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Primera | Atlético

Así echó Laporta a los Boixos del Camp Nou

La receta: mano dura y convencimiento total

Tomás Guasch
Los ultras del Atlético en el entrenamiento de su equipol.

La declaración de intenciones de la candidatura que llevó a Joan Laporta hasta la presidencia del Barça prometía intolerancia con los violentos. Laporta ganó en julio de 2003 y en agosto se puso manos a la obra: en aquel Gamper empezó la batalla que ha acabado con la casi desaparición de los Boixos Nois.

Los Boixos recibieron el primer gran golpe cuando la nueva junta les cerró el almacén que guardaba en los bajos del estadio lo que ellos llamaban "elementos de animación". Allí convivían banderas y pancartas con puños americanos y bates de béisbol. La reacción del colectivo fue colgar en su página web notas contra Laporta, al que le acusaban de ir "contra barcelonistas", puesto que los Boixos no se consideran un grupo violento y sí "una peña barcelonista que anima al equipo y quiere al club por encima de todo". La junta de Laporta no se inmutó ni por eso ni por el asalto que el presidente sufrió, entrando 2004, a la salida de un partido de balonmano en el Palau. Para entonces, Alejandro Echevarría, cuñado de Laporta, había abandonado su rol de asesor de la junta y se había convertido en directivo responsable de la seguridad.

Detenciones. Desde ese momento, la catarata de golpes sobre el entorno de los violentos fue imparable. El más espectacular, la detención de un miembro de la seguridad privada del Barça, que apareció luego implicado en la llamada trama de Vic, y que habría favorecido el asalto que sufrió Laporta. A continuación se vivió el episodio de las pintadas en la fachada de la casa del presidente, firmadas por los Boixos, y que acabaron con la familia Laporta mudándose a Sant Cugat. La investigación implicó a un ex empleado del club y a un miembro de Casuals, la facción más dura de los Boixos, que volvió a la actualidad al aparecer uno de sus más populares miembros en el sumario de la trama de Vic, nombre que se da al grupo de personas que se dedicaba a secuestrar y extorsionar narcotraficantes, y que podría haber planeado el del propio Laporta.

El Barça continuó su batalla. Abrió expedientes a socios, expulsó a varios, alejó del club a todo empleado sospechoso de tibieza ante la violencia, aisló a los Boixos incluso tras cristales de seguridad y la realidad, a día de hoy, es que de los Boixos antiguos quedan cuatro en los partidos del Camp Nou, de donde han desaparecido los gritos contra Laporta.

Al presidente del Barça la satisfacción por la batalla ganada le acarrea la 'condena' de vivir acompañado de un guardaespaldas (también su familia), una mudanza y más de un susto. Todo lo compensa la satisfacción de haber echado del Camp Nou a uno de los grupos más violentos de nuestro fútbol, que llegó al colmo de su vileza cuando asesinó a Frederic Rouquier, hincha del Espanyol, tras asestarle decenas de puñaladas a las puertas de un conocido hotel de la ciudad. La bufanda blanquiazul que llevaba al cuello le costó la vida.