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Primera | Real Madrid 5 - Levante 0

Antes muertos que sencillos

Cinco destellos enmarcan un partido del Madrid que no tuvo más. El Levante dominó en la primera parte. Figo brilló por la izquierda

Actualizado a
Ronaldo anotó dos goles.

Al Madrid le quedó un resumen de partido fantástico. Lo que en cine llamarían un trailer, ese mini género en auge que avanza a los posibles espectadores las mejores secuencias y que, con frecuencia, es más apasionante que la película completa, que pierde todo interés porque ya sabemos quién es el bueno, el asesino y ya hemos visto a la chica en negligé, el resto son persecuciones en garajes y tiroteos en fábricas abandonadas. Así fue: cinco goles estupendos, todos con algo extraordinario y en todos involucrados los protagonistas principales, nada por delante y nada por detrás.

Es inútil (y pelín snob) criticar al equipo que gana por cinco goles a cero, pues a un resultado así no se le puede exigir encima poesía. Hasta el dos a cero uno puede desarrollar una tesis sobre la vagancia y el ahorro de esfuerzos, un teorema sobre el caos universal, pero a partir del tercer tanto hay que plegarse a la evidencia, aunque la evidencia resulte invisible. Si el objetivo final es marcar y no recibir goles, el Madrid cumplió escrupulosamente con la misión, absurdo criticarle el sobresaliente porque estudió poco. A su rival le ocurrió justo lo contrario: acumuló intangibles que se los llevará el viento, de Levante, se supone.

El Real Madrid comenzó el partido con un interesante cambio táctico: Figo por la izquierda y Beckham por la derecha. La primera conclusión que nos dejó ese experimento es que Figo se quita cinco años en esa banda. Por alguna extraña razón, en la izquierda se comporta más como un extremo, intenta más el desborde en velocidad y se presenta más veces en la línea de fondo, desde donde los centros a la olla son pases de la muerte. En contra de lo que sería natural en un diestro al que cambian de flanco, Figo apenas recorta hacia dentro y en contra de lo que es natural en él, se disciplina y limita sus intervenciones en el centro del campo. Para conseguir todo eso es necesario tener una pierna mala que no sea de palo, algo de lo que pueden presumir pocos futbolistas profesionales, dicho sea de paso.

Si Figo cumplió con nota, el rendimiento de Beckham fue más discutible. Su presencia en la derecha sirvió para lograr simetría (esa quimera), pero no valió para aprovechar la banda porque el inglés ni tiene, ni tuvo jamás, tanto recorrido. Él es un ocho, ni un siete ni un seis, simplemente un centrocampista escorado unos pocos grados hacia la derecha. Y en ese lugar, incrustado en una línea de mediocampistas de más de un componente, es bastante bueno, porque aporta brega, pase y disparo. Ayer se vio: quizá no sobren Beckham y Figo, tal vez falte un extremo derecho como Joaquín. Y un par de centrocampistas como Xabi Alonso y Gerrard. Por poner un ejemplo, digo.

La primera mitad fue del Levante, casi por completo. En apenas cinco minutos se acomodó en el partido y hasta pareció disfrutar, devorando minutos de posesión. Es un equipo que toca bien la pelota y cuyos jugadores lucen los gestos de los futbolistas bien entrenados, esa armonía de movimientos, que, según el talento, es mecánica o musical.

Parece que los únicos autorizados a saltarse ese guión son Rivera y Sergio García. El primero juega como es, un poco príncipe gitano, el bueno del barrio, al que eligen primero, ese tipo de futbolista que se desenvuelve mejor en una calle con coches que sobre una alfombra verde. El segundo está condicionado a la fluidez de los suministros, y da la impresión de que necesita bastantes. Un buen disparo suyo lo repelió Casillas con la eficacia (y resignación) que acostumbra.

Cómo sería el dominio del Levante, que el Bernabéu pitó al equipo, ya se sabe que la afición del Madrid no va al estadio a animar, sino a que la animen, lo que es muy respetable y muy chic, siempre fue así y siempre lo será. En esos instantes, uno de los más cuestionados era Ronaldo, porque ante el empate a deméritos, el público abuchea invariablemente al que menos corre, esto lo sabe bien Raúl, que no para.

Y como suele ocurrir en este tipo de situaciones, sobre todo cuando juega alguien como Ronaldo, fue él quien consiguió el gol. Corría (y no mucho) el minuto 43. El Madrid no había hecho más cosas que las que se les ocurrían a Figo y Beckham, desesperado, había optado por abandonar de estrangis la banda. Y fue en uno de sus escaqueos cuando se marcó un pase magistral en profundidad, templadito, de los que frenan en el aire, justo como esos que había que lanzar a Ronaldo doce veces por partido, hasta que arrastrara la lengua por la hierba.

Ronie controló, protegió el balón con su frondosa humanidad y batió por bajo a Mora. Y para celebrar el gol, en lugar de tocarse las orejas, y ahora qué y ahora qué, se puso la muñeca izquierda sobre la frente, que es su modo de dedicar los goles a su novia Daniela, quién sabe qué pasaría esa noche en la suite. El Levante no entendía nada.

Y como si no hubiera habido descanso ni bocadillo de chorizo, la continuación prosiguió con el rumor que había cerrado la primera parte. Figo se internó por el centro, creo que por primera vez y, cuando nos disponíamos a criticar su indisciplina, lanzó un trallazo que se nos coló, a nosotros y a Mora, por la misma escuadra. Casi inmediatamente después marcó otra vez Ronaldo, gran pase de Celades (lo único que hizo) y magnífica definición del brasileño, que ayer estaba enamoradísimo, el amor es un tobogán. Y sin tiempo para reponerse, Beckham se coló por el centro, recortó con estilo y chutó con la misma rabia que Figo, otro golazo y otra escuadra. Y este tipo de goles valen doble en el Bernabéu, por poco frecuentes, el último lo marcó, creo, Martín Vázquez en los ochenta. Mantengo que la escasez de especialistas latinos en esta suerte procede de un trauma infantil: el futbolista que se crió en la calle siempre teme romper un cristal.

En 55 minutos, el Madrid había disparado cinco veces y había marcado cuatro goles maravillosos. El triunfo de la elocuencia. Si menciono poco al Levante es porque estaba tumbado en el diván, intentando comprender.

Con tiempo suficiente como para no ofender, García Remón dio entrada a Solari y Owen, por Figo y Raúl. El argentino y el inglés se han convertido en los favoritos del público, que siempre tiende a defender a quien considera indefenso (véase Casillas). Y lo cierto es que los dos cumplen. Solari dio alegría al juego y Owen marcó lo que ya podríamos calificar como "su golito", fabulosa eficacia para quien no tiene demasiados minutos (más bien pocos) y pese a ello sigue sonriendo.

En esta ocasión el valor del gol quedó ensombrecido por la fabulosa jugada de Guti, que se escapó de dos sabuesos como lo haría Oliver (o Benji) y se internó hasta la frontal después de vencer mil obstáculos, en los que entraba como chupón y salía como genio: su último toque pasó entre las piernas de Alexis y se convirtió en asistencia. El público lo celebró con alborozo, se pueden imaginar, porque todos los que son sus héroes habían salvado un mundo, magnífico argumento al que sobraban los diálogos que no hubo. Para completar la fiesta, Figo y Guti vieron las tarjetas que les impedirán estar en Villarreal, adonde no pensaban ir.

Se pretendía reforzar las bandas y los dos extremos marcaron, aunque por el centro, un pequeño detalle que no debería desanimar al entrenador. Javi García debutó y dejó sabor de buen futbolista. Y al final, un niño saltó al campo y Ronie le regaló la camiseta. Lo dicho, un gran trailer.