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El tal Mourinho. La frase la acuñó José Javier Santos en aquellas largas madrugadas junto a José Ribagorda en los viejos estudios de informativos de Telecinco. J. J. la utilizaba certeramente para definir a aquel apósito que Bobby Robson se trajo desde el Sporting de Portugal para que le tradujera en las ruedas de prensa y le hiciera de intérprete con los jugadores de un Barcelona en el que brillaba un joven llamado Ronaldo Nazario.

Cumplida la temporada del inglés en el banquillo (Copa, Recopa y subcampeonato de Liga), Núñez se sacó de Holanda a Van Gaal, lugar a donde se fue el bueno de Bobby. Pero el tal Mourinho, lejos de seguir ningún código ético con quien le trajo, se quedó en Barcelona de oyente, por detrás de todos los holandeses que llegaron con Louis, pero, eso sí, cobrando del club azulgrana.

Años después, gracias a su trabajo, que nadie pone en duda, y a esas cosas de estar en el sitio y momento adecuados, el tal Mourinho volvió a salir a la palestra, esta vez con el Oporto. Ganó todo lo que se puede ganar, contribuyendo junto a la selección griega al fútbol zafio que coronó a ambos combinados como campeones de Europa. Con todo, el tal Mourinho se creyó Dios, abandonó a sus jugadores en Lisboa, se marchó a Brasil sin celebrar el triunfo con el club que le pagaba y se largó a Londres para que Abramovich colmara de dinero su pobre soberbia.

Miguel Muñoz, Helenio Herrera, Mario Zagalo, Rinus Michel, César Luis Menotti, Bill Shankly, Bob Paisley, Tele Santana, Arrigo Sacchi, Johan Cruyff, Franz Beckenbauer, Alex Ferguson, Marcello Lippi, Fabio Capello... Tantas cosas que aprender. Dicen que no hay cosa más atrevida que la ignorancia. Si a eso le unes la soberbia aparece eso, el tal Mourinho.