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Primera | Villarreal 0 - R. Madrid 0

El Madrid pierde el paso

Ronaldo falló la ocasión más clara del partido. Riquelme fue el mejor. Lucho Figueroa debutó con la pólvora mojada

Actualizado a
Ronaldo.

A diferencia de otros deportes en los que resulta imposible empatar a cero, y entonces la miseria se oculta detrás de grandilocuentes ochentas o veintes o lo que sea, en el fútbol el empate a cero, el cero guión cero, suele retratar los partidos de la impotencia, aquellos en los que el afán de once se contrarrestar con el afán de los otros once y ni siquiera algo tan caprichoso como una pelota es capaz de colarse, ni de rebote, en una portería, y mira que es grande una portería, no hay más que ponerse debajo.

Villarreal y Real Madrid igualaron a nada, o quizá sí, a falta de puntería, a desaciertos, a enredos, a convertir algo tan aparentemente sencillo como el fútbol (juegan los niños) en una retórica desesperante. Y mira que Riquelme, el mejor futbolista sobre el césped y los alrededores, hizo todo lo posible por doblar ese hierro. Pero uno entre veintidós es un porcentaje demasiado escaso para cambiar el destino y en 90 minutos apenas da tiempo a convocar una revolución. Varios de los que jugaron ayer hubieran necesitado años para dejarse convencer.

Hay dos momentos en los que el partido estuvo a punto de desequilibrarse. En el primero, a los 21 minutos, Owen completó una magnífica jugada dentro del área en la que le dio tiempo a controlar, recortar y, cuando parecía en situación de fusilar, asistir a Ronaldo, que estaba tan solo que en baloncesto le hubieran pitado zona. Sin embargo, Ronie, habitualmente matador, se comportó como lo hubiera hecho un no iniciado o una cándida novicia: se acomodó el balón (tardó una hora), amagó (otra) y luego quiso esquivar al defensa que volaba en posición de kárate. Entre tanto engarce una jauría de enemigos le arrebató la pelota.

La siguiente acción ocurrió cuando faltaba menos de un cuarto de hora para el final del partido. El debutante Lucho Figueroa batió a Casillas al rematar a gol un centro desde la derecha y el árbitro señaló fuera de juego. ¿Si lo fue? Ni Grissom podría decirlo con rotundidad. Sin embargo, tras cien repeticiones se sigue viendo una pierna amarilla que se adelanta a la defensa. Quizá se deba sólo al predominio del amarillo gafarrón sobre el blanco inmaculado, pero nada se le puede reprochar a la retina del asistente. Vestir de amarillo si no se es brasileño o gaditano sigue siendo una completa temeridad.

Entre las dos situaciones descritas discurrió el partido, que no tuvo mucha más miga. Se confirmó la alineación mixta de titulares y suplentes en el Madrid, aunque se cayó de ella Javi García, dicen que víctima de unas declaraciones pelín arrogantes en las que, sin haber sido ni porteador, aceptaba el papel de Tarzán en la jungla. La primera impresión que dio el equipo fue de orden, aunque faltaba concierto. No había distracciones, ni pistas forestales entre la defensa y el ataque, pero faltaba ingenio a la hora de armar el juego. Celades no lo tiene, pues su virtud es la del palmero, y Helguera, desde hace bastante, cuando se mueve por el centro del campo da la impresión de estar cansado, como si hubiera disputado un partido justo antes. Beckham aportó poco más que una falta estrellada en el larguero, pero no en la parte del palo que asusta, sino en el filo de fuera. Solari, todo voluntad, explotó más que nunca su característica de caballo desbocado.

Así las cosas, si el Madrid se acercó con cierta facilidad al área de Reina (que no a Reina) fue simplemente porque la mayoría de sus futbolistas son mejores que los del Villarreal. Así de simple. Y esa superioridad, aunque sea en los cromos, inclina el campo levemente y permite jugar cuesta abajo. Hubo quien pensó en esos momentos que el Madrid tenía el partido en su mano, y lo parecía.

En el equipo local todo estaba a expensas de Guayre y Riquelme. El canario es un futbolista estimable, pero a su juego le falta un poco de paz. Al argentino no le falta absolutamente nada. Si su cabeza está en orden, aventaja en varios cuerpos al resto de jugadores. Llega un momento en el que parece estar dando clases, como un adulto que se metiera en el partido de los quinceañeros y los quisiera hacer mejores de lo que son, repartiendo en igual medida pases e ideas, sin un mal gesto, todo sublime, exquisito. Si el Barça no estuviera de viaje interestelar pensaríamos que alguien podría estar dándose cabezazos por haber dejado escapar a un futbolista así. Y lo mismo pienso de Saviola, conste.

Si he dado la sensación de que el encuentro fue aburrido me he expresado mal. Resultó un lío, un chocarse, pero con la emoción que da un marcador incierto que no vale a nadie y menos que a nadie al Real Madrid, que ya ve al Barcelona con catalejo. Incluso el árbitro colaboró a que el partido no pasara inadvertido. Mejuto González dio un verdadero recital de árbitro sufriente, enfadado con el mundo, es increíble lo mal que se lo pasan algunos en su trabajo. Se pasó los 90 minutos echando broncas y obligó a que se retirara una pancarta en la que se llamaba racistas a lo árbitros, ignoro si era un chiste fallido o simple estupidez congénita.

Como suele ocurrir en todo partido del Madrid, Casillas tuvo una intervención providencial, su milagrito. En todo lo demás estuvo más bien inseguro. Reina, en la otra punta del campo, pudo haber doblado los pantalones y la camiseta y meterlos otra vez en la bolsa porque estaban limpios. Algo así valdría también para Ronaldo. Lucho Figueroa, que sí ensució bastante, dejó una impresión sospechosa de delantero de fogueo.

Lo que se había planteado para el Madrid como una persecución angustiosa, seguir el rastro del Barcelona se va convirtiendo, poco a poco, en un asegurarse la clasificación para la Champions de la próxima temporada. Eso sí, está prohibido hablar de crisis porque los jugadores se ofenden. Ahora podrán decir que tenían la cabeza en Roma, pero un aspirante al título no pasa por El Madrigal así. Porque el Villarreal, que tiene talento, posee también una asombrosa debilidad defensiva que lastra su clasificación en la Liga.

Cero a cero y un punto para cada uno, que es el uno que daba el profesor de matemáticas a quien entregara el examen con el nombre bien puesto, daba igual que no hubieras resuelto ni uno solo de los problemas planteados. Pues eso.