaza del Milán, a tiro de su séptima Copa de Europa.

Sin embargo, toda esa inmensa expectación dio la impresión de diluirse nada más comenzar el encuentro. Un gol en el primer minuto. Acertó en eso el destino, aunque parecía equivocarse de equipo. Destino daltónico. Debió marcar el Liverpool, los rojos, los de colorao son los nuestros. Pensábamos que esa hubiera sido la única forma posible de equilibrar la final, de levantarla, de mantenerla. En esos golpes de fortuna confía quien es inferior, en cosas así de improbables se fundamenta la esperanza. Si ya antes de saltar al césped el Liverpool se enfrentaba a un desafío descomunal, el reto se multiplicó por mil, por un millón, cualquiera que haya jugado siquiera a las chapas reconoce en esos reveses un mal presagio, no será nuestro día.

Y cómo ocurrió. Pesó más el error defensivo que el acierto en el remate. Nadie se acordó de Maldini, el guapo, cuesta cubrir a los guapos, son altos y huelen bien, acomplejan. Y encima golpeó con la derecha. Mientras se rumiaba esa sentencia, el Liverpool disfrutó de dos oportunidades que fueron dos fogonazos, un empalme de Riise estilo Mendieta y un cabezazo de Hyypia. Tras esos destellos, la oscuridad del Liverpool. Y la luz de Milán. Porque jugando a placer, movido por el gran Kaká, los italianos, muy superiores, fueron avasallando a los rojos, los dos goles siguientes fueron de Crespo, 3-0 en el descanso, descansen en paz, pensamos.

Ignoro si Benítez gritó o susurró en el vestuario, desconozco si hizo un llamamiento al milagro o simplemente apeló al decoro. Lo cierto es que quitó a un lateral (Finnan) y metió a un centrocampista (Hamann), un movimiento demasiado sencillo para resultar revolucionario. Pero lo fue. Entre los minutos 54 y 60 el Liverpool empató el choque. El primer gol fue un cabezazo prodigioso de Gerrard, el segundo un chutazo de Smicer y el tercero lo marcó Xabi Alonso tras el rechace de un penalti que él mismo había fallado. Es difícil rizar más el rizo. Por cierto, en la jugada del penalti, Mejuto debió expulsar Gattuso, que derribó a Gerrard en boca de gol. Tantas suspicacias había despertado su designación, dado el carácter español del Liverpool, que el árbitro salió acobardado y empeñado en no levantar sospechas.

Clave. En ese instante trascendental, de plena euforia, cuando lo fácil hubiera sido tirarse al ataque, Benítez optó por replegar al equipo y fiarlo a una contra improbable. Si alcanzar la final había sido como ganarla, llegar a los penaltis, tal y como había arrancado el partido, era un nuevo triunfo. El Milán debía saberlo también, porque comenzó su acoso. Pero tenía razón Benítez, sobreviviendo a esas situaciones de agonía había llegado su equipo a la final y con esa filosofía debía morir. Y casi lo hizo, porque al filo del final de la prórroga, con Gerrard de lateral derecho y medio equipo destrozado, Shevchenko gozó de un doble remate a bocajarro que Dudek salvó firmando la parada más increíble jamás vista (por mí).

En eso que llamamos cara o cruz se resolvió el choque, con Dudek de héroe, dos paradas, y Shevchenko de reo, fallo en el último tiro, ese desenlace hubiera sido razonable de pensarlo un poco. En el modo de estallar de alegría del Liverpool reconocimos que se había hecho justicia, que se limpiaba el honor mancillado en Heysel, que nosotros también ganábamos, campeones, campeones, como en el partido que yo sueño.

El detalle: Doble fallo increíble de Shevchenko

Era el 117’ cuando Dudek hizo dos paradas imposibles a sendos remates francos de Sheva, el último, a romper y a un metro de la línea.