El quite del perdón

Primera | Real Madrid 1 - Málaga 0

El quite del perdón

El quite del perdón

El Madrid aplaca la crisis con un triunfo discreto. El Málaga, muy rácano. Marcó Roberto Carlos

Cuando marcó, Roberto Carlos celebró el gol con furia, agarrándose la camiseta por el pecho y dándola de sí (una pena), como quien reclama justicia, o, más bien, como si quisiera rasgarse las vestiduras, que es lo que hacían los griegos y los judíos para mostrar su desesperación ante una desgracia. Como Roberto Carlos no es ni judío ni griego, ni es víctima de desgracia aparente, más bien al contrario, imagino que lo que quería era responder a las críticas (o a los críticos) y que su forma de agitar la camiseta fue una manera de besar el escudo sin hacerlo y de pedir silencio sin tampoco reclamarlo. Diré, antes de continuar, que más interesante que el juego fueron las reacciones de los protagonistas y la interpretación de sus gestos. En este sentido, fue un partido de diván, relájese y hábleme de su infancia.

Empezaremos por el público. Existía un cierto morbo por descubrir cuál sería el recibimiento del Bernabéu al equipo, después de la eliminación en Champions y la cruel derrota en Getafe. Bien, pues la acogida de los espectadores fue imprecisa: pitos y aplausos, un señor que gritó "¡fuera!" y una muchacha que le chilló procacidades a Beckham. División de opiniones. Supongo que más de un aficionado se abstuvo de pronunciarse, por no parecer disidente y sucio traidor, dado el trajín de pancartas que reclamaban apoyo para el equipo, en estos difíciles momentos, más que nunca, mostremos nuestro madridismo.

Hay mucha gente que debe pensar que los espectadores cobran, en lugar de pagar, pues no se entiende de otro modo esa exigencia de amor incondicional y eterno. Nunca se vio, creo, que en un teatro se repartieran octavillas a la entrada solicitando que si el actor olvida el texto se le aplauda con más fuerza, salvemos así nuestras artes escénicas.

A diferencia de otras aficiones siempre tuvo la del Madrid un amor razonado por su equipo, alimentado por el buen juego y las victorias, y no por el sentimiento irracional que invade a otras aficiones y que se multiplica en los momentos más adversos, que suelen ser los más frecuentes. Se ha dicho del público del Bernabéu, como un reproche, que es frío como el que asiste a la ópera, pero tal vez ha sido esa actitud de exigencia, no animar hasta ser animado, la que ha elevado el nivel de superación del club y ha dado valor especial a los aplausos, que jamás deben ser gratis. Por eso sobran las pancartas y por eso es un error confundir a los clientes con los fanáticos.

De hecho, bastaron un par de triangulaciones para que el murmullo de desaprobación se convirtiera en rumor de entusiasmo, un disparo lejano de Figo y un chutazo de Roberto Carlos que despejó con problemas Arnau. En esa última ocasión, fueron varios los que comentaron que al portero del Málaga le debía haber venido a la memoria el gol que le metió el brasileño y que le condenó hace años como guardameta del Barcelona, esta misma semana aseguró Arnau que no había sido culpa suya, son longevos los traumas.

Temor. La psique del entrenador del Málaga, Antonio Tapia, también quedó clara desde el primer instante, el equipo replegado, Miguel Ángel convertido en guardaespaldas de Guti y un solo delantero que acabó siendo Robinson Crusoe; Helguera y Samuel, los cocoteros. Es decir, mucho miedo, respeto reverencial de quien frecuentó esas gradas y vio rugir a Stielike. Un sistema para resistir y que nos salve alguien, preferentemente un coro de ángeles. Y aunque está mal el Madrid, todavía no es Lourdes.

Fue ese planteamiento del enemigo el que más animó al equipo de Luxemburgo, pues cada una de sus arremetidas, aunque fallida, se reanudaban casi al instante, sin dar muestras el Málaga de peligro suficiente, apenas un cabezazo de Baiano (Robinson) que acarició el larguero. No cabe reseñar ni una milagrosa intervención de Casillas.

Pese al dominio, que nadie piense que el Madrid mostró demasiada mejoría respecto a episodios anteriores, porque el juego del equipo volvió a ser desesperantemente horizontal, muy lento, sin desmarques ni más desdoblamientos que los que ofreció Salgado a Figo de vez en cuando. En algunos momentos da la impresión de que el madridista que lleva el balón la pocha, tal es el desprecio que recibe de sus compañeros.

La aproximación más meritoria del Madrid en la primera parte fue una que acabó en empujón de César Navas a Helguera, que sólo tuvo la fortuna de no estrellarse contra el poste. El árbitro no vio nada en esa jugada (una falta lanzada desde el lateral) a pesar de que en cada estrecho emparejamiento había, si no un crimen, una historia de amor.

A poco de iniciarse la segunda mitad pasó de largo el tren del Málaga, que para el Madrid hubiera sido el tren del terror o de la bruja: Fernando Sanz rozó el gol con un cabezazo a la salida de un córner. Diez minutos después llegó el tanto de Roberto Carlos y su apasionada reivindicación.

Como el Málaga no reaccionaba, el Madrid se agrandó levemente, movido casi siempre por Guti, que empezó mal y mejoró según pasaban los minutos. Sin embargo, a fuerza de ser intrascendente y poco directo, el Madrid galáctico se ha convertido, creo, en el Cosmos, aquel equipo de viejas estrellas que nunca vi pero intuyo semejante, más importantes ellos que el marcador. Entre ese elenco de figuras hay que destacar que Zidane estuvo tristón, Figo persistente, Raúl gris y Ronaldo desacertadísimo, como víctima de un encantamiento o de un desencantamiento, no sé.

Luxemburgo terminó de enfurecer a Ronie cuando lo sustituyó a falta de cinco minutos por Owen, que comenzó a enfurecerse en ese momento. En favor del entrenador, en plena crisis de tacto y personalidad (quizá en la onda del walkie se le cruza Radio Olé), hay que decir que ha descubierto un lateral derecho: Celades. El andorrano fue quien relevó a Salgado y protagonizó una de las mejores jugadas del choque, en complicidad con Beckham; el balón acabó en el poste. ¿Acaso no valía Raúl Bravo para el puesto? ¿Acaso lo descubre ahora? ¿Dónde está el joven Palencia después de comerse el marrón en Getafe? Todas preguntas terroríficas que nos asaltan. Y conste que sigo pensando que el entrenador es aprovechable, aunque sea víctima de una enajenación espero que transitoria.

Tapia tiró la casa por la ventana y cuando faltaban diez minutos decidió incluir a un delantero en el campo, Wanchope, aunque fuera a costa del único sobre el césped, Baiano. Como resultado de esa audacia el Málaga siguió jugando exactamente igual. En ese mismo minuto, Solari reemplazó a Raúl, que fue despedido con una encendida ovación del público, en parte de pie, porque los que votan por su salida del club en las encuestas lo hacen en la intimidad de internet y tras asegurarse de que no hay nadie alrededor. Otro curioso ejemplo psico-sociológico de ocultación en la masa.

El partido se deslizó hacia el final sin estruendo, aunque en el descuento el entrenador visitante, en otro ejemplo de arrojo, gritó a sus hombres que se fueran todos para arriba. Pero Mejuto le hurtó cinco segundos al tiempo fijado y evitó un último intento suicida.

Así acabó, con el efecto terapéutico que tienen las victorias, con su capacidad para hacer olvidar todo lo anterior y pintar el futuro de color verde Esperanza de Triana. El Málaga no se detendrá mucho en el accidente, pues es la prudencia de Tapia la que le ha salvado del peligro. Y una semana más, el Madrid continuará su asedio al Barça a 11 puntos de distancia, que es como espían los buenos detectives para que no les descubran.

El detalle: el Guerrouj, con los jugadores

El palco del Santiago Bernabéu recibió ayer dos visitas muy especiales. Por un lado, se sentó a la derecha de Florentino Pérez Carmen Calvo, ministra de Cultura. Además, estuvo viendo el encuentro en directo el atleta Hicham El Guerrouj. El marroquí bajó al césped después del partido, se hizo fotos y saludó a algunos de los jugadores del Madrid.