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Amistoso | España 3-Venezuela 2

La esperanza, en el banquillo

España lució más cuando salieron los suplentes. Tamudo y Reyes fueron los mejores. La revolución es necesaria Venezuela cumplió.

JuanmaTrueba
<b>BANQUILLO NACIONAL. </b>Raúl, Morientes e Iker, suplentes.

Luis debutó con victoria, que es lo que quedará, y su apuesta más personal, Tamudo, marcó dos goles, lo que también es una forma de triunfo, lo del fútbol y la virguería son cuestiones menores cuando la renovación acaba de empezar, no seamos ansiosos porque el futuro rebosa por el banquillo y el nuevo seleccionador no es palmero, sino arponero, capitán Ahab. Y seguimos abrazados, así escuchó la Selección el himno, y debe ser cierto eso de que para España ya no existen los amistosos porque a los venezolanos les pusimos un himno que duró cinco segundos, el resto lo completaron a capella, al enemigo ni agua.

Parecían muchos de los futbolistas venezolanos niños bien, del club náutico de Maracaibo o así, pelo cortado con la raya a la izquierda, patilla definida, justo lo contrario que Cañizares, que lleva las medias como si fueran pantys y luce un peinado desestructurado que es como si estuviera despeinado pero a millón el remolino, la metrosexualidad te sale por un riñón.

Urdaneta y Páez son dos buenos ejemplos de la pulcritud universitaria de los venezolanos, también Vielma. Son pequeñitos, afeitados, aplicados y buenos jugadores, como esos que te hartabas de ver en los patios de colegio y que tiraban los penaltis con zapatos castellanos. Y los metían. Páez, además, es hijo del seleccionador, lo que le obliga a un orden extra.

El caso es que víctimas de nuestra inagotable ignorancia (de la mía, en este caso) no imaginábamos una Venezuela tan técnica y dicharachera, tan alegre, algo que no es tan extraño si tenemos en cuenta que el país limita al sur con Brasil y al norte con el Caribe, influencias que no sólo dan para ganar los concursos de Misses y criar a Boris Izaguirre, también para cultivar futbolistas exquisitos. Ahora se comprende mejor su victoria por 0-3 en Montevideo.

No pretendo decir que la selección vinotinto, ayer de blanco, no albariño, sino lácteo, sea un equipo impresionante, lo podemos dejar en apañado. Como suele ocurrir con los conjuntos menores su debilidad se concentra en la retaguardia, muestra de ello fueron sus problemas para defender los córners, incluso los nuestros (históricamente blanditos), es sabido que el fino estilista teme que el balón le dañe las neuronas y cede el privilegio de cabecear a quien piensa que ya las tiene dañadas, centrales y así. Tampoco les ayudaba mucho el portero, llamado Angelucci, que más que un apellido es un cariñito de novia, Angelucci, mi amor.

El central venezolano Rey, esperado con interés porque Luis lo destacó como una joya que se esconde en el Pontevedra, pasó sin pena ni gloria. Quizá fuera porque tenía el corazón dividido: su madre es de Cambados, Rías Bajas.

No hemos hablado todavía de España, pero era por galantería. La primera sorpresa fue que en la alineación estaba Helguera, al que considerábamos, junto a Iker, damnificado por la llegada de Luis. Pues no.

Tampoco cambió nada su alineación. Nada con respecto a lo visto mil veces, un buen equipo sin ángel (ni Angelucci), demasiado previsible, cuadriculado, lo que sufrimos en la Eurocopa. Víctor, que se estrenaba por la derecha, aportaba entusiasmo pero pocas incursiones. El deportivista se luce en partidos más abiertos y ayer tuvo que luchar bastante tiempo contra la espesura general.

Fue cuando se despejó el panorama, cuando Víctor entró más en juego y España cambió de registro, aunque fuera levemente. Un contragolpe dirigido por él acabó con el balón en Salgado, que la puso con temple desde el pico del área grande. Morientes no perdonó y remató con acierto, no está claro si con interior del pie o con la espinillera y poco importa, lo trascendente es que se le escapa la pólvora de los zapatos: ha marcado en los últimos cuatro partidos que ha disputado (Tokio, Getafe, Wisla y ayer).

Sin embargo, hasta el momento del gol y en los que vinieron después, dio la impresión de que España se guardaba lo mejor en el banquillo: Reyes, Valerón, Torres, Xabi... En cualquier caso no se le puede reprochar a Luis que en su primer partido retomara el equipo que heredaba, quizá una revolución brusca hubiera abierto muchas heridas. Pero no tengan duda de que la habrá: revolución y heridas.

Cinco minutos después del gol de Morientes empató Rojas, de un chutazo considerable que botó frente a Cañizares y se coló en la portería. Fue mitad buen disparo y mitad despiste del guardameta, al que, insisto, su pelo amenaza con apoderarse de su ser.

En la segunda parte, por fin, salieron los futbolistas que cambian a España porque la hacen imprevisible. La revelación fue Tamudo, un buen delantero, verdad, pero que despertaba el recelo de quien escribe por considerarlo más un jugador de club que de Selección. Pues craso error, el sabio es Luis.

Tamudo estuvo magnífico, rápido, participativo. Su primer gol fue ratonero, del que espera donde parece imposible que llegue el balón y llega. Ya hemos comentado que la defensa venezolana se comía los balones por alto sin pan. El cabezazo demostró que hay quien remata con las neuronas intactas.

Su segundo tanto tuvo un cómplice que fue un cerebro: Reyes. El futbolista del Arsenal, qué crimen que no estuviera en Portugal, la puso tan suave que la pelota dio la impresión de esperar a la cabeza de Tamudo, que remató en plancha. Y a todo eso añadan a Torres, Valerón y Xabi Alonso y nos resulta la España que estamos esperando. El equipo que no se atrevió a alinear Sáez en la Eurocopa, esa generación que siempre se nos pierde por el respeto debido a las viejas glorias. Pues bien, una vieja gloria se ha hecho cargo del equipo, Luis Aragonés, y amenaza con apostar, por fin, por el futuro.